TEXTO:
GABRIEL SANTAMARINA
ILUSTRACIÓN:
JARORIRO!
E
sta historia es de aquellas que no se suelen contar en los libros ni en los periódicos. Esta historia es de aquellas que quedaron ancladas en el tiempo, cuando el fútbol aún no era analizado por miles de televisiones grabando cada jugada y cada detalle, ni existían los peinados estrambóticos o los cochazos de alta gama aparcados en las puertas de las ciudades deportivas. Esta historia se remonta a aquellos años en los que los futbolistas todavía podían pasear por la calle tranquilamente, en los que ellos mismos podían ir a comprar el pan sin ser observados ni abordados por decenas de aficionados. Esta historia pertenece al fútbol que comienza en el barrio y acaba en el club de tu ciudad, en el equipo de tus amores. Volvemos a una época sin filtros, en la que lo único que importaba era la pasión por el juego. Esta historia es de aquellas que pertenecen puramente al fútbol de verdad.
Joaquín Fernández Santomé, más conocido por todos como Quinocho, nació en la ciudad de Vigo (Pontevedra) el 17 de mayo de 1932. Se crio en el céntrico barrio de Casablanca, apodado la pequeña América debido a que muchas de sus calles tienen nombres de países latinoamericanos. «Empecé jugando en la finca de los Capuchinos y también en el Colegio Salesiano en el que estudiaba. En los recreos y al salir de clase corríamos al campo de tierra con porterías que había y allí desarrollábamos nuestra afición», contaba el mismo Quinocho en una entrevista publicada en el libro Un Celta de Primera. En 1948, con solamente 16 años, ficha por el juvenil del equipo del barrio, el SC Casablanca, por donde habían pasado futbolistas como Sobrado, Pahiño o Hermidita. «En la ficha tuvieron que falsificarme la edad, pues entonces no se podía jugar con menos de 18 años», confesaba. En sus inicios jugaba de extremo por las dos bandas, posición que ocuparía hasta 1951.
Al principio de la década de los cincuenta, el Casablanca pasó a formar parte del Real Club Celta de Vigo, convirtiéndose en su filial y compitiendo bajo el nombre de Celta Casablanca hasta 1954. «Nuestra ilusión de chavales era jugar en el Celta, era el equipo que más nos atraía, más que el Madrid, el Bilbao o el Barcelona», señalaba Quinocho. A pesar de que confiaba mucho en su gran fuerza física, Quino, como lo llamaban sus amigos, siempre se sacrificaba al máximo para mejorar como futbolista. Entrenaba cada día como el que más, por lo que lo más normal era que su dedicación y su esfuerzo se vieran recompensados tarde o temprano. Y así fue. Yayo Sanz, exjugador y entrenador del primer equipo celeste por aquel entonces, lo llamaría a sus filas cuando aún contaba con 19 años: «Un día que necesitaba un defensa me puso de lateral derecho y ya desde entonces pasé a ocupar esa demarcación».
«Nuestra ilusión de chavales era jugar en el Celta, era el equipo que más nos atraía»
QUINOCHO
«Nuestra ilusión de chavales era jugar en el Celta, era el equipo que más nos atraía»
QUINOCHO
Al principio de la década de los cincuenta, el Casablanca pasó a formar parte del Real Club Celta de Vigo, convirtiéndose en su filial y compitiendo bajo el nombre de Celta Casablanca hasta 1954. «Nuestra ilusión de chavales era jugar en el Celta, era el equipo que más nos atraía, más que el Madrid, el Bilbao o el Barcelona», señalaba Quinocho. A pesar de que confiaba mucho en su gran fuerza física, Quino, como lo llamaban sus amigos, siempre se sacrificaba al máximo para mejorar como futbolista. Entrenaba cada día como el que más, por lo que lo más normal era que toda su dedicación y su esfuerzo se vieran recompensados tarde o temprano. Y así fue. Yayo Sanz, exjugador y entrenador del primer equipo celeste por aquel entonces, lo llamaría a sus filas cuando aún contaba con 19 años: «Un día que necesitaba un defensa me puso de lateral derecho y ya desde entonces pasé a ocupar esa demarcación».
