Esperemos que no se lo tomen mal Zack Snyder, director de la película 300, o el propio Frank Miller, autor del cómic en el que se basa la misma; pero la frase pronunciada por Leónidas I, legendario rey de Esparta, nos viene de perlas para el presente reportaje. Como dijo Nicolás Maquiavelo, señores Snyder y Miller, «el fin justifica los medios». Al menos en este caso. Aunque no fue en el Peloponeso, sino en la Antigua Roma, donde un futbolista del Círculo Deportivo de Moscú encontraría la inspiración para darle otro nombre, otra identidad a su club. Aquel club acabaría convirtiéndose en el Spartak de Moscú.
TEXTO:
JOSEBA ORMAZABAL
ILUSTRACIÓN:
DIEGO URIBE
H
ay quien dice que la sociedad y el fútbol van de la mano. El juego de un equipo puede llegar a estar más arraigado de lo que parece a su tierra. Y si no, fíjense en la Brasil de Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, Roberto Carlos, Cafú, Denílson… la Canarinha del jogo bonito que hizo las delicias de los aficionados. Su juego era tan especial y diferente como su propia gente, los brasileños, que saben disfrutar de la vida bailando samba, cantando y, cómo no, jugando al fútbol, grosso modo hablando, claro está. Basta con echar un ojo al fútbol español, que si destaca por algo es por su buen juego. El fútbol del tiquitaca se popularizó gracias al estilo que practicaba la España dirigida por Luis Aragonés y que fue desarrollado y mejorado por Vicente del Bosque. En líneas generales, el trato de la pelota es impoluto tanto en su liga como en su selección, y eso se debe, en gran medida, a la actitud de su gente. Históricamente, al español tipo se le ha atribuido ser un pequeño truhan, pillo y con gran astucia a la hora de desempeñar diversas funciones. Siempre tratando de salirse con la suya, pero con mucho arte, ese arte que resalta en el talento de los Xavi Hernández, David Silva o Andrés Iniesta.
Alto, chato. Está muy bien todo esto, pero analizada la conexión sociedad-fútbol en Brasil y en España, es preciso retomar este tema para enfocarlo hacia el lugar que nos interesa: Rusia. Es el momento de dar paso al FC Spartak de Moscú. Este equipo, fundado el 18 de abril de 1922 como Sociedad Deportiva de Moscú, comparte ciudad con sus vecinos pijos del CSKA y el Dinamo. Oye, oye… ¿de qué vas? ¿Cómo que «sus vecinos pijos»? Pues hombre, si tenemos en cuenta que el Spartak representa a toda la clase obrera de Moscú y, en cambio, Dinamo y CSKA tienen sus raíces en organizaciones privadas y gubernamentales, está bien tirado el adjetivo, ¿no creen? Su creación no estuvo sujeta a ningún organismo del Gobierno soviético, sino que se debió a la fusión de varios equipos deportivos. Por un lado, un grupo de entusiastas capitaneados por Iván Artémiev, futbolista y destacado líder obrero, lograron el permiso para poder construir un estadio en una zona abandonada del barrio proletario de Presnya. Por otro, hubo una reorganización tanto de la Sociedad de Gimnasia Rusa como de la Sociedad de Educación Física de Presnenski. Todos estos grupos se fusionaron para formar el Círculo Deportivo de Moscú. En 1923, un año más tarde de su fundación, la denominación del equipo se cambió a Krasnaya Presnya, como propuso originalmente Artémiev. Posteriormente, se renombró como FC Pishcheviki y FC Promkooperatsia, nombre del sindicato de trabajadores de la alimentación.
