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Nos encantan las historias. El fútbol se ha hecho a base de ellas y siempre hay alguna nueva que contar. Historias que pasan de padres a hijos y de abuelos a nietos. De cada partido, de cada jugador, de cada equipo y de cada campeonato surgen acontecimientos que acaban transformándose en verdaderos hitos históricos de este deporte. Un claro ejemplo de lo que hablamos es el que vamos a contar en el siguiente reportaje: sobre cómo un club italiano que militaba en segunda división, archiconocido en la actualidad, fue capaz de levantar la copa nacional de su país, en gran medida gracias al buen hacer de un menudo entrenador argentino.

TEXTO:
DAVID RUIZ
ILUSTRACIÓN:
SEBASTIÁN MARTOS
DIEGO URIBE

P
ara contar esta historia es necesario contextualizar y realizar un viaje hacia la década de los sesenta. Los maravillosos sesenta presenciaron algunos de los sucesos más reseñables del siglo XX: la construcción del Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II, el involvidable discurso pronunciado por Martin Luther King, el origen de la contracultura y el movimiento hippie, la Revolución Cultural Proletaria en China, los asesinatos de John F. Kennedy, Malcolm X, Ernesto el ‘Che’ Guevara o el mismo Luther King, el auge de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la etapa más característica del cineasta Alfred Hitchcock… Aquella época marcó un antes y un después en el devenir de la humanidad y, como no podía ser de otra manera, también lo hizo en lo futbolístico. Este reportaje aborda una de las grandes proezas deportivas ocurridas en Italia, concretamente en una de las zonas más perjudicadas por la mafia y, a su vez, la que más ha sabido superar las adversidades, reconocerse a sí misma y remar como una familia. Hablamos de Nápoles, la ciudad más poblada del sur de Italia y que durante años ha registrado las mayores tasas de desempleo del país; un lugar que posteriormente disfrutaría de uno de los mejores jugadores de toda la historia, Diego Armando Maradona. Faltaban más de dos décadas para que el Pelusa se coronara rey en el Vesubio, pero la pasión de los napolitanos por el fútbol ya era una de las más sonadas en Europa.

«La capital mundial del estereotipo, hasta el punto de que cuando el equipo de fútbol va a jugar a cualquier otra ciudad de Italia, la afición rival no se mete con los jugadores, sino con los napolitanos». Estas palabras fueron pronunciadas por el filósofo Giuseppe Ferraro para un reportaje sobre la Camorra en el diario español El País y reflejan a la perfección lo que la Società Sportiva Calcio Napoli ha llevado consigo desde sus inicios como institución deportiva. El Nápoles —denominado entonces como Associazione Calcio Napoli— era por aquellos años un fijo en la Serie A, con tan solo un par de descensos tras su fundación en 1926. Sin embargo, todavía no había logrado afianzarse en la élite del fútbol transalpino. En la temporada 1960/61, un penúltimo puesto liguero condenaba al cuadro partenopeo a jugar la Serie B por cuarta vez en su historia, lapidando las ilusiones de una población que siempre se ha sentido muy ligada al club de su ciudad. Contra todo pronóstico, sería el inicio de una hazaña que nadie ha sido capaz de igualar más de medio siglo después y que el Nápoles llevaría a cabo siendo fiel a su idiosincrasia sureña, cercana y tenaz; una gesta única que define muy bien al pueblo napolitano y que pasamos a desgranar a continuación.

Formación del Nápoles en la temporada 1956/57. De izquierda a derecha: Comaschi, Romagnolo, Morin, Franchini, Vinício, Bugatti (arriba); Pesaola, Beltrandi, Brugola, Greco y Gramaglia (abajo)./ Guido Di Domenico

Formación del Nápoles en la temporada 1956/57. De izquierda a derecha: Comaschi, Romagnolo, Morin, Franchini, Vinício, Bugatti (arriba); Pesaola, Beltrandi, Brugola, Greco y Gramaglia (abajo)./ Guido Di Domenico

El Nápoles se adentraba en la década de los sesenta después de decirle adiós a su principal figura: Luís Vinício. El atacante brasileño, apodado O Lione, había marcado 69 goles durante sus cinco temporadas en Campania, pero optó por cambiar de aires y probar suerte en Bolonia. Lo cierto es que la irregularidad que arrastraban los azzurri provocó la salida de hombres importantes Luciano Comaschi, Rodolfo Beltrandi, Sergio Morin, Sandro Vitali, Gennaro Rambone, Cesare Franchini, Amedeo Gasparini y Bruno Pesaola hicieron las maletas en aquel verano de 1960. Se avecinaban tiempos difíciles. Al curso siguiente, el entrenador Amedeo Amadei se encontró con demasiados problemas para poder gestionar el vestuario debido a sus continuas desavenencias con los dueños del club. Al final, los napolitanos acabarían consumando el descenso de categoría. En una situación tan delicada, no les quedó otra que desprenderse de la mayoría de sus futbolistas, incluidos algunos emblemas que aún aguantaban como el portero Ottavio Bugatti y el líbero Celso Posio. En la plantilla solamente permanecieron el guardameta Pacifico Cuman, los defensas Luigi Bodi, Guglielmo Costantini, Elia Greco, Dolo Mistone y Gianfelice Schiavone, el mediocentro Antonio Girardo y el punta argentino Juan Carlos Tacchi. En definitiva, el regreso obligado a la Serie A requería una reconstrucción profunda.