EL SALTO DE CATEGORÍA
Después del verano de 1953, el Celta de Vigo decidió ceder a Monchito y Quinocho al Club Ferrol, donde podrían disfrutar de minutos para foguearse en la siempre complicada Segunda División. Quinocho debutó con la camiseta de los diablos verdes el 4 de octubre en el Estadio de La Romareda, en la jornada 4 y encajando una severa goleada a manos del Real Zaragoza (8-1). El Ferrol normalmente ganaba casi todos los partidos que disputaba en casa, el Estadio Municipal de Inferniño, destacando los triunfos ante el Lérida (2-1), la Gimnástica de Torrelavega (2-0) o el Eibar (3-1). Sin embargo, los futbolistas ferrolanos solían desplomarse a domicilio, cayendo estrepitosamente en el Campo Municipal Las Gaunas ante el Logroñés (6-0) y en el Estadio de Mendizorroza ante el Alavés (6-0). Quinocho, titular indiscutible en las alineaciones para Juanito Vázquez, viviría en sus propias carnes el sufrimiento defensivo y la amargura de la derrota, circunstancias que, por otro lado, lo ayudaron a adquirir fortaleza mental y mejorar bastante técnicamente. Apenas le bastaron una docena de partidos (4 victorias, 1 empate y 7 derrotas) para ganarse el cariño del club y la afición a base de entrega y coraje. Aun siendo tan joven, la actitud que mostraba en los entrenamientos y los partidos no ofrecía dudas.
La etapa de Quinocho en el norte de Galicia finalizó mucho antes de lo previsto. «Durante las Navidades vinimos a pasar unos días de vacaciones, y para no perder la forma, entrenábamos con el Celta», explicaba. Tras completar la primera vuelta liguera, el Celta era el colista de la clasificación. El técnico José Iraragorri había sido destituido para ceder su puesto en el banquillo al mítico Ricardo Zamora, esta vez respaldado por Yayo Sanz como segundo entrenador. «Zamora me vio entrenar y me preguntó si me encontraba con fuerzas para jugar con el Independiente», un conjunto formado por muchos integrantes de la selección de Argentina y que en la gira que estaba realizando por Europa había doblegado a clubes muy importantes: Real Madrid (0-6), Valencia (0-3), Atlético de Madrid (3-5), SL Benfica (1-2) o Sporting de Portugal (1-8). Aquel encuentro sería amistoso y se jugaría el Día de Reyes, pero, aun así, Quinocho ni se lo pensó: «Para mí era la máxima gloria poder jugar en Balaídos».
El 6 de enero de 1954 se disputó el partido de exhibición entre Celta e Independiente, en el Estadio de Balaídos y en presencia de unas 22 000 personas. El Rojo se presentó con un auténtico equipazo en el que figuraban Rodolfo Micheli, Carlos Cecconato, Osvaldo Cruz o Ernesto Grillo, todos internacionales con Argentina. Aunque terminaron perdiendo (1-2), los locales habían cuajaron una buena actuación, sobre todo la línea defensiva. Tanto fue así que el técnico argentino, Omar Crucci, declaró que el Celta había demostrado ser tan bueno como sus otros rivales de la gira y que, a su entender, «su figura fue Quinocho». El gran rendimiento del joven lateral motivó al club vigués a recuperarlo definitivamente de su cesión en Ferrol: «Me llevaron a las oficinas del club que entonces estaban en la calle Reconquista y Ramiro Fernández Valenzuela, que era el secretario general, ya me hizo la ficha». 1954 fue inolvidable para Joaquín. No solo cumplió su sueño de jugar en Balaídos, sino que, además, conoció al amor de su vida, María Trinidad, con quien contraería matrimonio en 1956.
