fbpx
A mediados de la década de los años cincuenta, la Juventus de Turín se enfrentaba a una etapa repleta de dudas, con un equipo en declive que se estaba acostumbrando demasiado a vivir en tierra de nadie. Ante la seria amenaza de emprender una travesía sin rumbo fijo, los dirigentes del club decidieron darle un giro a esta situación mediante un golpe de efecto: reunir a tres de los mejores futbolistas del mundo. Entre ellos formarían lo que sería conocido como el Trío Mágico, una de las líneas de ataque más demoledoras y pintorescas en toda la historia del fútbol italiano. El objetivo era devolver a la Vecchia Signora al lugar que se merecía.

TEXTO:
JOSÉ GORDILLO
ILUSTRACIÓN:
JARORIRO!

N
o hay duda de que la Juventus FC es la sociedad futbolística más laureada de Italia y una de las más prestigiosas a nivel internacional. La entidad bianconera ha sido la principal dominadora del balompié transalpino a lo largo de la historia, imponiéndose a otros grandes como Milan, Inter de Milán, Roma o Lazio. Aunque esto no siempre fue así. Durante el segundo gran período de posguerra, se vio superada continuamente por otros equipos, especialmente por sus vecinos del Torino. A pesar de que conseguiría romper esa racha ganando la Serie A dos veces en tres años (1950 y 1952), a mitad de la década de los años cincuenta se sumergió en una espiral de mediocridad que empezaba a ser bastante preocupante. En la temporada 1954/55 se clasificó en la séptima posición de la competición liguera y en la 1955/56 no pudo alcanzar más que una triste duodécima plaza. Fue entonces cuando Umberto Agnelli, recién elegido presidente, se dispuso a recuperar de manera inminente el gen competitivo que había llevado a los suyos a saborear las mieles de la gloria años atrás. El camino para revertir la situación debía partir desde el pragmatismo que ha caracterizado constantemente tanto a su familia como a la institución turinesa.

«Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos», dijo Alejandro Magno. Umberto Agnelli aplicó esta filosofía desde el primer minuto en el que asumió la presidencia de la Juventus de Turín. El 27 de junio de 1956, con solo 21 años, se convirtió en el presidente más joven de su historia. En su mente tenía una obsesión: ganar el décimo scudetto. Si quería lograr este objetivo, debía encargarse de que todos los miembros del club remaran en la misma dirección. Apenas quedaban vestigios del equipo que se había proclamado campeón de la Serie A en 1950 y en 1952, puesto que únicamente continuaban Giovanni Viola en la portería y el capitán Giampiero Boniperti en la delantera. Era evidente que la Juventus necesitaba una temporada de transición. La plantilla estaba acusando demasiado el cambio generacional, en buena medida porque la mayoría de sus jugadores eran todavía muy jóvenes. Ni siquiera Sandro Puppo, que venía de dirigir al Barcelona, pudo sacar un rendimiento más o menos decente a un conjunto que ya miraba de reojo al descenso. En la recta final del campeonato, Puppo fue cesado en el cargo y relevado por un buen conocedor de la casa como era el exfutbolista Teobaldo Depetrini. Finalmente, los piamonteses firmaron un noveno puesto muy pobre para sus aspiraciones deportivas. En el último partido de aquella frustrante campaña, Umberto, harto de presenciar tal panorama, exclamó: «¡Ahora cambia todo!». El Dottore se puso manos a la obra para preparar el asalto al título liguero, algo que, en realidad, ya llevaba varios meses maquinando.

Umberto Agnelli (izquierda), el menor de los siete hijos de Edoardo Agnelli y presidente de la Juventus entre 1924 y 1935./ Juventus FC

Umberto Agnelli (izquierda), el menor de los siete hijos de Edoardo Agnelli y presidente de la Juventus entre 1924 y 1935./ Juventus FC

El primer paso de la nueva Juventus iba a ser la búsqueda de un entrenador de garantías. Pero curiosamente no haría falta. En las oficinas del club recibieron una carta destinada al vicepresidente, Remo Giordanetti. En ella, un tal Ljubisa Brocic presentaba su candidatura para el puesto, prometiendo que transformaría a la Vecchia Signora en una escuadra ganadora. Al principio, podría parecer una broma de algún aficionado perverso y socarrón. Sin embargo, el remitente adjuntaba un currículum que resultó ser más que relevante: exfutbolista del Estrella Roja, internacional con Yugoslavia y titulado en la Escuela Superior de Educación Física de Belgrado, entrenó, entre otros, al mismo Estrella Roja —ganando dos ligas y tres copas nacionales—, al PSV Eindhoven y a las selecciones de Albania, Egipto y Líbano. Tras examinar la propuesta y contrastar toda la información, los dirigentes no lo dudaron: Brocic era el hombre perfecto para ocupar el banquillo. El segundo paso, y quizá el más importante, era reforzar el plantel. Umberto Agnelli y la junta directiva coincidieron en que la mayor inversión debía realizarse en la zona de ataque. La estrategia consistía en acompañar al jugador franquicia, Giampiero Boniperti, con otras dos superestrellas. Los elegidos serían el galés John Charles y el argentino Omar Sívori.

GIAMPIERO BONIPERTI: EL EMBLEMA “BIANCONERO”

Si hay una figura que merece un capítulo aparte en la historia de la Juventus, es la de Giampiero Boniperti (4 de julio de 1928). Para entender realmente su dimensión en Turín haría falta estudiar un doctorado. Nacido en Barengo (Novara), destacó como extremo goleador en el equipo de su pueblo. Después, pasó al Momo Novarese, donde captaría la atención de Felice Borel, que había sido campeón del mundo con la selección de Italia y en aquel momento entrenaba a la Juve. En el verano de 1946, Giampiero recibió la llamada de Gianni Agnelli —el hermano de Umberto—, directivo y futuro presidente de la entidad. La firma de su primer contrato profesional da para otro reportaje. No importaba que apenas tuviera 18 años y se encontrara ante la oportunidad de su vida, el chico pretendía negociar. Gianni accedió a pagarle 7 200 liras a él y 51 000 a sus clubes de formación. El joven futbolista seguía sin estar convencido porque no quería que su padre cuidara solo su pequeña granja de vacas. La familia Agnelli era dueña de varias fincas de ganado próximas a la de los Boniperti, así que al Avvocato se le ocurrió una solución práctica: «Cada vez que marques, tu padre puede venir a nuestros establos para llevarse una vaca». El acuerdo se cerró de inmediato. Seguro que Gianni nunca imaginó que aquel trato resultaría tan caro y rentable al mismo tiempo.