«UN GRAN NÁPOLES PARA UNA GRAN NÁPOLES»

Achille Lauro, empresario, político y máximo accionista del Nápoles, controlaba el club con una comisión de su confianza compuesta por el presidente Alfonso Cuomo y los directivos Luigi Scuotto y Giuseppe Muscariello. El Comandante, como llamaban a Lauro, se propuso armar un bloque con el que poder competir contra los mejores. En primer lugar, invirtió bastante dinero en dos futbolistas contrastados en la élite para darle empaque al equipo: el lateral diestro Giovanni Molino (Lazio) y el pivote Pierluigi Ronzon (Milan). Asimismo, apostó por traer jóvenes talentos como el portero Walter Pontel (Catania); el lateral zurdo Mauro Gatti (Inter de Milán); los centrocampistas Luigi Simoni (Mantova), Rosario Rivellino (Cirio) y Ugo Tomeazzi (Torino); los extremos Gianni Corelli (SPAL) y Glauco Gilardoni (Lecco); y el delantero centro Giovanni Fanello (Milan). Además, también llegó una de las grandes sensaciones en la última edición de la Serie B, el medio ofensivo Achille Fraschini (Palermo). Entre todos aquellos fichajes, destacaría especialmente el udinés Pierluigi Ronzon, que sería capitán durante los seis años que vistió la camiseta azulada. En la parcela técnica, el ídolo local Attila Sallustro había sido la solución de urgencia en los últimos partidos de la campaña anterior. Para ocupar el cargo contrataron a Fioravante Baldi, exjugador con algo de recorrido en los banquillos y que venía de ascender al Palermo. En su afán por potenciar su imagen como alcalde reelecto de la ciudad, Lauro lanzó un lema para ilusionar a la afición: «Un gran Nápoles para una gran Nápoles».

«Un gran Nápoles para una gran Nápoles»

ACHILLE LAURO

Achille Lauro es uno de los dirigentes más afamados en la historia del Nápoles, puesto que incluso dio resonancia al club como alcalde de la ciudad./ Archivo

Achille Lauro es uno de los dirigentes más afamados en la historia del Nápoles, puesto que incluso dio resonancia al club como alcalde de la ciudad./ Archivo

Achille Lauro es uno de los dirigentes más afamados en la historia del Nápoles, pues incluso dio resonancia al club como alcalde de la ciudad./ Archivo

Achille Lauro es uno de los dirigentes más afamados en la historia del Nápoles, pues incluso dio resonancia al club como alcalde de la ciudad./ Archivo

«Un gran Nápoles para una gran Nápoles»
ACHILLE LAURO

Después de un año tan convulso, el Nápoles encaraba el curso 1961/62 con el objetivo de retornar lo más pronto posible a la Serie A. La competición liguera abriría con un encuentro ante el Novara en el Estadio San Paolo, en el que un tempranero gol anotado por Achille Fraschini encarriló la victoria local (1-0). El arranque fue esperanzador y el equipo permaneció invicto hasta la sexta jornada contra la Lazio (0-2). Sorprendentemente, a partir de ahí se desinfló y ganó un solo duelo de los diez que disputó, mostrando un juego muy pobre y poco combinativo. «No podemos ganar si nos rendimos tan fácilmente», declaraba Dolo Mistone, uno de los pesos pesados del vestuario. Ante aquel panorama, Fioravante Baldi quiso presentar su dimisión, pero esta fue rechazada por el club, que intentó dar un golpe de efecto firmando al extremo internacional Amos Mariani (Lazio). Hasta entonces, las pocas alegrías llegaban en la Coppa Italia. En primera ronda con el Alessandria, disputada en agosto, los goles de Glauco Gilardoni y Renzo Cappellaro habían mandado la eliminatoria a la tanda de penales (1-1), resolviéndose a favor de los napolitanos gracias al acierto de Luigi Bodi (6-5) —por aquella época todos los lanzamientos eran ejecutados por el mismo jugador—. En la segunda fase, disputada a mediados de octubre, esperaba un conjunto de Serie A como la Sampdoria. A pesar del mal momento de forma que atravesaba el Nápoles, su defensa resistió durante los ciento veinte minutos (0-0); al igual que en la ronda anterior, los azzurri pudieron imponerse desde los once metros, esta vez con Gianni Corelli como protagonista (7-6).

Después de un año tan convulso, el Nápoles encaraba el curso 1961/62 con el objetivo de retornar lo más pronto posible a la Serie A. La competición liguera abrió con un encuentro ante el Novara en el Estadio San Paolo, en el que un tempranero gol anotado por Achille Fraschini encarriló la victoria local (1-0). El arranque fue esperanzador y el equipo permaneció invicto hasta la sexta jornada contra la Lazio (0-2). Sorprendentemente, a partir de ahí se desinfló y ganó un solo duelo de los diez que disputó, mostrando un juego muy pobre y poco combinativo. «No podemos ganar si nos rendimos tan fácilmente», declaraba Dolo Mistone, uno de los pesos pesados del vestuario. Ante aquel panorama, Fioravante Baldi quiso presentar su dimisión, pero esta fue rechazada por el club, que intentó dar un golpe de efecto firmando al extremo internacional Amos Mariani (Lazio). Hasta entonces, las pocas alegrías llegaban en la Coppa Italia. En primera ronda con el Alessandria, disputada en agosto, los goles de Glauco Gilardoni y Renzo Cappellaro habían mandado la eliminatoria a la tanda de penales (1-1), resolviéndose a favor de los napolitanos gracias al acierto de Luigi Bodi (6-5) —por aquella época todos los lanzamientos eran ejecutados por el mismo jugador—. En la segunda fase, disputada a mediados de octubre, esperaba un conjunto de Serie A como la Sampdoria. A pesar del mal momento de forma que atravesaba el Nápoles, su defensa resistió durante los ciento veinte minutos (0-0); al igual que en la ronda anterior, los azzurri pudieron imponerse desde los once metros, esta vez con Gianni Corelli como protagonista (7-6).