EL EMBLEMA CELESTE
El debut de Quinocho en Primera División se produjo el 10 de enero de 1954 en los Campos de Sport de El Sardinero ante el Real Santander (1-0). Aunque apenas era un recién llegado al primer equipo, se asentó como titular y empezó a jugar todos los partidos. Su incorporación al Celta de Vigo se había desarrollado dentro de un contexto bastante delicado, pero Ricardo Zamora y los suyos tiraron de oficio y consiguieron salir adelante para rescatar así a la escuadra celeste. Los gallegos realizaron una segunda vuelta magnífica logrando un balance de 8 victorias, 4 empates y 3 derrotas y cerraron el campeonato en la décima posición. En la 1954/55 sería el segundo futbolista de toda la plantilla con más minutos, jugando 26 partidos de liga y uno de la Copa del Generalísimo. Los celtiñas acabarían la temporada como undécimos clasificados, pese a que obtuvieron muy buenos resultados contra los clubes más punteros de la categoría. En el verano de 1955, Zamora se marchó al RCD Español y en su lugar llegó Luis Urquiri, que tomó el mando del banquillo y mantuvo al Celta en la misma dinámica que años anteriores, dejándolo de nuevo en mitad de la tabla.
Quinocho seguía una rutina de trabajo muy rigurosa. Entrenaba intensamente, se cuidaba mucho y era bastante discreto con su vida privada. Por aquel entonces, los entrenadores eran tremendamente exigentes con sus jugadores. Solo podían salir de noche una o dos veces por semana, pero el resto de los días estaba prohibido, a no ser que quisieran arriesgarse a ser multados por el club. Todo el entorno del deportista profesional era muy estricto, alejado del glamur y los focos que hoy en día rodean a las grandes estrellas. Sobre el césped, Quinocho destacaba especialmente debido a su fuerza física, su corpulencia y su disciplina táctica. Carlos Torres, extremo coruñés del Celta entre 1952 y 1957 y quien fuera gran amigo suyo, lo define como «un defensa duro pero noblote». Carlos le guarda aún mucho cariño, ya que «era extraordinario como jugador y como persona. Además, era un tío muy simpático, tenía mucha coña. En los viajes estábamos juntos y siempre me andaba haciendo cabronadas», recuerda entre risas. Así era Quino, tan serio y profesional dentro del campo como cercano y divertido fuera de él. Enseguida el lateral se transformó en el emblema de la defensa viguesa y en uno de los futbolistas más queridos por toda la hinchada.
«Quinocho era un defensa duro pero noblote»
CARLOS TORRES
El Celta vivió una buena época a mediados de los cincuenta. El equipo era uno de los más consistentes de Primera División, en gran parte gracias a los guardametas Padrón y Adauto y a la retaguardia compuesta por los Lolín, Cerdá, Otero, Villar, Las Heras, Igoa o Quinocho, cuyo rendimiento llamó la atención de clubes como el Barcelona. El 2 de junio de 1956 el Celta cerró el fichaje del argentino Alejandro el ‘Conejo’ Scopelli, procedente del Sporting de Portugal, que asumió funciones de preparador técnico y físico. Su filosofía era «formar a los equipos con un sistema de juego estable, según las características de los hombres y las tácticas, que pueden variar de acuerdo con la calidad del adversario al que se enfrente». Si bien el curso no fue bueno en cuanto a los resultados, el juego ofrecido aseguraba espectáculo, con un fútbol alegre y vistoso. Al final, la directiva valoró que lo mejor sería prescindir del argentino y contratar a un viejo conocido. Luis Casas Pasarín no solo dio pronto con la tecla, sino que puso de moda al conjunto vigués en España, pues protagonizó un año fantástico para acabar séptimo en la clasificación.
«Quinocho era un defensa duro pero noblote»
CARLOS TORRES
El Celta vivió una buena época a mediados de los cincuenta. El equipo era uno de los más consistentes de Primera División, en gran parte gracias a los guardametas Padrón y Adauto y a la retaguardia compuesta por los Lolín, Cerdá, Otero, Villar, Las Heras, Igoa o Quinocho, cuyo rendimiento llamó la atención de clubes como el Barcelona. El 2 de junio de 1956 el Celta cerró el fichaje del argentino Alejandro el ‘Conejo’ Scopelli, procedente del Sporting de Portugal, que asumiría funciones de preparador técnico y físico. Su filosofía era «formar a los equipos con un sistema de juego estable, según las características de los hombres y las tácticas, que pueden variar de acuerdo con la calidad del adversario al que se enfrente». Si bien el curso no fue bueno en cuanto a los resultados, el juego ofrecido aseguraba espectáculo, con un fútbol muy alegre y vistoso. Al final, la directiva valoró que lo mejor sería prescindir del argentino y contratar a un viejo conocido. Luis Casas Pasarín no solo dio pronto con la tecla, sino que puso de moda al conjunto vigués en España, pues protagonizó un año fantástico para acabar séptimo en la clasificación.