EL EQUIPO DEL PUEBLO
Prosigan. El Spartak de Moscú ha sido siempre el club con el que más se ha identificado la mayoría del proletariado moscovita, ya que, oficialmente, nunca ha representado a ningún estrato de la sociedad soviética. Por esta razón, también se ha dado a conocer como Naródnaya komanda («El equipo del pueblo»). Desde su aparición, empezaría a crecer a pasos agigantados, levantando un estadio, sustentándose en la venta de entradas y jugando partidos por toda Rusia. En el año 1926, un emblemático futbolista, muy implicado en su proceso de fundación, no solo logró que la entidad estuviera apoyada por el sindicato de trabajadores de alimentos —razón por la que también se la conoce como Myaso («Carne»)—, sino que hizo posible que el equipo se mudara al Estadio Mikhail Tomsky, con capacidad hasta para 13 000 espectadores. Nueve años después, esta misma persona contactó con Aleksandr Kosarev, secretario de la Komsomol (Unión Comunista de la Juventud), que entonces pretendía crear su propia institución deportiva, por lo que la propuesta que recibió consistía en que utilizara como base el Promkooperatsia. El 19 de abril de 1935 el Consejo de Cultura Física y Deporte de la Unión Soviética aprobaría la fundación de la nueva sociedad deportiva Spartak. Por cierto, aquel emblemático futbolista era Nikolái Stárostin, que años después escribiría: «Para la mayoría de las personas, el fútbol era la única, y a veces la última, oportunidad y esperanza de conservar en sus almas una pequeña isla de sentimientos sinceros y relaciones humanas».
«El fútbol era la única, y a veces la última, esperanza de conservar en sus almas una pequeña isla de sentimientos sinceros y relaciones humanas»
NIKOLÁI STÁROSTIN
Spartak y su gente son uno debido al vínculo especial que mantiene el equipo con la hinchada. La primera razón se debe a los hermanos Stárostin (Nikolái, Aleksandr, Andréi y Piotr), los encargados de darle otro aire al club. El mayor de ellos, Nikolái, fue quien lo refundó, diseñando su escudo y dándole la denominación actual. Además, los Stárostin hicieron gala de su forofismo sobre el verde, ayudando al equipo con las botas puestas. Nikolái jugó en las secciones de fútbol y hockey del club (1925-1936) y luego sería su máximo dirigente cuando la Gran Purga de Iósif Stalin borraría del mapa a buena parte de la directiva. En estas dos etapas logró llevar al Spartak a ganar el Campeonato Soviético de Otoño como jugador (1936) y la Primera División de la Unión Soviética y la Copa Soviética como directivo (1938 y 1939) —ambas por partida doble—. Sin embargo, se encontró con un poderoso enemigo: Lavrenti Beria. Quien fuera durante quince años el jefe del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) había sido futbolista en los años veinte, siendo derrotado varias veces por los Stárostin. Posteriormente, se hartó de ver cómo el Spartak eclipsaba a su Dinamo de Moscú, representante de la policía del Estado, así que desarrolló un profundo odio hacia los cuatro hermanos y quiso ir a por ellos.
Si bien los hermanos Stárostin tenían buenos contactos en el Kremlin, Lavrenti Beria comenzó a investigarlos y a recopilar todo tipo de pruebas con el fin de utilizarlas en su contra. Cada vez que se le presentaba la oportunidad, aprovechaba cualquier resquicio para intentar fastidiarlos, aunque casi siempre desde las sombras y con mucha prudencia. De hecho, se especula que fue él mismo quien emitió la orden de que se repitiera la semifinal de la Copa Soviética de 1939. El 8 de septiembre de aquel año, el Spartak de Moscú superó por la mínima al Dinamo de Tiflis (1-0), pero el tanto del triunfo marcado por el delantero Andréi Protasov había causado bastante polémica; según reclamaban los jugadores georgianos, el defensa Shota Shavgulidze impidió que el balón rebasase por completo la línea de gol. Apenas dos días después de haberse disputado la final —en la que los moscovitas lograron imponerse al Stalinets de Leningrado (3-1)—, el Comité Central del Partido Comunista aceptó las alegaciones presentadas por el Dinamo de Tiflis y dictaminó que la semifinal debía jugarse de nuevo. Como no podía ser de otra manera, la afición rojiblanca acudió en masa al estadio para apoyar a los suyos. El Spartak no cedió ante la enésima intimidación orquestada por Beria: venció por segunda vez a sus rivales, con hat-trick incluido de Georgi Glazkov, y ratificó su título de manera definitiva (3-2).