La Coppa Italia era poco más que un bálsamo para el Nápoles, puesto que su rendimiento en liga y, por tanto, sus perspectivas de cara al futuro no invitaban demasiado al optimismo. A finales de año, consiguió romper su racha negativa venciendo al Alessandria (4-3) —eso sí, habiendo tenido que remontar tres veces en el marcador—, pero en las siguientes fechas volvería a dejarse varios puntos al tropezar contra el Cosenza (1-1) y el Hellas Verona (0-0). Incluso el Prato, uno de los rivales más flojos de la categoría, le hizo sufrir bastante para poder asegurarse su quinto triunfo en casa (2-1). El equipo seguía siendo un desastre y se tambaleaba cada vez más; le costaba un mundo hacer goles, nunca terminaba de ser fiable en su feudo y parecía incapaz de ganar lejos del él. De hecho, concluyó la primera vuelta con otro fracaso a domicilio frente al modesto Sambenedettese (1-0). Cuando se había alcanzado ya el ecuador de la temporada, tenía un balance liguero muy pobre para sus aspiraciones (5 victorias, 8 empates y 6 derrotas en 19 partidos), situándose en la mitad de la tabla y en serio peligro de que se les escapara cualquiera de sus opciones de ascenso. La preocupación era evidente y las alarmas comenzaron a activarse.

“BENVENUTO, PETISSO”

El 28 de enero de 1962, en el primer encuentro de la segunda vuelta del campeonato de la Serie B, el Nápoles perdió de nuevo como visitante, en esta ocasión ante el Novara (2-1). Aquel enésimo revés fue el detonante para que a sus dirigentes se les agotara toda la paciencia, a la vez que su técnico, Fioravante Baldi rogaba ser destituido lo antes posible. Según la recomendación de Roberto Fiore, directivo y futuro presidente de la entidad, Achille Lauro se fijó en Bruno Pesaola. El argentino, conocido como el Petisso por su baja estatura, había dejado muy buena huella en el club durante sus ocho años como futbolista, desempeñándose como extremo izquierdo y formando un tridente memorable junto a Giancarlo Vitali y el sueco Hasse Jeppson. En aquel momento estaba viviendo su primera experiencia en los banquillos entrenando al Scafatese de la Serie D. «Sigue tu corazón», le aconsejó el presidente canarino, consciente de que una llamada como la del Nápoles no le dejaba más remedio que liberarlo. El gran inconveniente era que el bisoño entrenador de Avellaneda todavía no tenía licencia para dirigir en la Serie B. No obstante, Lauro utilizaría sus recursos para que la Federación Italiana de Fútbol hiciera una excepción. Y así fue.

El argentino Bruno Pesaola, que había jugado ocho años en Nápoles, fue la apuesta en el banquillo para reflotar al club partenopeo, al que entrenaría durante cuatro etapas diferentes./ Archivo

El argentino Bruno Pesaola, que había jugado ocho años en Nápoles, fue la apuesta en el banquillo para reflotar al club partenopeo, al que entrenaría durante cuatro etapas diferentes./ Archivo

Bruno Pesaola era un competidor nato. Desde el primer minuto en el que asumió la dirección del banquillo le cambió la cara a un Nápoles que llevaba ya demasiado tiempo deprimido. Siempre se le veía muy nervioso por el área técnica, fumando cigarrillos como un cosaco —unos cuarenta y tantos por partido— y sin despegarse nunca de su inconfundible abrigo de camello, que se convirtió en su gran amuleto de la suerte. Generoso, alegre y risueño, le imprimió mucho carácter y entusiasmo a los jugadores, además de poner en práctica continuamente su sobresaliente sagacidad táctica. Tal como lo describiría posteriormente el periodista romano Sandro Sabatini, era «astuto como un argentino e irónico como un napolitano». El propio Pesaola confesaría que en determinadas ocasiones le gritaba a sus hombres para que retrocedieran mientras con las manos indicaba lo contrario. Un personaje de los pies a la cabeza que solo necesitó jornada para ganarse a la grada.

La primera alineación que dispuso Bruno Pesaola en el Nápoles se basaba en un esquema de 3-3-4 con Pontel; Molino, Schiavone, Mistone; Girardo, Fraschini, Ronzon; Mariani, Corelli, Fanello y Tacchi. Aquel 4 de febrero en el Estadio San Paolo, los goles de Achille Fraschini y Giovanni Fanello les dieron la victoria a los napolitanos ante uno de los contrincantes más duros de toda la liga como era el Módena (2-0). Las dos próximas citas tuvieron un desenlace muy similar, en primer lugar contra el Parma (0-2) y luego contra el Lucchese (1-0), ganando así fuera de casa tras nueve salidas sin hacerlo y encadenando unos tres triunfos consecutivos por primera vez en la temporada. El equipo solucionó sus problemas de cara a portería insistiendo en el juego por bandas y en la llegada de jugadores desde la segunda línea, sin que ello le supusiera perder su solidez defensiva. La fórmula del Petisso funcionaba.