Giampiero Boniperti, el jugador más simbólico de la Juventus en el siglo XX con 179 goles en 444 partidos./ Archivo

Giampiero Boniperti es el jugador más simbólico de la Juventus en el siglo XX con 179 goles en 444 partidos./ Archivo

«Los mejores tiros son exitosos cuando no los piensas, o cuando te equivocas, pero el balón entra en la escuadra»
GIAMPIERO BONIPERTI

Giampiero era un futbolista bastante ágil y con un disparo poderoso. Los rivales lo llamaban despectivamente Marisa por sus rizos rubios y su escaso porte de delantero, pero también debido a la finura de sus movimientos, ya que lucía una técnica exquisita y una habilidad excepcional para el regate. Lo cierto es que una institución como la Juventus le venía como anillo al dedo primero a su estilo de juego y luego a su personalidad; según sus propias palabras, en el equipo blanquinegro «hay una elegancia que no es deliberada, pero eso se adquiere o interpreta una vez que se usa ese maravilloso uniforme». El 2 de marzo de 1947, debutó de manera oficial en la Serie A, concretamente en una derrota contra el Milan en el Stadio Comunale de Turín (1-2). El técnico Renato Cesarini lo alineó en el centro del ataque y Giampiero le respondió con goles. A los tres meses, se estrenó como anotador con un doblete ante la Sampdoria (0-3), mérito que repetiría en la última fecha liguera ante la Lazio (3-3). Aquella campaña marcó 5 goles en solo 6 encuentros, aunque no fue hasta al año siguiente cuando empezaría a mostrar su verdadero potencial.

«Los mejores tiros son exitosos cuando no los piensas, o cuando te equivocas, pero el balón entra en la escuadra»

GIAMPIERO BONIPERTI

Giampiero Boniperti, el jugador más simbólico de la Juventus en el siglo XX con 179 goles en 444 partidos./ Archivo

Giampiero Boniperti es el jugador más simbólico de la Juventus en el siglo XX con 179 goles en 444 partidos./ Archivo

Giampiero era un futbolista bastante ágil y con un disparo poderoso. Los rivales lo llamaban despectivamente Marisa por sus rizos rubios y su escaso porte de delantero, pero también debido a la finura de sus movimientos, ya que lucía una técnica exquisita y una habilidad excepcional para el regate. Lo cierto es que una institución como la Juventus le venía como anillo al dedo primero a su estilo de juego y luego a su personalidad; según sus propias palabras, en el equipo blanquinegro «hay una elegancia que no es deliberada, pero eso se adquiere o interpreta una vez que se usa ese maravilloso uniforme». El 2 de marzo de 1947, debutó de manera oficial en la Serie A, concretamente en una derrota contra el Milan en el Stadio Comunale de Turín (1-2). El técnico Renato Cesarini lo alineó en el centro del ataque y Giampiero le respondió con goles. A los tres meses, se estrenó como anotador con un doblete ante la Sampdoria (0-3), mérito que repetiría en la última fecha liguera ante la Lazio (3-3). Aquella campaña marcó 5 goles en solo 6 encuentros, aunque no fue hasta el año siguiente cuando empezaría a mostra su verdadero potencial.

El 9 de noviembre de 1947, Boniperti jugó por primera vez con la selección de Italia, participando en una visita aciaga a Austria (5-1). Ya había hecho varios goles en el campeonato nacional y su rendimiento fue a más. En el último tramo encadenó cuatro encuentros seguidos anotando por partida doble. La confianza que tenía en su instinto lo convertía en un depredador del área. Giampiero era de esos que creen que «los mejores tiros son exitosos cuando no los piensas, o cuando te equivocas, pero el balón entra en la escuadra». En su primer curso completo (1947/48), consiguió ser el capocannoniere con 27 goles, superando con 19 años al que siempre fue su mayor ídolo, Valentino Mazzola. Desde aquel entonces, lideraría el ataque de la Juventus año tras año, llevándola a la conquista de su octava y su novena liga. A medida que su carrera iba avanzando, retrasaría su posición en el campo para dirigir a los suyos ya como interior, demarcación en la que fue un pionero en el fútbol italiano. Por cierto, en mayo de 1949 había vuelto a vestir la camiseta de la Azzurra, tomándose la revancha contra Austria, gol incluido (3-1), e iniciando una reseñable trayectoria internacional: 38 partidos y 8 goles.

JOHN CHARLES: EL COLOSO CABALLERO

Ahora viajaremos hasta el sur de Gales. William John Charles (27 de diciembre de 1931) creció en el distrito de Cwmbwrla (Swansea), en una zona de gran tradición minera. Después de probar en el boxeo, dio sus primeras andadas en el fútbol de competición con el Swansea Town, recalando aún en edad juvenil en el Leeds United. El ojeador Jack Pickard quedó impresionado por sus condiciones técnicas y físicas, sobre todo porque poseía una velocidad impropia para alguien de su tamaño (1,88 m). John se desempeñaba en banda izquierda, pero el entrenador Frank ‘Major’ Buckley comenzó situándolo como defensa central. En su primer partido, un amistoso ante el Queen of the South, debía detener a Billy Houliston, ariete de la selección de Escocia. El marcador en Elland Road concluyó sin goles y Houliston declaró que Charles era el mejor zaguero al que se había enfrentado. Tenía 17 años. Días más tarde, debutó como profesional en la Football League Second Division. El galés se destapó como el zaguero central más firme de la liga y, además, demostró que estaba capacitado para jugar a un gran nivel en cualquier zona del campo. Jack Charlton, uno de los símbolos del Leeds con quien compartió vestuario, no lo pudo describir mejor: «John Charles era un equipo en sí mismo».