La temporada 1958/59 supuso el fin de una etapa en la historia celeste. Aquel año se fueron jugadores importantes, como Gausí, Azpeitia, Mauro o Cortizo, y la estrella brasileña Jaburú se borró del equipo. Finalmente, y con solo 4 victorias, el Celta bajaría a Segunda División tras catorce años en la élite. El presidente Antonio Alfageme y varios directivos dimitieron de su cargo; la nueva junta estaría en gran parte formada por conocidos contrabandistas de tabaco de la costa gallega como Celso Lorenzo Vila o Vicente Otero ‘Terito’. La entidad se ganó el sobrenombre de Celta do Fume (Celta del Humo), intentando retornar rápidamente a Primera División y sanear unas cuentas que habían quedado muy mermadas. Volvieron a confiar en entrenadores que conocían la casa como Zamora o Yayo y jugaron la promoción dos años seguidos, pero no terminaban de lograr el ascenso. Quinocho aguantaría en el club hasta 1963. En sus dos últimos años marcó sus únicos goles como celtista, más concretamente en las victorias ante Plus Ultra (2-0), Salamanca (4-2), Basconia (2-0) y Sabadell (4-1) y en la derrota contra Real Santander (1-3). Tras 181 partidos, se marcharía del «equipo de su vida». Pese a que tuvo varias ofertas de México y Panamá, prefirió quedarse en España: «Me dieron la libertad y en compañía del centrocampista Marín nos fuimos al Castellón que quería formar un equipo para ascender».
«Toda su ilusión había sido jugar en el Celta, lo consiguió y lo que más le dolió fue cuando se tuvo que marchar», subraya muy afligida su viuda Mari Trini. En la mayoría de casos las mudanzas se hacen con el sentimiento de pena de abandonar el hogar, más aún para un hombre nacido y criado en la pasión celeste. Su hija Cristina insiste en que aquel adiós fue «triste, con lágrimas en los ojos». Quinocho deseaba completar su carrera en Vigo, pero no sería así. Para la temporada 1963/64 aterrizó en el CD Castellón por mediación de su secretario técnico, Camilo Liz. «Hubo un recibimiento apoteósico, lo recibieron como a una estrella porque venía de jugar en Primera División», rememora Mari Trini. Durante sus tres primeras campañas en el equipo, los albinegros siempre fueron campeones del Grupo IX de Tercera División. No lograrían ascender hasta 1966, tras superar en la promoción de ascenso primero al Gimnástico de Tarragona (0-0 y 1-0) y luego al Eldense (4-2 y 0-2). Justamente en aquella eliminatoria, Quinocho sufriría una de las dos únicas expulsiones de toda su carrera profesional. «Estaban peleándose entre varios y él se metió a decir que los iban a expulsar a todos, que lo dejaran. Al final le dieron a él y le rompieron la nariz», percance que le obligó a disputar los siguientes encuentros con unos tubos de goma que le permitían respirar. Por todo esto y por su carácter impulsivo y fogoso también se ganó el respeto de toda la afición castellonense.
Junto con Pedro Alcañiz, José Aznar y Cela, Quinocho formó una de las mejores defensas en toda la historia del Castellón. Con oficio y sin concesiones de ningún tipo consiguieron subir al equipo a la Segunda División. En su vuelta a la categoría de plata (1966/67), los orelluts se clasificaron en tercer lugar, a tan solo tres puntos de disputar la fase de ascenso a Primera. Al año siguiente, el equipo solo pudo ser décimo, pero debido a una restructuración de la división descenderían a Tercera con otro buen puñado de clubes. Ya con 35 años y tras haber pasado por una operación de menisco, Quinocho había llegado a Vigo para jugar un partido cuando un periodista lo vio y preguntó: «¿Este es el Quinocho que jugaba en el Celta? ¡Si es más viejo que Napoleón!». Después de oír aquel comentario, Joaquín le dijo al entonces presidente del club, Emilio Fabregat: «Presidente, me retiro». De esta forma, anunció que dejaba los terrenos de juego, aunque Fabregat, «que lo quería muchísimo, le propuso quedarse como secretario técnico para hacer un equipo con aspiraciones».