La buena dinámica de resultados permitió que el Nápoles saliera de la zona peligrosa de la tabla y fuera, poco a poco, metiéndose de lleno en la lucha por el ascenso: Brescia (1-1), Lazio (0-0), Como (3-1), Messina (4-2), Catanzaro (1-2)… Ni siquiera la abultada derrota sufrida a manos del líder fue un encuentro plácido para sus oponentes, pues el Genoa no lo cerró hasta que Mario Pantaleoni anotó un doblete en los minutos finales (1-4). Nada podía mermar los renovados ánimos de los napolitanos, quienes no hincarían más las rodillas en varios meses. Indudablemente, Bruno Pesaola estaba demostrando que poseía una grandísima capacidad futbolística, humana y psicológica: «Pocos conocen el fútbol tanto como yo. Si tuviera la misma perspicacia comercial, sería multimillonario». Véase el ejemplo que tuvo lugar durante la tradicional visita de la plantilla a la ermita de Grottaferrata. El delantero calabrés Giovanni Fanello sufrió un esguince de tobillo, provocando así que el capitán, Pierluigi Ronzon, se pillara un buen berrinche y se negara a jugar en el próximo partido. Una charla distendida del técnico bonaerense no solo consiguió disuadir al centrocampista udinés, sino que, además, sirvió para que este aumentara sus prestaciones dentro del terreno de juego marcando cinco tantos en las siguientes ocho jornadas. Desde que el Petisso tomó las riendas del banquillo en enero, los azzurri habían sumado hasta 14 puntos de 22 posibles (6 victorias, 2 empates y 3 derrotas) y se habían colocado a dos puntos de las posiciones de ascenso.

«Pocos conocen el fútbol tanto como yo. Si tuviera la misma perspicacia comercial, sería multimillonario»

BRUNO PESAOLA

Ya desde sus inicios en los banquillos, el Petisso poseía el don de la picaresca y demostraba la sagacidad táctica propia de un genio./ Archivo

Ya desde sus inicios en los banquillos, el Petisso poseía el don de la picaresca y demostraba la sagacidad táctica propia de un genio./ Archivo

Ya desde sus inicios en los banquillos, el Petisso poseía el don de la picaresca y demostraba la sagacidad táctica propia de un genio./ Archivo

Ya desde sus inicios en los banquillos, el Petisso poseía el don de la picaresca y demostraba la sagacidad táctica propia de un genio./ Archivo

«Pocos conocen el fútbol tanto como yo. Si tuviera la misma perspicacia comercial, sería multimillonario»
BRUNO PESAOLA

La buena dinámica de resultados permitió que el Nápoles saliera de la zona peligrosa de la tabla y fuera, poco a poco, metiéndose de lleno en la lucha por ascender: Brescia (1-1), Lazio (0-0), Como (3-1), Messina (4-2), Catanzaro (1-2)…
Ni siquiera la abultada derrota sufrida frente al líder fue un encuentro plácido para sus oponentes, pues el Genoa no lo cerró hasta que Mario Pantaleoni anotó un doblete en los minutos finales (1-4). Nada podía mermar los renovados ánimos de los napolitanos, quienes no hincarían más las rodillas en varios meses. Indudablemente, Bruno Pesaola estaba demostrando que poseía una grandísima capacidad futbolística, humana y psicológica: «Pocos conocen el fútbol tanto como yo. Si tuviera la misma perspicacia comercial, sería multimillonario». Véase el ejemplo que tuvo lugar durante la tradicional visita de la plantilla a la ermita de Grottaferrata. El delantero calabrés Giovanni Fanello sufrió un esguince de tobillo, provocando así que el capitán, Pierluigi Ronzon, se pillara un buen berrinche y se negara a jugar en el próximo partido. Una charla distendida del técnico bonaerense no solo consiguió disuadir al centrocampista udinés, sino que, además, sirvió para que este aumentara sus prestaciones dentro del terreno de juego marcando cinco tantos en las siguientes ocho jornadas. Desde que el Petisso tomó las riendas del banquillo en enero, los azzurri habían sumado hasta 14 puntos de 22 posibles (6 victorias, 2 empates y 3 derrotas) y se habían colocado a dos puntos de las posiciones de ascenso.