Nikolái Stárostin puede fardar de haber sobrevivido diez años a los gulags, después de ser detenido junto a sus hermanos y otros jugadores. La figura que orquestó la detención fue, obviamente, Lavrenti Beria. Durante la Segunda Guerra Mundial, la escasez de alimentos no afectaría a los Starostin por su buen estatus en el sindicato de alimentación, una situación que perjudicó su imagen pública y su relación con el Kremlin. En estas circunstancias, Beria acusó a los cuatro hermanos de conspirar para asesinar a Iósif Stalin, basándose en una serie de pruebas poco creíbles hasta salirse con la suya. La realidad es que este encarcelamiento tampoco fue tan tormentoso como podría esperarse. Debido a sus numerosas historias deportivas y su talento futbolístico en los partidillos, en los que Nikolái ya ejercía como entrenador, los Stárostin eran idolatrados no solo por los presos, sino también por los guardias: «Su poder ilimitado sobre la gente no era nada comparado con el poder que tenía el fútbol sobre ellos». En consecuencia, nunca fueron maltratados y recibieron un trato especial. En 1948, Vasili Dzhugashvili, hijo del mismísimo Stalin, ordenó que el mayor de los Stárostin regresara de su cautiverio en Siberia para dirigir al VVS Moscú —el equipo de la Fuerza Aérea Soviética—, pues ya se conocían de la década de 1930, cuando la hija de Nikolái había hecho amistad con él en el club de hípica del Spartak.
En vista de las amenazas constantes de Lavrenti Beria, Vasili Dzhugashvili acogió a Nikolái Staróstin bajo su protección. Una noche, el mayor de los Stárostin intentó escapar por la ventana para ver a su familia y fue atrapado por la policía secreta, que lo detuvo y lo envió al gulag de Maikop. Entonces, tuvo que pedirle ayuda a Vasili, que pretendía llevarlo de regreso a Moscú. Nikolái le imploró que le permitiera vivir en el sur de Rusia, pero poco más tarde la policía volvió a interceptarlo y lo deportó a Kazajistán. Allí dirigió varios equipos locales hasta firmar por el Kairat Almaty, al que convertiría en el club kazajo más importante del Estado. Ya en el año 1953, con la muerte de Iósif Stalin y el proceso de desestalinización, se declaró la amnistía para muchos de los presos políticos, por lo que las condenas a los Stárostin quedaron totalmente anuladas. Al poco tiempo, Nikolái sería designado como el nuevo seleccionador nacional de la URSS. Uno de sus logros internacionales más destacados fue la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1954, tras vencer en la final a Yugoslavia (0-1). En 1955 decidió retornar al Spartak de Moscú como presidente, manteniéndose en el cargo hasta 1992. «Ama al Spartak en ti mismo, no a ti mismo en el Spartak», dice una de sus frases más memorables. Su figura fue tan importante para el deporte soviético que recibió varias condecoraciones estatales, como la Orden de la Amistad de los Pueblos (1982), el título de Héroe del Trabajo Socialista (1990) y la Orden al Mérito de la Patria (1995). Todo un referente nacional.
Si el Spartak de Moscú y su hinchada son como una pareja de enamorados, el club y la adversidad conforman un matrimonio. Este equipo supera lo que sea que venga en su contra y luego sale fortalecido. Los hermanos Stárostin consiguieron una unión sólida entre el equipo y la afición, dotando a toda la parroquia rojiblanca de una firmeza al alcance de muy pocos. El conjunto moscovita ha sabido sobreponerse a cada uno de los golpes que ha recibiendo a lo largo de su apasionante historia. Además, casi siempre lo ha hecho con creces, haciendo gala de la cualidad más espartana que existe: el espíritu guerrero. En este punto, nos conviene recordar los sucesos históricos que nos narraba la película 300 (Zack Snyder, 2006). A principios del siglo V a.C., el rey persa Jerjes I exigió un tributo a Esparta como acto de sumisión hacia su todopoderoso imperio; la respuesta del rey espartano, Leónidas I, no fue otra que lanzar al emisario persa derechito hacia el pozo del infinito al grito de «¡Esto es Esparta!», queriendo transmitir así una muestra contundente del carácter indomable de su pueblo. Desde luego, esta historia va por los mismos derroteros, pues ya hemos visto que el Spartak tampoco se ha doblegado nunca ante ninguna clase de amenaza o desdicha, resistiendo a base de fuerza y coraje.