Quinocho decidió aceptar la propuesta de Emilio Fabregat y continuó ligado al Castellón. Su etapa como dirigente se caracterizó por su buena relación con el resto de los clubes españoles. Nada más ponerse al mando de la secretaría técnica castellonense concretó el fichaje de su paisano Félix Carnero, centrocampista procedente del Celta. El equipo solo tardó un año en regresar a la Segunda División, clasificándose en undécimo lugar en la temporada siguiente. Para la 1970/71, Quinocho armó un plantel muy competitivo incorporando, entre otros, a Andrés Mendieta, Jesús Babiloni y Vicente del Bosque (Real Madrid), José Antonio González y Abel Fernández (Celta), Demetrio Oliver y Santi Guerrero (Real Betis), Jorge Cayuela (Valencia), Manuel Clares (Rayo Vallecano), Vicente García (Las Palmas), Diego Gutiérrez (Sabadell), Antonio Amengual (Sevilla) y Joaquín Ortiz (Córdoba). Debido a que los jugadores castellonenses no arrancaron del todo bien, a mitad de campaña se produjo un cambio de entrenador con la salida de Vicente Dauder y la llegada de Lucien Müller, un exfutbolista francés del Real Madrid y el FC Barcelona que había colgado las botas recientemente en el Stade de Reims. La reacción fue casi inmejorable, remontando hasta amarrar la sexta posición. Y decimos casi porque el conjunto blanquinegro se quedó a solo dos puntos de lograr un ascenso que ni los más optimistas hubieran esperado.
«En Castellón decían que para jugar en el club había que ser gallego o francés», explica Mari Trini, ya que Quinocho solía traer jugadores de equipos de su tierra (Félix, González o Miñán). «Fue la mejor época del Castellón», pues con Fabregat en la presidencia, Quinocho en la dirección deportiva, el francés Müller en el banquillo y algunos retoques en la plantilla, en junio de 1972 los albinegros subieron a Primera División después de veinticinco años. La temporada 1972/73 se convertiría en la mejor de la historia del club hasta hoy. En liga consiguió un sorprendente y meritorio quinto puesto y en copa realizó una actuación brillante eliminando a Real Valladolid (5-0 y 1-0), Valencia (0-0 y 0-1), Real Betis (4-0 y 2-0) y Real Gijón (2-0 y 0-1). La final le enfrentaría con un grande como el Athletic de Bilbao: «Llegaron a Madrid con una ilusión tremenda, pero cuando se vieron en el campo contra el Athletic, que ganaba todas las copas en aquella época, los jugadores se vieron allí como diciendo “Dios, a dónde llegamos”, porque no lo esperaban». El Estadio Manzanares, sede de la final, contempló cómo el conjunto vasco se proclamaba campeón copero por vigésimo segunda vez en su historia (2-0). Llegar a la final y ser subcampeón ya era de por sí un logro enorme para los castellonenses, a quienes hicieron «un recibimiento grandioso».