«John Charles era un equipo en sí mismo»

JACK CHARLES

John Charles jugó para Leeds United, Juventus, Roma y Cardiff City, mostrando una actitud impecable sobre el campo./ Geoff Charles

John Charles jugó para Leeds United, Juventus, Roma y Cardiff City, mostrando una actitud impecable sobre el campo./ Geoff Charles

«John Charles era un equipo en sí mismo»
JACK CHARLTON

El carácter de John era el de un chico tímido, humilde y generoso, aunque como futbolista era un cañón, rápido en la anticipación, titánico en el juego aéreo, muy seguro en la construcción y asombrosamente maduro para su edad. Si bien su nivel competitivo era realmente abrumador, su comportamiento siempre fue ejemplar. El árbitro Clive Thomas garantizaba que «si tuviera veintidós jugadores del calibre de John, no habría necesidad de árbitros, solo cronometradores». Toda esa combinación hizo de él un personaje irrepetible. Acababa de cumplir la mayoría de edad cuando fue convocado con la selección de Gales, por primera vez, estableciendo un récord de precocidad con los dragones que se prolongó más de cuarenta años hasta la aparición de Ryan Giggs. A partir de 1951, debido a una crisis de lesiones en la plantilla del Leeds, Frank Buckley apostó por Charles como delantero centro y el resultado fue fantástico. Empezó a marcar goles y ya no paró de hacerlo. En la temporada 1953/54, se apuntaría la escandalosa cifra de 43 tantos, insuficientes para que el equipo de Yorkshire peleara por el ansiado ascenso, de modo que solicitó el traspaso a un club más potente. Los whites se negaron y el galés, en vez de quejarse, mejoró todavía más sus prestaciones. En dos años fue nombrado capitán tras la salida de Tommy Burden y llevó a los suyos, por fin, a la First Division.

John Charles jugó para Leeds United, Juventus, Roma y Cardiff City, mostrando una actitud impecable sobre el campo./ Geoff Charles

John Charles jugó para Leeds United, Juventus, Roma, Cardiff City y Hereford United, mostrando una actitud impecable sobre el campo./ Geoff Charles

El carácter de John era el de un chico tímido, humilde y generoso, aunque como futbolista era un cañón, rápido en la anticipación, titánico en el juego aéreo, muy seguro en la construcción y asombrosamente maduro para su edad. Si bien su nivel competitivo era realmente abrumador, su comportamiento siempre fue ejemplar. El árbitro Clive Thomas garantizaba que «si tuviera veintidós jugadores del calibre de John, no habría necesidad de árbitros, solo cronometradores». Toda esa combinación hizo de él un personaje irrepetible. Acababa de cumplir la mayoría de edad cuando fue convocado con la selección de Gales, por primera vez, estableciendo un récord de precocidad con los dragones que se prolongó más de cuarenta años hasta la aparición de Ryan Giggs. A partir de 1951, debido a una crisis de lesiones en la plantilla del Leeds, Frank Buckley apostó por Charles como delantero centro y el resultado fue fantástico. Empezó a marcar goles y ya no paró de hacerlo. En la temporada 1953/54, se apuntó la escandalosa cifra de 43 tantos, insuficientes para que el equipo de Yorkshire peleara por el ansiado ascenso, de modo que solicitó el traspaso a un club más potente. Los whites se negaron y el galés, en vez de quejarse, mejoró todavía más sus prestaciones. En dos años fue nombrado capitán tras la salida de Tommy Burden y llevó a los suyos, por fin, a la First Division.

Charles no se dejó intimidar por el salto de categoría. Enseguida se hizo un sitio destacado entre las grandes figuras del fútbol inglés, despertando mucha expectación y recibiendo el apelativo de ‘King’ John. En su primer año (1956/57), devastó las defensas contrarias y fue máximo anotador de la división con 38 goles en 40 partidos. Con actuaciones tan notables no tardaron en oírse los cantos de sirena. En septiembre de 1957, una de las gradas de Elland Road había sido calcinada debido a un incendio y el Leeds necesitaba dinero urgente, por lo que estaba dispuesto a escuchar ofertas por su estrella. Real Madrid, Lazio y Juventus llamaron a su puerta. John nunca había oído hablar de ellos, «era diferente entonces. No tenías la cobertura de televisión y prensa que tienes ahora». Umberto Agnelli y el agente Gigi Peronace fueron personalmente hasta Leeds con el objetivo de fichar al delantero galés. En aquella época, los contratos de los jugadores se cerraban en diez minutos; en este caso estuvieron negociando en el Hotel Queens hasta la medianoche. Los italianos acordaron pagar 65 000 libras (105 millones de liras), es decir, el traspaso más caro por un futbolista británico hasta la fecha. Solamente faltaba el reconocimiento médico para comprobar el estado de unas rodillas que habían sido operadas de cartílago. Después de las pruebas, el doctor Amilcare Basatti afirmó: «Charles es el hombre más apto que conozco jugando al fútbol, nunca he visto una máquina humana mejor».