«Al aficionado le gusta creer que, cuando su equipo gana, no es por haber comprado al rival»
VLADÍMIR SHINKARIOV
Hablar de Rusia en la década de los años ochenta es igual que cagarse en todo, sean perdonadas las vulgares maneras. Aquella Rusia, enfrascada en el contexto de los últimos años de la Unión Soviética y la Guerra Fría, era prácticamente un país subdesarrollado, en el que la creciente escasez de comida, recursos y cultura era más que palpable. A pesar de definirse a sí mismo como un estado federal marxista-leninista enfocado al comunismo, las diferencias sociales y económicas entre unos y otros en la URSS eran tremendamente abismales. En los lugares de este tipo, donde los ricos suelen aprovecharse aún más de los pobres, el fútbol suele ser utilizado como un elemento de resistencia política y social. Ah, pero no lo olviden, también puede llegar a convertirse en un arma de doble filo. El balón está en el tejado de aquellos que puedan permitírselo o aquellos que puedan hacer los méritos suficientes para lograrlo, y eso desde luego no es sinónimo de igualdad. Nada más lejos de la realidad.
Durante el ocaso de la Unión Soviética, el fútbol ruso se encontraba férreamente comandado por diversas mafias, grupos armados y organizaciones privadas. Ante este diorama, el Spartak de Moscú tiró de casta para andarse sin rodeos, sin contemplaciones y, sobre todo, sin ningún tipo de artimañas. En su libro Fútbol contra el enemigo, el periodista y escritor británico Simon Kuper le preguntaba acerca de este tema en concreto al antropólogo Vladímir Shinkariov, ferviente hincha del Spartak. «Al aficionado le gusta creer que, cuando su equipo gana, no es por haber comprado al rival», respondía con mucho orgullo, haciendo una clara referencia al entorno rojiblanco y a los valores que defiende. Shinkariov estaba muy feliz sabiendo que su equipo ha sido uno de los pocos clubes de la antigua URSS que nunca ha comprado a los árbitros —aunque luego no descartaba que pudiera estar equivocado—. Por citar un ejemplo, se conoce bien que el Tavria de Simferópol se alzó con el campeonato doméstico ucraniano en 1992 a base de amaños. Así pues, al contrario de otros, el Spartak se ganó el cariño del mundo del fútbol gracias a su honradez y a su cercanía con el pueblo ruso.
El espíritu guerrero del Spartak de Moscú va más allá de lo futbolístico, una característica tan intrínseca en la idiosincrasia del club que constituye uno de los pilares que lo sostienen. En una época en la que la política salpicaba con más fuerza que nunca el deporte, los aficionados krasno-belie eran los auténticos antisistema en el mundo del deporte. Ya por aquellos años, el capital económico comenzaba a primar por encima de todo y se iba acercando de manera paulatina a la realidad que vivimos en la actualidad. El verde de los billetes había pasado a ser el principal objetivo de unas empresas que se hacían llamar clubes. Sí, amigos, el Spartak rompía con eso: ni primas, ni lujos, ni grandes patrocinadores… Quizás lo más fácil hubiera sido dejarse llevar por la tendencia y darle la bienvenida al capital que podría haber llegado desde la política o, lo que podría ser peor para ellos, desde la armada. Pero nada se atrevería a manchar el escudo obrero. Equipo y afición siempre marchan en una misma dirección.
Miércoles 20 de octubre de 1982. Partido de ida de los dieciseisavos de final de la Copa de la UEFA entre el Spartak de Moscú y el Haarlem neerlandés en el Estadio Central Lenin. Era una fría tarde de invierno. El invierno ruso es muy particular, en el que superar los cero grados es toda una anomalía. Además, las condiciones atmosféricas de aquellos días eran incluso más duras de lo habitual. Debido a la baja asistencia de público, el club decidió abrir solo dos gradas del estadio. No obstante, permitió que la mayoría de la hinchada rojiblanca se concentrase en el fondo cuya salida se encontraba más cercana a la estación del metro, lo que significaba que habría más de 10 000 espectadores situados en un único sector de aquel desmesurado campo. Todo es colosal en Moscú, y el fortín del Spartak no iba a ser menos, puesto que tenía capacidad para acoger hasta a 82 000 personas —así como apunte—. Una vez ya iniciado el encuentro, el centrocampista Edgar Gess marcó a los diecisiete minutos para adelantar al cuadro local y la euforia se apoderó de los seguidores moscovitas. Sin que nadie pudiera imaginárselo, estaba a punto de ocurrir una catástrofe.