«En Castellón decían que para jugar en el club había que ser gallego o francés»
MARI TRINI
«En Castellón decían que para jugar en el club había que ser gallego o francés»
MARI TRINI
Joaquín siempre tuvo una conexión importante con el mar y vivió durante mucho tiempo frente a él. Cuando él y su familia llegaron a Castellón decidieron irse a vivir a El Grao, un humilde barrio de pescadores situado aproximadamente a 15 kilómetros del centro de la ciudad. Este detalle enamoró a los habitantes de este lugar. «Para los de El Grao era un orgullo que nos quedásemos a vivir allí», hasta el punto de que cada vez que el equipo volvía de ganar como visitante los aficionados lo recibían con una traca enfrente de su casa. En 1974, Quinocho abandonó Castellón tras once años en la ciudad. El día de su marcha, Chencho, periodista de Radio Castellón, empezó el programa de forma escandalosa exclamando: «¡Se nos ha ido Quinocho, se nos ha ido!». Mucha gente pensó en lo peor. «Fui a la peluquería y las chicas de allí me miraban raras y me preguntaron “¿qué pasó?”, y les dije que nada, que nos íbamos a Vigo. Pensaban que había tenido un accidente porque Chencho era exageradísimo», recalca Mari Trini. El arraigo y el cariño por esta tierra lo llevaría a mantener su casa en El Grao con el sueño de poder disfrutar de una plácida jubilación. A pesar de las continuas ofertas del club para que volviese, nunca podría regresar: «Todos los años le pedían que volviera».
REGRESO A VIGO
La salida de Quinocho del Castellón había empezado a gestarse cuando el Celta de Vigo visitó Valencia para jugar un partido de liga. El que entonces era presidente celtiña, Antonio Vázquez, lo llamó para proponerle que se hiciera cargo de la gerencia del club. «Aunque en Castellón estaba muy bien y me costaba marcharme, me decidí porque el Celta me tiraba. Siendo de Vigo y celtista, para mí lo máximo era estar aquí», reconocería Quinocho. La petición de su madre, que aún vivía en Vigo y estaba sufriendo problemas de salud, terminó de convencerle para que tomase la decisión de volver a casa. Así las cosas, Joaquín Fernández Santomé fue nombrado como gerente del Celta en 1974. Durante estos años el club navegaba en un mar de incertidumbres, con continuos cambios de directiva y encadenando descensos y ascensos entre la Primera y la Segunda División. La temporada 1976/77 sería testigo de una de las anécdotas que mejor reflejan la desconcertante situación que atravesaban los vigueses; el portero argentino Carlos Fenoy, responsable de ejecutar los lanzamientos de penalti, fue el máximo goleador del equipo en una de las peores campañas de su historia. Fruto de toda esta inestabilidad, el Celta acabaría bajando a Segunda B en 1980.
La buena gestión de Quinocho sería determinante para sacar al club vigués del pozo. En primer lugar, contrató a Milorad Pavic, un entrenador yugoslavo con experiencia en los banquillos de equipos belgas, españoles y portugueses. En segundo lugar, realizó una fuerte reconstrucción de la plantilla. Apostó por gente de la casa como Antonio Gómez, Javier Canosa, Gelo Castiñeiras, José Lemos, Manolo Rodríguez, Suso Santomé, Carlos Lago, Quecho, José Carlos Suárez y el prometedor Pichi Lucas, mientras que respecto a la anterior etapa apenas permanecieron Joan Capó, Ademir, Juan José del Cura y Mori. El Celta arrasaría en el Grupo I, perdiendo tres veces en todo el año y finalizando como campeón de la categoría. Una vez ascendido, mantuvo el grupo y solamente incorporaría a Javier Maté (Burgos), Josep Mercader y Santiago Mina (Sabadell), Javi Menéndez (Almería), Julián Serrano (Osasuna) y José María Bengoetxea (Athletic). Los resultados respaldaron esta decisión, pues los gallegos volverían a ser campeones, esta vez en Segunda División, regresando a la élite dos años después.
Quinocho también se encargaba de mantener unas relaciones diplomáticas impecables con todos los clubes y las instituciones del fútbol español: «Santiago Bernabéu le había caído siempre muy bien y tenía una relación muy estrecha tanto con él como con el presidente que vino después, Ramón Mendoza». Cada vez que llegaba a la capital de España, el Real Madrid le brindaba un trato excepcional, e incluso «el alcalde de Vigo, Manuel Soto, se quedaba boquiabierto, porque a ningún gerente de ningún equipo lo iba a recibir el coche del Real Madrid con el chófer a su entera disposición». Este vínculo amistoso con los dirigentes blancos ya le fue muy útil durante su etapa en Castellón, cuando logró los fichajes del portero vizcaíno Andrés Mendieta y el defensa castellonense Pascual Babiloni, además de la cesión de un joven y prometedor Vicente del Bosque; pero, igualmente, «siempre se llevaba bien con todos los equipos». «El gerente del Barcelona (Josep Lluís Núñez) también era muy amigo suyo, le mandaba corbatas con los colores del Barça al inicio de cada temporada», motivo que provocaba continuas bromas entre Quinocho y Ramón Mendoza. En una ocasión, el presidente madridista fue a recibirlo personalmente y, tras verle con la corbata blaugrana, le dijo entre risas: «Quinocho, me has matado, me has herido en el corazón», no sin antes darle un cariñoso abrazo de bienvenida.