OMAR SÍVORI: EL GENIO DIABÓLICO

Para completar la presentación nos situamos en un potrero de San Nicolás de los Arroyos, pueblecito ubicado a 200 kilómetros de Buenos Aires. Allí, un niño al que llamaban Chiquín jugaba a la pelota como si el tiempo nunca avanzara. Enrique Omar Sívori (2 de octubre de 1935) contaba 16 años cuando fue descubierto por la leyenda italoargentina Renato Cesarini, que recomendó a River Plate su incorporación: «Quiero un equipo con diez desconocidos. Les aseguro que no necesito más. Después, pongo a Sívori y ya estamos listos para salir campeones». Aquel chico menudo, desmelenado, zurdo y descarado no tardó ni dos años en subir a la élite. El 4 de abril de 1954, en la jornada inaugural de la Primera División, debutaba profesionalmente en la goleada contra Lanús (5-2). Desde el flanco derecho del ataque, Sívori reemplazó al ídolo porteño Ángel Labruna y sembró la locura en la defensa contraria, marcando incluso el tanto definitivo. Era escurridizo y virtuoso, un especialista en la gambeta —y el primer gran maestro del túnel—, con una espléndida visión de juego y un fútbol tan imprevisible como su temperamento. No se acobardaba ante nadie y para demostrarlo jugaba con las medias caídas. «Así te pegarán menos, no se atreverán», le aconsejó Labruna.

Omar Sívori protagonizó el traspaso más caro de la historia al fichar por la Juventus en 1957./ El Gráfico

Omar Sívori protagonizó el traspaso más caro de la historia hasta aquella fecha al fichar por la Juventus en 1957./ El Gráfico

«Si uno no se divierte, no puede divertir a los demás»
OMAR SÍVORI

La astucia, la intuición y la magia que atesoraba Omar bastaban para poder desequilibrar cualquier partido, ya fuera con goles, asistencias o regates. Era fácil tacharlo de arrogante al verlo marear a sus rivales más de lo necesario, pero en el fondo el Cabezón, como se dio a conocer popularmente debido a su baja estatura (1,63 m), simplemente disfrutaba jugando con el balón como si fuera un niño. Aquella siempre fue su filosofía de vida, la misma que embrujaría a todos los aficionados: «La única manera de divertir a tantos miles de espectadores que van a la cancha es divertirse uno mismo. Si uno no se divierte, no puede divertir a los demás». Por si esto fuera poco, reforzaba sus cualidades con una permanente entrega en el campo, algo que a veces brilla por su ausencia en los grandes talentos. Junto con Ángel Labruna, Beto Menéndez, Eliseo Prado y Roberto Zárate, Omar Sívori era una de las principales referencias en el ataque de aquella magnífica escuadra de River Plate que pasaría a la historia como La Maquinita; bajo la dirección de José María Minella, los millonarios obtuvieron tres títulos ligueros consecutivos (1955, 1956 y 1957), adjudicándose automáticamente la Copa de Oro Eva Perón, un trofeo honorífico que se otorgaba al primer equipo que ganara tres ligas seguidas.

«Si uno no se divierte, no puede divertir a los demás»

OMAR SÍVORI

Omar Sívori protagonizó el traspaso más caro de la historia al fichar por la Juventus en 1957./ El Gráfico

Omar Sívori protagonizó el traspaso más caro de la historia al fichar por la Juventus en 1957./ El Gráfico

La astucia, la intuición y la magia que atesoraba Omar bastaban para poder desequilibrar cualquier partido, ya fuera con goles, asistencias o regates. Era fácil tacharlo de arrogante al verlo marear a sus rivales más de lo necesario, pero en el fondo el Cabezón, como se dio a conocer popularmente debido a su baja estatura (1,63 m), simplemente disfrutaba jugando con el balón como si fuera un niño. Aquella siempre fue su filosofía de vida, la misma que embrujaría a todos los aficionados: «La única manera de divertir a tantos miles de espectadores que van a la cancha es divertirse uno mismo. Si uno no se divierte, no puede divertir a los demás». Por si esto fuera poco, reforzaba sus cualidades con una permanente entrega en el campo, algo que a veces brilla por su ausencia en los grandes talentos. Junto con Ángel Labruna, Beto Menéndez, Eliseo Prado y Roberto Zárate, Omar Sívori era una de las principales referencias en el ataque de aquella magnífica escuadra de River Plate que pasaría a la historia como La Maquinita; bajo la dirección de José María Minella, los millonarios obtuvieron tres títulos ligueros consecutivos (1955, 1956 y 1957), adjudicándose automáticamente la Copa de Oro Eva Perón, un trofeo honorífico que se otorgaba al primer equipo que ganara tres ligas seguidas.

El Campeonato Sudamericano de 1957, celebrado en Lima (Perú), catapultó a Sívori a la fama. La selección de Argentina que estaba a cargo de Guillermo Stábile llevó un quinteto ofensivo conformado por Orestes Corbatta y Humberto Maschio (Racing Club), Antonio Angelillo (Boca Juniors), Osvaldo Cruz (Independiente) y Omar Sívori. Los Carasucias, bautizados por la prensa en honor a la célebre película de gánsteres de Michael Curtiz, arrasaron con todo y ganaron el torneo de una forma insultante, posicionando al fútbol argentino en primera línea mundial. Los ojeadores europeos se frotaban las manos. La brecha económica entre los dos continentes no dejaba de aumentar, por lo tanto, los futbolistas sudamericanos cruzaban el charco siendo cada vez más jóvenes. La figura más representativa de la Albiceleste era Sívori, al que la Juventus seguía desde hacía un tiempo. De nuevo fue Renato Cesarini quien insistió e intercedió con más fuerza en su fichaje. El club italiano compró los derechos del argentino de 21 años por 10 millones de pesos (190 millones de liras), de manera que estableció un récord absoluto a nivel internacional. Esta venta estratosférica permitió que River Plate pudiera finalizar las obras del Estadio Monumental, dándole el nombre de Sívori a una de sus tribunas principales.

Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori posando en una sesión de entrenamiento con la Juventus./ Archivio Farabola

Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori posando en una sesión de entrenamiento con la Juventus./ Archivio Farabola

EL TRÍO MÁGICO

Los deportes de equipo a veces contemplan astros que brillan sobre el resto y aportan un enorme salto de calidad al colectivo. Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori eran el ejemplo perfecto de ello. El italiano era el carisma, la clase, la inteligencia y el liderazgo, un one-club man en toda regla: «La Juve no es solo el equipo de mi corazón. Es mi corazón». En el año 1954 había heredado la capitanía y su matrimonio con la Vecchia Signora era pulcro como el mármol blanco de la Catedral de Turín. El galés y el argentino llegaban como desconocidos cuando aterrizaron en Italia. Charles era cortés, disciplinado e introvertido, por lo que rápidamente fue apodado como el Gigante Buono. El choque cultural sería duro para él, pero hizo lo posible para poder adaptarse: aprendió el idioma, se implicó en la vida social y con trabajo y respeto se ganó el cariño de todo el mundo. En cambio, Sívori era todo lo contrario; a pesar de que era un tipo sencillo, sentía que el traje de divo le quedaba como un guante. En su primera sesión de entrenamiento, con una gran presencia de aficionados, realizó múltiples regates y Umberto Agnelli le achacó que solamente utilizara su pierna izquierda. El jugador agarró el cuero, dio cuatro vueltas al campo sin dejarlo caer, se detuvo frente a él y le preguntó: «En tu opinión, ¿qué debo hacer con mi pie derecho?». Italia se enamoró perdidamente de aquel pequeño genio insolente.

John Charles y Omar Sívori personificaban los polos opuestos del fútbol. Por un lado, John representaba la luz del día, la honestidad intachable. Era un caballero, un ferviente defensor del juego limpio que jamás fue amonestado. En su código de conducta no había lugar para ningún tipo de engaño: «No puedo estar lidiando con muchas de las travesuras que ves en el campo». Por más que lo golpearan o insultaran, nunca protestó. Cuentan que, tras un derbi contra el Torino, en el vestuario notaron que Charles tenía en su hombro la señal de un mordisco y este se limitó a reírse sin darle importancia. Sívori estaba seguro de que aquello sucedía porque «si John se enfadase y reaccionara de alguna manera, el defensor simplemente moriría». De hecho, si sufría alguna acción demasiado violenta le rogaba a sus compañeros que lo defendieran por tal de no responder; era una cuestión de honor. Por su parte, Omar encarnaba la oscuridad de la noche y la triquiñuela maliciosa. Era un provocador, se metía en todas las peleas que podía y tenía una mecha muy corta, y buena prueba de ello fueron los 33 partidos de sanción que cumplió a lo largo de su carrera. Por más que estuviera de buen humor, en cualquier instante podía saltar para inyectarte su veneno. «Los árbitros designados para dirigir a la Juventus el domingo se suman a la oración: “Líbranos, Señor, de la luna de Sívori. Amén”», escribió en una ocasión el periodista Emilio Violanti. ¿Era posible que dos elementos tan antagónicos triunfaran juntos en el mismo equipo? Solo Umberto Agnelli era capaz de imaginar algo así.

Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori posando en una sesión de entrenamiento con la Juventus./ Archivio Farabola
Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta». / Archivo
John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa». / Archivo
Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba». / Mondadori Portfolio
Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta». / Archivo
John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa». / Archivo
Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba». / Mondadori Portfolio

En 1957, además de John Charles y Omar Sívori, la Juventus también fichó al guardameta Carlo Mattrel, los defensores Benito Boldi, Giuseppe Patrucco y Rino Ferrario, y los mediocampistas Bruno Nicolè y Giorgio Turchi. Aun así, no figuraba entre los favoritos al título, más si cabe tras ser goleada en pretemporada por el Bolonia (1-6). No eran pocos los que pronosticaron que el nuevo proyecto turinés estaba destinado al fracaso. La línea de ataque se colapsaba y existían serias dudas sobre si Charles y Sívori podrían sobrevivir a las artimañas y a los infernales sistemas defensivos del calcio. Entonces Ljubisa Brocic atrasó a Boniperti a la media punta con el objetivo de que dirigiera el juego de los suyos y todo empezó a fluir. Giampiero cambió el dorsal 9 por el 8 y los goles por asistencias. «Boniperti planeaba nuestras acciones desde el mediocampo —explicaba Charles—, Omar, en fase avanzada, nos deleitaba con una serie incomparable de toques, conducciones y disparos diabólicos. Cuando la defensa lo marcaba, tenía que darme necesariamente una libertad, lo que me concedía espacio para chutar a puerta y rematar de cabeza. Cuando los defensores, en cambio, se arrojaban sobre mí, le daban la misma libertad a Sívori y darle aliento a Omar significaba encajar goles y ser burlado». Todas las piezas encajaban a la perfección para darle sentido al puzle.

LA VUELTA AL ÉXITO (1957-1959)

La Juventus de Turín arrancó la campaña 1957/58 venciendo en casa al Verona gracias a los goles de su nuevo tridente: Giampiero Boniperti, Omar Sívori y John Charles (3-2). Ljubisa Brocic apostaba casi siempre por la misma alineación. En portería, Carlo Mattrel sería una de las revelaciones del campeonato liguero; el veterano Rino Ferrario era el corazón de la defensa junto a Giuseppe Corradi y Bruno Garzena; en la zona media, Umberto Colombo y Flavio Emoli conformaban un doble pivote de mucho trabajo para escoltar a Boni; los juveniles Bruno Nicolè y Gino Stacchini, más otro habitual como Giorgio Stivanello, aportaban verticalidad en las bandas; y en ataque, el 9 y el 10, es decir, la potencia del coloso de Gales y la fantasía del pibe de oro. La Vecchia Signora bailaba al ritmo que marcaba su capitán, el Signore di Barengo, y bajo su batuta la orquesta bianconera interpretaría una sinfonía apoteósica. Al inicio, encadenó seis triunfos consecutivos. Charles se desató y se acostumbró a anotar cada fin de semana, realizando tres hat-tricks en aquella temporada. «Al igual que Ulises, él es mitológico», llegó a decir su amigo Benito Boldi. El Trío Mágico se complementaba perfectamente en el campo y el público abarrotaba los estadios para ver el espectáculo que ofrecía.

