José Gordillo
Periodista y editor
NUESTRO MUNDO ESFÉRICO
S
omos habitantes de una aldea global. Este concepto acuñado por el filósofo canadiense Marshall McLuhan esconde una de las paradojas de la sociedad contemporánea: la necesidad de sentirnos únicos. Y es que todos queremos otorgarle un significado especial a nuestra existencia. A partir del momento en el que usamos la razón, nos embarcamos en una búsqueda personal condicionada por nuestro entorno y el modo en que afrontamos la vida. Por si fuera poco, cada vez nos presentan más realidades en las que podemos vernos reflejados, sentimientos colectivos a la carta que conforman y refuerzan el carácter. Al final, la naturaleza humana se va diluyendo en un mar de identidades.
Al aterrizar en Cancún, México, experimenté sensaciones muy distintas a todo lo que había conocido. Fue como enfrentarme a un enigma. El clima, la fauna, la vegetación y el paisaje me impresionaron, aunque eran aspectos sobre los que ya iba bien informado. Lo que realmente me causaba curiosidad era su gente. España y México comparten un idioma y un pasado en común —como expuso el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, «el castellano no solo trasciende las fronteras geográficas, sino las históricas»—. Sin embargo, no existen dos países con la misma forma de ver el mundo, al igual que dos historias que sean idénticas. De hecho, el contraste cultural es bastante amplio, desde la cortesía a la relación con la muerte, pasando por la gastronomía y sus costumbres alimentarias. ¿Era posible conectar en tan poco tiempo con personas de un lugar tan lejano?
El chef Gerardo empezó explicándome que toda su admiración por Sergio Ramos se debía al enorme valor que tienen para el aficionado mexicano cualidades como la entrega, la garra y el liderazgo. Sin duda, aquel era otro loco del fútbol. Cada vez que coincidíamos el debate estaba servido, junto con guarniciones de pronósticos para la Copa del Mundo de Brasil que se jugaría meses más tarde. Eso sí, recuerdo que siempre me acababa diciendo aquello de «¡sepa la bola, güey!», expresión que va más allá del fútbol y que se utiliza desde la Revolución mexicana, aludiendo a la incertidumbre y refiriéndose por bola a gente muy diversa que se unía para un fin. Por cierto, España tuvo un papel decepcionante en el Mundial, llevando aquella camiseta solamente en su último partido, que también supuso su única victoria en el torneo.