Después de que el Celta recuperara la máxima categoría liguera en 1982, Quinocho llevaría Vigo a otro nivel. A raíz de la buena relación de la gerencia viguesa con la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), la ciudad olívica se convirtió en una de las sedes para la Copa del Mundo de España 1982: «Todo lo llevó él y, además, hicieron sede a Vigo por él, no por ninguna otra cosa. En el futbol tenía las puertas abiertas en todas partes». Así, el Estadio de Balaídos acogió los tres partidos del Grupo 1 en la primera fase del torneo: Italia–Polonia (0-0), Italia–Perú (1-1) e Italia–Camerún (1-1). Curiosamente, la selección de Italia se coronaría como la ganadora de aquel campeonato, alzándose con su tercera Copa del Mundo. Tras el paréntesis mundialista, la temporada 1982/83 se presentaba ilusionante para el celtismo. No obstante, un mal comienzo y una prolongada racha negativa condenaron de nuevo al Celta a Segunda División. Ya en la 1984/85, con Félix Carnero como entrenador, el equipo recuperó su plaza entre los grandes. El vaivén de categorías continuó con el descenso en el curso más flojo de su historia (1985/86), el nuevo ascenso (1986/87) y, por fin, un año brillante en Primera División con un séptimo puesto (1987/88).
REFLEXIÓN DE QUINOCHO SOBRE FÚTBOL, ECONOMÍA, JUGADORES Y AFICIONES EN UNA ENTREVISTA PARA EL LIBRO UN CELTA DE PRIMERA
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El fútbol es muy difícil porque hay muchos intereses económicos, todo circula alrededor del dinero. A los jugadores hay que pagarles muy bien, y no son máquinas, por lo que pueden tener temporadas buenas, regulares o malas.
Si te cogen las malas, hay que pagarles igual y la afición no da el mismo apoyo. De ahí vienen los desfases económicos. En cambio, si se realiza una buena temporada, la afición no protesta porque se le incrementen las cuotas para cubrir el presupuesto, y aunque protesten se olvidan en cuanto salen de ver un buen partido.
Y con todo, aunque se tenga mucho dinero a veces no se logran los objetivos, porque como en el fútbol todo se basa en el gol influye la suerte en determinados partidos.
EL ADIÓS DE UN GRAN HOMBRE
Vigo, 20 de octubre de 1988. 18:25 horas de un día lluvioso. Las oficinas del Celta de Vigo estaban ya casi desiertas. Ángeles Santos ultimaba los detalles del viaje del primer equipo a San Sebastián para un partido de liga y las otras dos secretarias, Pilar y Dolores, estaban ocupándose de las tareas que aún quedaban pendientes. Quinocho se encontraba en su despacho hablando por teléfono con la gerente del Deportivo de La Coruña, Berta Vales, cuando llamaron a su puerta. De repente, dos hombres a las que las secretarias habían confundido con mensajeros entraron en la habitación, cubiertos con pasamontañas y armados con un cuchillo y un revólver. El objetivo de estos atracadores era robar el dinero que el Celta iba a destinar para cubrir el traslado del equipo a San Sebastián, pero querían más. Efectuaron dos disparos contra una mesa mientras las secretarias observaban horrorizadas. Quinocho defendió las oficinas del club y se enfrentó a los atracadores, lanzándoles un cenicero y recibiendo inmediatamente varias puñaladas. «Cógeme, Angelines, cógeme que me muero» serían las últimas palabras del entonces gerente vigués. La hoja del cuchillo le había atravesado el costado y había llegado al corazón, por lo que falleció antes de ingresar en el Hospital Povisa.