Alineación de la Juventus FC en la temporada 1957/58. De izquierda a derecha: Garzena, Colombo, Mattrel, Corradi, Charles (arriba); Ferrario, Emoli, Boniperti, Sívori, Stivanello y Nicolè (abajo)./ LaPresse

Alineación de la Juventus FC en la temporada 1957/58. De izquierda a derecha: Garzena, Colombo, Mattrel, Corradi, Charles (arriba); Ferrario, Emoli, Boniperti, Sívori, Stivanello y Nicolè (abajo)./ LaPresse

El parón invernal sentó fenomenal en Turín. En su regreso, la Juventus se mantuvo invicta durante 11 partidos (9 victorias y 2 empates), aplastando a rivales difíciles como Torino (4-1), Lanerossi Vicenza (5-2), Lazio (1-4) o Bolonia (4-1) y distanciándose más de sus perseguidores. La racha se extendió hasta finales de abril, cuando perdió contra el Nápoles en un duelo trepidante (4-3). Aquel tropiezo solamente aplazó lo que ya era inevitable. El 4 de mayo, tras sacar un empate en casa con la Fiorentina (0-0), la Juve se proclamaría matemáticamente campeona de liga a falta de tres jornadas para el final. La contribución del Trío Mágico fue estelar, metiendo 58 de los 77 goles del equipo: Charles, nombrado mejor jugador de la competición, fue capocannoniere con 28, Sívori marcó 22 y Boniperti, más enfocado a la dirección de juego, sumó 8. Con ello, Ljubisa Brocic había cumplido su promesa y Umberto Agnelli conseguía el ansiado décimo scudetto, convirtiendo a la Juventus en el primer club del país en alcanzar este registro. En el año 1959, el Dottore fue llamado a dirigir la Federación Italiana de Fútbol (FIGC) y su primera medida fue otorgar un símbolo conmemorativo a cada escuadra que ganara diez ligas, de manera que las cebras comenzaron a lucir una estrella dorada en su camiseta.

La temporada 1958/59 devolvió a la Juventus a la senda de la irregularidad. Ljubisa Brocic hablaba cinco idiomas y el italiano no era uno de ellos, así que el club le colocó a Teobaldo Depetrini como asistente. La primera gran decepción se produjo ante el Wiener en la primera ronda de la Copa de Europa. En el encuentro de ida, los transalpinos se impusieron fácilmente con tres goles de Sívori (3-1); en la vuelta, fueron humillados por los austriacos en una de las mayores debacles de su historia (7-0). El golpe anímico provocó que la plantilla se desplomara en liga y, tras perder en casa con el Milan (4-5), Brocic fue destituido y sustituido por el propio Depetrini. Al final del curso, terminarían en cuarta posición y aquella sensación de desasosiego inundó otra vez las gradas del Stadio Comunale. La Juve necesitaba recobrar la ilusión a toda costa y la Coppa Italia podría ser un buen estímulo para ello. En la edición anterior había llegado a las semifinales, ganándose el acceso directo a octavos de final en esta nueva andadura. En su primer envite, eliminó en la prórroga al Alessandria con dos tripletas, cómo no, de Charles y Sívori (6-2), y en cuartos y semifinales repetiría resultado para doblegar a la Fiorentina y el Genoa (3-1), clasificándose para la final diecisiete años después.

Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta»./ Archivo

Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta»./ Archivo

John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa»./ Archivo

John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa»./ Archivo

Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba»./ Mondadori Portfolio

Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba»./ Mondadori Portfolio

Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta»./ Archivo

Giampiero Boniperti: «Ganar no es importante; es lo único que cuenta»./ Archivo

John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa»./ Archivo

John Charles: «Decidí que nunca lastimaría a un oponente y cumplí mi promesa»./ Archivo

Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba»./ Mondadori Portfolio

Omar Sívori: «Nadie, pero realmente nadie me asustaba»./ Mondadori Portfolio

HEGEMONÍA NACIONAL (1959-1960)

Los egos son un arma de doble filo. En este sentido, para que un equipo pueda aspirar a todo sus jugadores están condenados a entenderse. La realidad es que la convivencia entre Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori era de todo menos plácida. La rebeldía del Cabezón desesperaba a cualquiera, más todavía al capitán juventino, siempre tan correcto y sonriente. «Boniperti y yo teníamos una concepción totalmente diferente del fútbol y no podíamos llevarnos bien —argumentó Omar años más tarde—, teníamos personalidades fuertes e irreconciliables». Por suerte, Long John era uno de los pilares del vestuario, nunca mejor dicho, y se encargaba de que reinara la paz. Desde su llegada, se convirtió en uno de los mejores futbolistas del mundo y en un referente, inclusive para Sívori: «Cuando estábamos en la Juve, las dos personas más importantes para la mayoría de los fanáticos católicos eran el Papa y el Gigante. Para los comunistas, Stalin y el Gigante». Charles era el único compañero al que realmente respetaba, pese a ser el blanco favorito de sus bromas —se rumorea que en un entreno le tiró hasta cuarenta caños—. No era tanto por su físico imponente. En el fondo, lo que más impresionaba al argentino eran los nervios de acero del galés.

El 13 de septiembre de 1959, Inter de Milán y Juventus de Turín disputaron la final de la Coppa Italia en el Estadio Giuseppe Meazza. Los piamonteses habían perdido hombres importantes como Benito Boldi, Giuseppe Corradi o Rino Ferrario; en su lugar, llegaron Benito Sarti, Ernesto Castano, Sergio Cervato o Severino Lojodice. Por su parte, los lombardos disponían de un ataque temible compuesto por Mario Corso, Eddie Firmani y Antonio Angelillo. En la primera media hora del encuentro, John Charles y Sergio Cervato adelantaron a la Juve, aunque Mauro Bicicli recortaría distancias. Después del descanso, Sívori sufrió una entrada bastante dura y entró en cólera, jurando en arameo hasta que logró lo inaudito: que el mismísimo Gigante perdiera la paciencia. El estadio entero fue testigo. «Charles fue y ¡pam! Le dio una bofetada. Sívori reaccionó extrañado: “¿A mí?”, “sí, a ti, compórtate bien”», contaría Boniperti. El susceptible 10, que nunca habría tolerado tal ofensa, se calmó, agachó la cabeza y obedeció. Y la verdad es que le vino bien. No solo se fabricó un jugadón para marcar el tercer gol, sino que también provocó el penalti que transformaría Cervato (1-4), sentenciando la final y dándole al club su tercera Coppa Italia.