Aún lucía el 1-0 en el luminoso y el cronómetro corría cada vez más, alcanzándose el tiempo extra. En aquel momento, bastantes hinchas ya habían optado por salir del estadio mediante la única salida disponible. Hasta ahí todo transcurría con absoluta normalidad. Pero amigo, una buena historia necesita adversidad y, en este caso, no terminaría con final feliz. En el alargue del encuentro, el defensor Serguéi Shvetsov firmó el tanto de la sentencia y el que dio tranquilidad al equipo ruso de cara al choque de vuelta. Acto seguido, el colegiado yugoslavo Edvard Sostaric señaló el pitido final (2-0). En pos de celebrar la segunda diana, muchos de los aficionados que se habían marchado trataron de regresar a sus asientos; por tanto, los que volvían y los que se iban colisionaron, generando una masa de gente de la que resultaba prácticamente imposible escapar ileso; la multitud se transformó en una avalancha humana. La intención de retornar a las gradas le salió muy cara a una buena parte de ellos, tanto que lo pagaron con su propia vida, en su mayoría a causa de la asfixia. Aquella fatídica tarde de otoño, el Estadio Central Lenin se convirtió en escenario de una de las desgracias más recordadas en toda la historia del deporte.
El nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Yuri Andrópov, impulsaría una comisión de investigación para determinar con exactitud los hechos que tuvieron lugar en la Tragedia de Luzhnikí. El director del estadio, Víktor Kokryshev, y el gerente, Yuri Panchikhin, fueron los únicos condenados, recibiendo una pena máxima de tres años en prisión que posteriormente fue amnistiada. Por su parte, los otros dos individuos que habían sido investigados quedarían en libertad y el papel de la policía ni siquiera se revisó. En 1989, siete años después de lo ocurrido, los informes serían desclasificados con el reporte oficial de víctimas. En algunas publicaciones se habla aproximadamente de 300 muertes, pero dicho dato nunca ha llegado a ser del todo confirmado. Aquella catástrofe hizo todavía más fuerte al Spartak de Moscú. Para honrar a las víctimas, el club decidió construir un monumento en los aledaños del campo. Además, en el vigesimoquinto aniversario de la Tragedia de Luzhnikí, las leyendas de Spartak y Haarlem disputaron un partido benéfico en memoria de todos los fallecidos. Hoy día se calcula que en uno de los pasillos del Estadio Central Lenin murieron unas 340 personas.
EL RIVAL: CSKA
Todo lo que han podido leer hasta ahora sirve para hacernos una idea de la dimensión de esta institución, pero para conocer bien a un héroe es necesario estudiar bien a sus enemigos. Si antes decíamos que el Spartak de Moscú es una escuadra guerrera como ninguna otra, esta frase cobra aún más sentido al comprobar quién es su máximo rival. Hablamos ni más ni menos que del CSKA de Moscú. En un enfrentamiento entre el equipo del pueblo y el del Ejército las conclusiones salen solas. Pero, por si las moscas, vamos proceder a explicarlo. Sabedores de lo que representa cada club de fútbol en la sociedad rusa, es hora de profundizar en lo que hemos querido denominar como el «derbi del Lenin». No lo hemos llamado así por casualidad, sino porque ambos conjuntos compartieron estadio durante varios años, dándole forma al duelo por antonomasia de la ciudad de Moscú. En este tipo de partidos es donde mejor se observa el conflicto pueblo-armada que se vivía entonces en aquella Rusia. Para conocerlo a fondo, antes es preciso tener en cuenta algunos testimonios. Por ejemplo, así hablaba una vez un joven moscovita sobre ello según cuenta el libro Fútbol contra el enemigo: «Cuando a los dieciocho años entramos en el Ejército y nos topamos con la cruda realidad, dejamos de ser aficionados del CSKA para siempre». Y no es de extrañar.