LA ILUSIÓN COPERA

«El Nápoles no es un equipo de fútbol, ​​es el estado de ánimo de una ciudad», decía Bruno Pesaola. La Coppa Italia iba despertando cada vez una mayor expectación entre la afición napolitana, que incluso se atrevía a soñar con un torneo donde casi todos los clubes que quedaban militaban en la Serie A. Uno de ellos sería su rival en los octavos de final: AC Torino. El conjunto granato, que dirigía otro argentino como Benjamín Santos, se presentaba con buena parte de su arsenal, capitaneado por un veterano Enzo Bearzot y con jóvenes que ya destacaban como Piero Scesa, Roberto Rosato, Carlo Crippa y sobre todo los escoceses Joe Baker y Denis Law. En cambio, Pesaola priorizó la competición liguera, de modo que realizó rotaciones dándole la oportunidad a los jugadores menos habituales y a varios del filial. El 25 de abril de 1962, el Nápoles saldría al Estadio Olímpico de Turín con Cuman; Gatti, Mistone; Montefusco, Rivellino, Bodi; Simoni, Ronzon, Fanello, Dell’Otto y Gilardoni. En la primera parte mantuvo la calma y el orden en defensa. Ronzon se desplazó al eje de la retaguardia para que Bodi hiciera un marcaje férreo a Law, obligándole a jugar más atrás de lo que acostumbraba. Crippa era el único que amenazaba seriamente a Cuman, mientras que los sureños avisaron un par de veces con disparos de Gilardoni y Bodi que se fueron desviados. Justo antes de la pausa, un centro al área de Law era interceptado con la mano por Mistone; el colegiado Aurelio Angonese se dio cuenta y pitó penalti a favor de los locales, pero el lanzamiento de Baker fue muy centrado y Cuman lo atajó fácilmente. La eliminatoria estaba en el aire.

Glauco Gilardoni sería el factor diferencial en los octavos de final entre Torino y Nápoles con dos goles en la segunda mitad./ Telefoto

Glauco Gilardoni sería el factor diferencial en los octavos de final entre Torino y Nápoles con dos goles en la segunda mitad./ Telefoto

La anécdota más extraña y recordada en aquella Coppa Italia estuvo coprotagonizada por Denis Law y Benjamín Santos. La estrella del Torino había pedido marcharse con la selección de Escocia a la semana siguiente para disputar un amistoso frente a Uruguay. El problema era que la próxima ronda del torneo copero coincidía con esa fecha, por lo que el club le denegó el permiso —«es el Torino quien le paga y no Escocia», dijo tajantemente su presidente, Angelo Filippone—. Law, muy enfadado con la decisión, jugó contra el Nápoles a medio gas y desobedeciendo las indicaciones de Santos. Aunque el argentino le regañó en el descanso, el escocés hizo caso omiso y no cambió su actitud. Así, en el minuto 61 ocurrió algo inédito hasta entonces en el fútbol italiano: en un saque de banda a su favor, el técnico local llamó al árbitro y ordenó que su delantero saliera del campo. La norma solamente admitía una sustitución y el Torino ya la había agotado con la entrada de su portero titular, Lido Vieri, pero eso no impidió que Santos dejara a los suyos con uno menos; el público reconoció y agradeció la integridad del entrenador brindándole una calurosa ovación. El gran beneficiado de aquel episodio fue el Nápoles, que a los cinco minutos se adelantó mediante una falta directa pateada por Gilardoni. En el minuto 78, sería también el extremo lombardo quien se asociaría con su compañero Fanello para plantarse ante Vieri y definir con un tiro raso y seco, dando a los partenopeos el pase a cuartos de final (0-2). Por cierto, Law fue apartado del equipo y a las pocas semanas ficharía por el Manchester United.

El Nápoles continuó su inercia ganadora goleando al Pro Patria (4-0), lo que le permitió igualar en puntos a una Lazio que ostentaba la tercera plaza de la Serie B. Un día después, disputaría los cuartos de final de la Coppa Italia frente a uno de los grandes del calcio: la Roma. Entrenados por el histórico Luis Carniglia, también argentino, los capitalinos acababan de firmar un quinto puesto en Serie A y sus sensaciones no eran muy positivas. Aun así, contaban con uno de los triángulos defensivos más fuertes del país, formado por el arquero Fabio Cudicini y los zagueros Alfio Fontana y Giulio Corsini, por no hablar de otros tantos futbolistas de mucho nivel como el centrocampista sueco Torbjörn Jonsson, el joven delantero Alberto Orzan y los delanteros argentinos Antonio Angelillo y Pedro Manfredini. Para este envite, Bruno Pesaola transformó su esquema 2-3-5 en un 4-2-4, situando a Pierluigi Ronzon en el centro de la defensa junto al canterano Rosario Rivellino. El 30 de abril de 1962, en el Estadio Olímpico de Roma, el Nápoles salió con Cuman; Gatti, Ronzon, Rivellino, Mistone; Fraschini, Bodi; Simoni, Corelli, Fanello y Gilardoni. El duelo comenzó según el guion previsto, con un asedio constante de los giallorossi; primero Corelli y luego Rivellino evitaron el tanto de Manfredini. Sin embargo, el reloj seguía avanzando y el sistema planteado por los azzurri parecía totalmente infranqueable.

Gianni Corelli sorprendía a la Roma desde fuera del área colocando el balón en la escuadra izquierda de Cudicini./ Corriere dello Sport

Gianni Corelli sorprendía a la Roma desde fuera del área colocando el balón en la escuadra izquierda de Cudicini./ Corriere dello Sport

Gianni Corelli sorprendía a la Roma desde fuera del área colocando el balón en la escuadra izquierda de Cudicini./ Corriere dello Sport

Gianni Corelli sorprendía a la Roma desde fuera del área colocando el balón en la escuadra izquierda de Cudicini./ Corriere dello Sport

El segundo periodo de los cuartos de final dio paso a un Nápoles muy valiente y que se asomaría con frecuencia al área de la Roma. En el minuto 66, un zapatazo escorado de Corelli imprimió tanto efecto al balón que este se colaría por la escuadra de la meta defendida por Cudicini. Mención aparte para Simoni y su sublime actuación, convirtiéndose en amo y señor de la media cancha. A falta de diez minutos pudieron haber ampliado su ventaja si no fuera porque el poste le negó el premio a Fanello. La ocasión les hubiera dado tranquilidad de cara a afrontar un desenlace en el que aún habría tiempo para la polémica. Apenas restaban unos instantes cuando un disparo de Manfredini era blocado por Cuman sobre la línea de gol, aunque en posición bastante dudosa. En un primer momento el réferi Giulio Campanati había concedido el tanto romanista, pero luego lo anuló y casi de forma inmediata pitaría el final del encuentro (0-1). El Nápoles accedió a las semifinales de la Coppa Italia por primera vez en su historia. El Petisso y sus hombres se veían capaces de todo y querían más.