En el verano de 1959, la Juventus eligió a Carlo Parola como nuevo director técnico y a Renato Cesarini como su segundo. El primero juntó a Boniperti y Sívori en la media punta con la idea de sumar más creatividad en zona de elaboración. El segundo no solo era una leyenda del club juventino, sino que, además, también era el mentor del crack nicoleño, sabía bien cómo manejarlo y si quería que rindiera al máximo, debía mantenerlo alejado de los líos y la dolce vita: «Escuchá, vos sos pequeño y cabezón, valés para futbolista, no para galán. Si hubieran querido un galán, habrían traído a uno que se pareciera a Gardel». Con Giampiero asentado ya en su rol como organizador, John en un excelente estado de forma —ganador del Balón de Bronce en 1959— y Omar centrado casi exclusivamente en el fútbol, el Trío Mágico estaba preparado para realizar el que sería su mejor año. Y así fue. En la liga, el equipo amarró el liderato en septiembre y no lo soltó hasta junio. La defensa se replegaba para ser compacta, comandada por un Sergio Cervato imperial; el ataque movía el juego de un lado a otro continuamente y tiraba a puerta en cuanto tenía ocasión, ahogando a sus rivales en un diluvio de goles (92 en total). Por todo ello, dominó con puño de hierro el campeonato italiano hasta adjudicarse el trofeo liguero. Esta vez, el mejor artillero de la categoría fue Sívori con 28 goles, mientras que Charles y Boniperti acabaron con 23 y 7 respectivamente.

En la Coppa Italia, la Juventus eliminó en octavos de final a la Sampdoria (5-4), en cuartos al Atalanta (2-2) —serie que se decidió por sorteo tras la prórroga y la tanda de penales— y en semis a la Lazio (3-0). El 18 de septiembre de 1960, en el Estadio de San Siro, los turineses se enfrentaron a la Fiorentina en una de las finales coperas más emocionantes de aquella época. John Charles firmó una enorme actuación anotando dos veces para contrarrestar los goles convertidos por Miguel Montuori y Dino da Costa. Omar Sívori fue expulsado una vez más por protestar en el minuto 60, dejando a los suyos en inferioridad numérica. Ya en el tiempo extra, un disparo que fue desviado por Alberto Orzan acabó en su propia portería y decantaría la balanza a favor de los blanquinegros (3-2). Aquel era el primer doblete en la historia de la Juventus, igualando una hazaña que solo había logrado antes el Torino en 1943.

FIN DE CICLO (1960-1961)

«Sívori es como un vicio. Sabes que a la larga no te hará bien, pero no puedes evitarlo». Esta famosa frase que había sido pronunciada por Umberto Agnelli cobró todo su sentido en la temporada 1960/61. Los primeros meses de competición en la Serie A presenciaron un bonito pulso entre el Inter de Milán y la Juventus de Turín. Los resultados fueron dándole ventaja a la Beneamata, impulsada con la llegada a su banquillo del técnico argentino Helenio Herrera. Al mismo tiempo, la Vecchia Signora volvía a mostrarse titubeante. Las desavenencias entre Giampiero Boniperti y Omar Sívori eran cada vez más frecuentes, puesto que este último seguía haciendo lo que le venía en gana: detestaba viajar en avión, llegaba tarde a los entrenos, comía y bebía a su antojo… aunque el domingo casi siempre era determinante. Él era así, o lo amabas o lo odiabas, y el capitán ya se había cansado de aguantarlo. El ambiente empeoró tras una nueva e inesperada decepción en la Copa de Europa. El conjunto de Carlo Parola fue eliminado en la primera fase por el CSKA de Sofía, después de haber vencido en la ida (2-0) y dejarse remontar en suelo búlgaro (4-1).

A finales de año, la salida del club de Renato Cesarini molestó tantísimo a Omar Sívori que este optó por ejercitarse en solitario, culpando a Giampiero Boniperti y negándose a pasarle la pelota en algunos partidos. Ni siquiera John Charles, cuyo rendimiento estaba ya in decrescendo, parecía ser suficiente para solucionar las continuas disputas internas. El equipo apenas pudo conseguir tres triunfos en tres meses, bajó hasta la sexta plaza en la liga y la crisis que estaba atravesando invitaba a pensar en la total resignación. Sin embargo, «cuando parece que todo está perdido, aun creyéndolo, la Juve nunca se rinde», aseguró entonces el propio Sívori. Y la reacción llegó: los integrantes del tridente antepusieron el bien común a las individualidades para unir sus fuerzas por última vez.
La afición de la Juventus anima a los suyos en el momento culmen de la temporada, justo después del partido en casa ante el Bari./ Juventus FC

La afición de la Juventus anima a los suyos en el momento culmen de la temporada, justo después del partido en casa ante el Bari./ Juventus FC

Al inicio de la segunda vuelta del campeonato italiano, la Juventus obtuvo cinco victorias seguidas. El joven Gianfranco Leoncini se consolidó como titular y dotó a la zaga de mayor intensidad, mientras que Bruno Mora, fichado en verano de la Sampdoria, ya empezó a aportar cifras anotadoras desde la banda derecha. Además, cada vez que Omar Sívori hallaba la inspiración entraba en un estado de éxtasis goleador: tres al Udinese (5-1), uno a la Lazio (1-4), otro al Torino (1-0), tres más al Bolonia (2-4)… era imposible frenarlo. En marzo, el Inter de Milán flaqueó y la Juve se puso a la cabeza de la tabla. Ambas escuadras se vieron las caras el 16 de abril en el Stadio Comunale, pero el árbitro Carlo Gambarotta se vio obligado a suspender el choque a la media hora debido a una invasión del campo. Según dictaba el reglamento, la Federación Italiana de Fútbol le otorgó el triunfo a los visitantes (0-2). Entonces, Umberto Agnelli presentó una reclamación y justamente en la víspera de la última jornada, con los bianconeri y los neroazzurri igualados a puntos, la Comisión de Apelación Federal decidió sancionar al club turinés con una multa y ordenó la repetición del duelo. El Inter, moralmente hundido con aquella resolución, se estrelló en Palermo contra el Catania y la Juventus empató en casa con el Bari (1-1), alzándose así con su duodécimo scudetto.