Los fans del CSKA y el Spartak siempre han sido muy diferentes. Para empezar, el CSKA solía perder la fidelidad de sus seguidores cuando cumplían la mayoría de edad, mientras que el Spartak atraía por igual a jóvenes y mayores; no solo se negaban a apoyabar a una entidad que sometía a los suyos, tal como explicaba aquel exaficionado rojiazul, sino que albergaban un sentido de pertenencia respecto a su club y a los valores que representa. Sin ir más lejos, en las letras que suelen entonar los hinchas del Spartak se aprecia perfectamente su odio acérrimo hacia el CSKA: «¡Caballos! ¡Caballos!», gritaban a sus rivales por formar parte de la caballería, es decir, el Ejército. Mientras que los rojiazules contaban con espectadores que asistían al estadio para matar el tiempo, los rojiblancos tenían una afición de las de verdad, que vivía el fútbol como pocas. El cántico más sonado y, seguramente, el preferido en el Spartak para alentar a sus gladiadores siempre ha sido: «¿Quiénes somos? ¡Somos Carne, somos Carne!». La razón se debe a los trabajadores de la industria alimentaria que fundaron el equipo —incluso en varias campañas contaron con el patrocinio de una fábrica de productos cárnicos—; no obstante, en términos más poéticos, y según apuntan algunos periodistas como el español Iván Castelló, los rusos tienen la necesidad ancestral de trasladar sus sentimientos desde el corazón hacia la carne, la parte del cuerpo que más sufre las inclemencias del invierno.
«¿Quiénes somos?
¡Somos Carne, somos Carne!»
CÁNTICO DEL SPARTAK
No nos cansaremos de repetirlo: el Spartak de Moscú nunca ha representado a ningún estrato del sistema estatal soviético, pero a la vez ha representado a todo lo que no estaba relacionado con el Gobierno o una organización privada. Es decir, era el club de la clase obrera, mientras que el CSKA pertenecía al Ejército. Dicho esto, queda claro que este partido de gran rivalidad sobrepasa las barreras de lo deportivo y se transforma en un choque sociopolítico: social por la gente que apoyaba a unos y otros —o que, por lo menos, se agrupaban a favor de unos y otros, porque lo que es animar, los hinchas del CSKA animaban más bien poco—; político por todos aquellos intereses que existían detrás del mismo, especialmente en relación con el CSKA. Sin embargo, con el paso de los años el Spartak tampoco estaría exento de politización. Para comprender bien esta situación es preciso hablar acerca de la figura del político Konstantín Chernenko, secretario general del Partido Comunista y, por tanto, máximo dirigente de la Unión Soviética entre 1984 y 1985. Chernenko era un declarado aficionado del Spartak y solía lucir con orgullo su amor hacia la rojiblanca. Tal sentimiento hacia estos colores pudo ser el hilo conductor del club hacia la política. A ojos de la mayoría de la sociedad moscovita, el mero hecho de que Chernenko apoyara al Spartak convertía al club en el máximo representante del comunismo en el panorama del fútbol.
EL BAUTISMO
Ahora hagamos un repaso general antes de concluir. Desde los inicios de la Unión Soviética, el Spartak de Moscú no solamente campeaba allá por donde jugaba, sino que, además, siempre mantenía intactos sus valores. Mientras que el CSKA era el equipo del Ejército, el Dinamo pertenecía a la Policía y los Servicios Secretos (NKVD), el Lokomotiv estaba ligado al sindicato de trabajadores del ferrocarril y el Torpedo representaba al sector del automóvil, el Spartak encontró su seña de identidad en el propio pueblo ruso. En el año 1935, los hermanos Stárostin y algunos compañeros como Piotr Isakov, Iván Filippov, Stanislav Leuta y Piotr Popov, se reunieron con el objetivo de decidir un nombre apropiado para su nueva sociedad deportiva. Días más tarde, Nikolái Stárostin pronunciaría uno de los discursos más célebres que se recuerdan en la historia del fútbol ruso:
«Y de nuevo suenan monótonamente las mismas palabras una y otra vez: fidelidad, arrojo, victoria… ¡No, no, no! De repente, mi mirada se fija sobre un libro que estaba encima de la mesa: “Espartaco”, de Raffaello Giovagnoli. Lo tomo y pienso que nos hace falta un lema, un nombre que muestre las mejores cualidades de los atletas; la hombría, la voluntad, la estabilidad y la fuerza, la fidelidad a una idea. El líder de los gladiadores tenía todas estas cualidades. ¡Llamemos a nuestro nuevo equipo Spartak!».