LOS MILAGROS DEL PETISSO

El desgaste ocasionado por la Coppa Italia no pasaría desapercibido para el Nápoles. En Serie B sumaría dos empates consecutivos visitando al Alessandria (0-0) y recibiendo al Cosenza (1-1), un choque donde, además, perdió a Glauco Gilardoni para el resto de la temporada tras fracturarse la clavícula. En la jornada 36, el enfrentamiento contra el Hellas Verona fue aplazado debido a las inclemencias meteorológicas, dándole al equipo el respiro que necesitaba. Pero el bache de resultados se prolongó contra el Prato; los toscanos marcaron el primero y, para colmo, Gianfelice Schiavone sufrió una grave lesión en la rodilla que lo descartaba para los próximos meses de competición. Entonces, ante la dificultad y la amenaza del fracaso, Bruno Pesaola quiso apelar al orgullo en busca de provocar una reacción. La respuesta llegó, curiosamente, a través de Juan Carlos Tacchi, sustituto de Gilardoni, quien consiguió el tanto de la igualada in extremis para, al menos, rascar otro punto más (1-1). Después de todo, el Nápoles seguía vivo en la pelea por el ascenso, aunque ya no había margen de error.

El segundo periodo de los cuartos de final dio paso a un Nápoles muy valiente y que se asomaría con frecuencia al área de la Roma. En el minuto 66, un zapatazo escorado de Corelli imprimió tanto efecto al balón que este se colaría por la escuadra de la meta defendida por Cudicini. Mención aparte para Simoni y su sublime actuación, convirtiéndose en amo y señor de la media cancha. A falta de diez minutos pudieron haber ampliado su ventaja si no fuera porque el poste le negó el premio a Fanello. La ocasión les hubiera dado tranquilidad de cara a afrontar un desenlace en el que aún habría tiempo para la polémica. Apenas restaban unos instantes cuando un disparo de Manfredini era blocado por Cuman sobre la línea de gol, aunque en posición bastante dudosa. En un primer momento el réferi Giulio Campanati había concedido el tanto romanista, pero luego lo anuló y casi de forma inmediata pitaría el final del encuentro (0-1). El Nápoles accedió a las semifinales de la Coppa Italia por primera vez en su historia. El Petisso y sus hombres se veían capaces de todo y querían más.

LOS MILAGROS DEL PETISSO

El desgaste ocasionado por la Coppa Italia no pasaría desapercibido para el Nápoles. En Serie B sumaría dos empates consecutivos visitando al Alessandria (0-0) y recibiendo al Cosenza (1-1), un choque donde, además, perdió a Glauco Gilardoni para el resto de la temporada tras fracturarse la clavícula. En la jornada 36, el enfrentamiento contra el Hellas Verona fue aplazado debido a las inclemencias meteorológicas, dándole al equipo el respiro que necesitaba. Pero el bache de resultados se prolongó contra el Prato; los toscanos marcaron el primero y, para colmo, Gianfelice Schiavone sufrió una grave lesión en la rodilla que lo descartaba para los próximos meses de competición. Entonces, ante la dificultad y la amenaza del fracaso, Bruno Pesaola quiso apelar al orgullo en busca de provocar una reacción. La respuesta llegó, curiosamente, a través de Juan Carlos Tacchi, sustituto de Gilardoni, quien consiguió el tanto de la igualada in extremis para, al menos, rascar otro punto más (1-1). Después de todo, el Nápoles seguía vivo en la pelea por el ascenso, aunque ya no había margen de error.

«Bruno Pesaola era astuto como un argentino e irónico como un napolitano»

SANDRO SABATINI

El 31 de mayo de 1962 se jugarían las dos semifinales de Coppa Italia: SPAL-Juventus y Nápoles-Mantua. Entre los cuatro clubes, el Nápoles era el único que militaba en la Serie B y que, por lo tanto, todavía estaba disputando el campeonato liguero; el resto de ellos encaraba el torneo copero sin preocupaciones. El emparejamiento entre SPAL y Juventus se saldaría con una goleada de los ferrareses sobre los turineses, que remataban un año realmente desastroso (4-1). El encuentro entre napolitanos y mantuanos se celebró en un Estadio San Paolo lleno hasta la bandera. El modesto conjunto biancobandato venía de protagonizar un papel más que meritorio en la Serie A, donde había sido la gran revelación al firmar una novena posición. Tanto era así que la buena labor de su técnico, Edmondo Fabbri, fue reconocida con el Seminatore d’oro, que premia al mejor entrenador del curso y que le abriría las puertas de la selección de Italia. En sus filas el mayor peligro estaba en las botas del delantero Italo Mazzero, cuyos goles habían llevado al Mantua hasta las semifinales. Por su parte, el Nápoles de Bruno Pesaola volvió a apostar por un 2-3-5 compuesto por Cuman; Molino, Mistone; Bodi, Rivellino, Greco; Simoni, Ronzon, Fanello, Tomeazzi y Juliano. Este último debutaba como profesional y sería a la postre toda una leyenda en el club.