El 10 de junio de 1961, en la repetición de aquel partido entre la Juventus de Turín y el Inter de Milán en el que no se jugaban más que el honor, el técnico visitante Helenio Herrera alineó al equipo primavera en protesta por la polémica decisión que había dictaminado la Federación Italiana de Fútbol. Como consecuencia, Omar Sívori se dio un buen homenaje con un paseo de 6 goles —terminó la liga con 25—, lo que provocó que los juventinos le aplicaran un severo correctivo a los pipiolos interistas (9-1). Después de que se señalara el pitido final, Giampiero Boniperti entró a los vestuarios y le comunicó al masajista una noticia que prácticamente nadie esperaba en el club de las cebras: «Crova, aquí están mis botas. He terminado». El sorprendente anuncio del queridísimo capitán turinés, que aún no había cumplido siquiera los 33 años, conmocionó a toda la afición; aquel era el fin del Trío Mágico.

«Nunca se han visto jugadores tan diferentes, incluso humanamente, y tan perfectamente complementarios»

ERNESTO FERRERO

El Trío Mágico celebra su tercer scudetto el 4 de junio de 1961./ Archivo

El Trío Mágico celebra su tercer scudetto el 4 de junio de 1961./ Archivo

«Nunca se han visto jugadores tan diferentes, incluso humanamente, y tan perfectamente complementarios»
ERNESTO FERRERO

El adiós definitivo de Giampiero Boniperti y otra nueva lesión de rodilla de John Charles le daban a Omar Sívori el liderazgo absoluto de la Juventus. Giampiero dejaba atrás quince años al servicio del club de su vida, al que había llegado siendo un crío en 1946 y al que regresaría para seguir sumando éxitos ya como presidente en 1970. John aguantó una temporada más y acabó retornando al Leeds United en el verano de 1962, aunque al año siguiente volvería a Italia para jugar durante un curso en la Roma y luego finalizaría su carrera profesional en su tierra, concretamente en el Cardiff City. Antes de irse, el galés quiso resumir su aprendizaje en el fútbol italiano con una frase para el recuerdo: «Los continentales tendrán que aceptar que el fútbol es un juego de hombres, pero los británicos tienen que aceptar que el fútbol es un arte». Omar ganó el Balón de Oro en diciembre de 1961 y permanecería en Piamonte sin demasiada gloria. En el año 1965, la disciplina extrema del nuevo entrenador blanquinegro, el paraguayo Heriberto Herrera, propició la marcha del argentino rumbo a Nápoles. La salida del último miembro del Trío Mágico significó el final de un ciclo.

El Trío Mágico celebra su tercer scudetto el 4 de junio de 1961./ Archivo

El Trío Mágico celebra su tercer scudetto el 4 de junio de 1961./ Archivo

El adiós definitivo de Giampiero Boniperti y otra nueva lesión de rodilla de John Charles le daban a Omar Sívori el liderazgo absoluto de la Juventus. Giampiero dejaba atrás quince años al servicio del club de su vida, al que había llegado siendo un crío en 1946 y al que regresaría para seguir sumando éxitos ya como presidente en 1970. John aguantó una temporada más y acabó retornando al Leeds United en el verano de 1962, aunque al año siguiente volvería a Italia para jugar durante un curso en la Roma y luego finalizaría su carrera profesional en su tierra, concretamente en el Cardiff City. Antes de irse, el galés quiso resumir su aprendizaje en el fútbol italiano con una frase para el recuerdo: «Los continentales tendrán que aceptar que el fútbol es un juego de hombres, pero los británicos tienen que aceptar que el fútbol es un arte». Omar ganó el Balón de Oro en diciembre de 1961 y permanecería en Piamonte sin demasiada gloria. En el año 1965, la disciplina extrema del nuevo entrenador blanquinegro, el paraguayo Heriberto Herrera, propició la marcha del argentino rumbo a Nápoles. La salida del último miembro del Trío Mágico significó el final de un ciclo.

Durante cuatro años inolvidables, Giampiero Boniperti, John Charles y Omar Sívori habían logrado reunirse en un mismo equipo, sobreponerse a todas y cada una de sus diferencias personales y trabajar juntos para conquistar hasta un total de tres ligas y dos copas nacionales; desde luego, el fútbol que desplegaron fue realmente inmenso, marcando una época en la Serie A y devolviendo otra vez a la Juventus de Turín a la cima absoluta del balompié italiano. «Nunca se han visto jugadores tan diferentes, incluso humanamente, y tan perfectamente complementarios», escribiría con posterioridad el prestigioso literato turinés Ernesto Ferrero, reconocido seguidor bianconero. Aquel mítico tridente formado por Boniperti, Charles y Sívori sería recordado para siempre como uno de los más competitivos, pintorescos y espectaculares de la historia.

Giampiero Boniperti y Omar Sívori ayudan a John Charles tras su lesión durante el partido AC Milan - Juventus FC, en la última temporada del Trío Mágico (1960/61)./ Archivio Farabola

Giampiero Boniperti y Omar Sívori ayudan a John Charles tras su lesión durante el partido AC Milan – Juventus FC, en la última temporada del Trío Mágico (1960/61)./ Archivio Farabola