El encuentro entre la Real Sociedad y el Celta fue suspendido. Todo el universo del fútbol se disponía a vestirse de luto con el fin de llorar la pérdida de uno de sus más ilustres y queridos miembros. «Fue un asesinato alevoso de un hombre bueno y cariñoso con todos», declararía el portero Javier Maté. Y es que Quinocho siempre había estado muy unido tanto a la plantilla como a la entidad celeste, por la que se desvivió hasta el instante de su último aliento. Por su parte, los asaltantes, que habían huido en una moto azul y blanca ayudados por un tercero, serían arrestados siete días más tarde. Tras su detención reconocerían los hechos de los que se les acusaba, ya que la policía había incautado el revólver calibre 38, cuchillos de monte, la moto utilizada en la huida y las chaquetas que portaban en el momento del atraco. El autor intelectual del delito había sido un exjugador juvenil originario de la República Federal Alemana, que había jugado en el club hasta 1985. Posteriormente, el 25 de mayo de 1989, se conocería la sentencia. José Bernárdez y Antonio Marcote, autores materiales, fueron condenados a 34 años, mientras que Luis Gallego, autor del plan, a 17 años.
«No hubo una manifestación en Vigo en la que hubiera tanta gente como en el día del entierro», nos cuenta la viuda de Quinocho, Mari Trini. Al funeral acudieron más de 10 000 personas. El Estadio de Balaídos fue el lugar donde se realizó la misa y donde se instaló la capilla ardiente. El féretro sería llevado a hombros por la plantilla del Celta hasta el cementerio de Pereiró, mientras que desde los balcones lanzaban flores a su paso. Aun con una intensa lluvia, millares de personas acompañaron a la comitiva fúnebre por las calles viguesas. Entre aquellos asistentes, además de sus familiares y sus amigos, estuvieron presentes los jugadores, el cuerpo técnico y los directivos del club, el presidente de la RFEF, Ángel María Villar, su secretario general, Jesús Samper, el presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), Antonio Baró, el director general de Deportes de la Xunta de Galicia, José Otero, el alcalde de Vigo, Manuel Soto, expresidentes del Celta, antiguos compañeros… Quinocho fue enterrado con la Medalla de Plata de la Real Orden del Mérito Deportivo que la Xunta le concedió a título póstumo. También se celebrarían homenajes en su memoria en Castellón y en Panamá, donde hay ubicada una peña celtista debido a la numerosa inmigración procedente del pueblo orensano de Carballino. «Quinocho no merecía un final así» era la frase que más se repetiría.
«Otros anhelaban jugar en el Madrid, en el Barcelona o en el Bilbao, yo solo soñaba con el Celta»
QUINOCHO
A finales del verano de 1995, superada la crisis de los avales, los dirigentes del Celta decidieron crear el Trofeo Memorial Quinocho como homenaje al hombre que dedicó su vida al fútbol y al club de su corazón. «Otros anhelaban jugar en el Madrid, en el Barcelona o en el Bilbao, yo solo soñaba con el Celta», solía decir Quinocho, un hombre con una humildad sin límites que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Desde aquí le damos las gracias, allá donde esté, por todo lo que hizo por el fútbol a lo largo de su carrera, ya fuera en Ferrol, Vigo, Castellón o cualquier otro lugar, ya fuera como futbolista, como gerente o como persona. También nos gustaría darle las gracias a aquellos que han colaborado en este reportaje: gracias al Racing de Ferrol y al CD Castellón, con especial mención a Ximo Alcón, por ponernos a su disposición una documentación muy valiosa; gracias a Carlos Torres Barallobre, exfutbolista de Celta, Espanyol, Málaga y Deportivo de La Coruña y amigo personal de Quinocho; y gracias, cómo no, a su familia, a su viuda Mari Trini y a su hija Cristina por abrirnos sus puertas y atendernos con tanta amabilidad. En definitiva, gracias a aquellas personas que han hecho posible que la memoria de Joaquín Fernández Santomé siga formando parte de la historia del Celta de Vigo y del fútbol español.