Bruno Pesaola, que controlaba sus nervios en el área técnica a base de cigarrillos, había convertido un grupo moribundo en un equipo capaz de competir contra las mejores escuadras de Italia./ La Repubblica

Bruno Pesaola, que controlaba sus nervios en el área técnica a base de cigarrillos, había convertido un grupo moribundo en un equipo capaz de competir contra las mejores escuadras de Italia./ La Repubblica

La semifinal entre el Nápoles y el Mantua estuvo tremendamente equilibrada, alcanzando unos picos tan altos de competitividad que incluso rozarían a veces la ilegalidad. El primero en generar peligro fue Torbjörn Jonsson —un caso llamativo el suyo, pues ya se había enfrentado al Nápoles en la ronda anterior—, aunque el tiro del sueco se marcharía desviado. A los pocos minutos, un balón rechazado por la defensa visitante era recogido por Giovanni Fanello, que optaría por probar a William Negri. El cancerbero virgiliano salvó el remate, pero no pudo atajarlo y dejó la pelota totalmente libre para que Ugo Tomeazzi anotara a placer. Tras el gol, Bruno Pesaola retrasaría la posición de Pierluigi Ronzon con el fin de ganar más calidad y consistencia en el centro de la cancha. Si bien la réplica del Mantua fue inmediata, prácticamente no acertaría entre palos hasta alcanzada la media hora de juego. En medio del área local, Antonio Juliano tropezaba con Italo Mazzero cuando este se disponía a disparar y Antonio Sbardella señaló la pena máxima; el propio Mazzero lanzaría un misil que le dobló las manos a Pacifico Cuman para llevar las tablas al marcador. Pese a que en la segunda mitad disminuyó el ritmo, los azzurri lo seguirían intentando y cada vez les irían comiendo más terreno a su oponentes. En el minuto 67, Luigi Bodi encontró a Fanello situado muy cerca del semicírculo; el delantero ni siquiera se lo pensó y se sacó un latigazo que entró junto a la cruceta del arco contrario, firmando el segundo de los tantos por parte de los napolitanos. El calor sofocante y el cansancio acumulado propiciaron que la eliminatoria se fuera apagando hasta consumarse (2-1). De esta manera, el Nápoles por fin se clasificaba a una final tras sus treinta y seis años de historia.
Bruno Pesaola, que controlaba sus nervios en el área técnica a base de cigarrillos, había convertido un grupo moribundo en un equipo capaz de competir contra las mejores escuadras de Italia./ La Repubblica

Bruno Pesaola, que controlaba sus nervios en el área técnica a base de cigarrillos, había convertido un grupo moribundo en un equipo capaz de competir contra las mejores escuadras de Italia./ La Repubblica

La semifinal entre el Nápoles y el Mantua estuvo tremendamente equilibrada, alcanzando unos picos tan altos de competitividad que incluso rozarían a veces la ilegalidad. El primero en generar peligro fue Torbjörn Jonsson —un caso llamativo el suyo, pues ya se había enfrentado al Nápoles en la ronda anterior—, aunque el tiro del sueco se marcharía desviado. A los pocos minutos, un balón rechazado por la defensa visitante era recogido por Giovanni Fanello, que optaría por probar a William Negri. El cancerbero virgiliano salvó el remate, pero no pudo atajarlo y dejó la pelota totalmente libre para que Ugo Tomeazzi anotara a placer. Tras el gol, Bruno Pesaola retrasaría la posición de Pierluigi Ronzon con el fin de ganar más calidad y consistencia en el centro de la cancha. Si bien la réplica del Mantua fue inmediata, prácticamente no acertaría entre palos hasta alcanzada la media hora de juego. En medio del área local, Antonio Juliano tropezaba con Italo Mazzero cuando este se disponía a disparar y Antonio Sbardella señaló la pena máxima; el propio Mazzero lanzaría un misil que le dobló las manos a Pacifico Cuman para llevar las tablas al marcador. Pese a que en la segunda mitad disminuyó el ritmo, los azzurri lo seguirían intentando y cada vez les irían comiendo más terreno a su oponentes. En el minuto 67, Luigi Bodi encontró a Fanello situado muy cerca del semicírculo; el delantero ni siquiera se lo pensó y se sacó un latigazo que entró junto a la cruceta del arco contrario, firmando el segundo de los tantos por parte de los napolitanos. El calor sofocante y el cansancio acumulado propiciaron que la eliminatoria se fuera apagando hasta consumarse (2-1). De esta manera, el Nápoles por fin se clasificaba a una final tras sus treinta y seis años de historia.

La fiebre de la Coppa Italia se había extendido por la ciudad de Nápoles, pero antes había que certificar del todo el retorno obligado a la Serie A. El primer obstáculo era el Sambenedettese, al que el Nápoles doblegó en casa con goles de Fraschini y Ronzon (2-0). En el último partido pendiente por aplazamiento, le esperaba el Hellas Verona, rival directo y con un punto más en la clasificación liguera. La segunda plaza estaba ocupada parcialmente por una Lazio que ya había completado su calendario, por lo que la prueba en el suelo veronés determinaría cuál de los dos clubes se haría con el ansiado ascenso; y al Nápoles únicamente le valía la victoria. En un duelo dominado por el nerviosismo general, quién si no Corelli inclinaría la balanza a favor de los suyos en el minuto 61, apuntándose su undécimo gol en liga para acabar como máximo anotador de su equipo (0-1). Así, el cuadro napolitano cerraba una segunda vuelta liguera formidable con 10 victorias, 5 empates y 4 derrotas, finalizando como subcampeón y ascendiendo a Serie A junto a Genoa y Módena. Después de la hazaña copera, el Petisso había obrado su segundo milagro; era el momento de volver a soñar con la gloria.

Formación del Nápoles en la temporada 1961/62. De izquierda a derecha: Mistone, Pontel, Gatti, Bodi, Fraschini, Corelli (arriba); Ronzon, Tomeazzi, Girardo, Tacchi y Gilardoni (abajo)./ Archivo

Formación del Nápoles en la temporada 1961/62. De izquierda a derecha: Mistone, Pontel, Gatti, Bodi, Fraschini, Corelli (arriba); Ronzon, Tomeazzi, Girardo, Tacchi y Gilardoni (abajo)./ Archivo

UNA PROEZA PARA LA HISTORIA

El 21 de junio de 1962 era la fecha; el Olímpico de Roma, el escenario de una final inolvidable. «La Coppa Italia de las cenicientas», titulaba el Corriere dello Sport. Tras destrozar a la Juventus, el que partía como favorito era el SPAL, liderado en defensa por Sergio Cervato y confiando su ataque a Silvano Mencacci y al ítalo-argentino Oscar Massei. Sin embargo, en el fútbol no suele imperar la lógica y el Nápoles llegaba en mejor forma. Bruno Pesaola dispuso un once con muchos titulares habituales compuesto por Pontel; Molino, Gatti; Rivellino, Ronzon, Girardo; Corelli, Mariani, Tomeazzi, Fraschini y Tacchi. Enfrente, Serafino Montanari alineó a Patregnani; Muccini, Olivieri; Gori, Cervato, Riva; Dell’Omodarme, Massei, Mencacci, Micheli y Novelli. El encuentro sonrió muy pronto al Nápoles, alentado desde las gradas por unos diez mil hinchas; en el minuto 12, Corelli ejecutó un golpeo magistral de libre directo ante el que nada pudo hacer Patregnani. La alegría duraría tres minutos, puesto que Micheli resolvió una jugada individual cruzando un disparo ajustado para batir a Pontel. Las llegadas a ambas porterías se sucedieron y, aunque la posesión favorecía a los ferrareses, las opciones más peligrosas eran para los napolitanos, que estarían a punto de adelantarse nuevamente justo antes del descanso: Riva derribó a Tomeazzi en el área spallina y Pietro Bonetto vio penalti, pero Patregnani supo resarcirse del primer gol deteniendo el lanzamiento de Corelli. Sin duda, el desenlace copero prometía emociones fuertes.

En la reanudación de la final, el guardameta Pontel tuvo que marcharse lesionado y dejó su lugar a Cuman, que había sido el titular durante todo el torneo. Las altas temperaturas harían mella en ambos equipos a lo largo del segundo tiempo. Entre tanta pájara, el SPAL se fue replegando mientras que el Nápoles tomaba la iniciativa. Restaban solo doce minutos para la prórroga cuando Tacchi elevó el balón al primer toque hacia la derecha del área contraria, donde apareció Ronzon para engancharlo con una potente volea y lograr el tanto del triunfo (2-1). Después del pitido final, la locura se apoderó del Olímpico de Roma y la afición napolitana saltaría al campo para llevar a hombros a sus héroes. El capitán, Pierluigi Ronzon, sería el encargado de alzar el trofeo en medio de un ambiente espectacular. Pero aquello no era nada comparado con lo que se encontrarían en su vuelta a casa. «Regresamos a Nápoles en tren. Una multitud nunca vista nos esperaba en la estación. Era un caos indescriptible —relataría Bruno Pesaola en una entrevista con el periodista napolitano Mimmo Carratelli—. Creo que me desmayé en la estación. Alguien me subió a un (Fiat) Cinquecento. Un entusiasmo increíble». Con ese sentido del humor que tanto lo caracterizaba, el entrenador argentino argumentaba que en realidad deberían haber recibido dos medallas, «una por el ascenso y otra por la copa; en cambio, la liga ahorró dinero y nos dio una sola: en un lado estaba el símbolo de la copa, en el otro el del campeonato».

En su primera campaña como técnico, Bruno Pesaola había escrito su nombre con letras doradas en la historia del Nápoles. Excepto el Vado, que ganó la primera Coppa Italia cuando apenas participaban clubes profesionales, ningún equipo había conquistado la copa nacional de su país militando fuera de la máxima categoría. Desde entonces han pasado muchas décadas sin que nadie haya igualado el milagro llevado a cabo por el Petisso, que continuó una temporada más al frente del conjunto azzurro y volvería a dirigirlo durante otras tres etapas (1964-1968, 1976-1977, 1982-1983). Se enamoró tanto de la ciudad que se consideraba «un napolitano nacido en el extranjero», pues siempre decía que «en Nápoles nunca te sientes solo, no conoces la soledad de la vida». Aquel título copero supuso un punto de inflexión en la historia del club, ya que fue el primero de los muchos que conseguiría en épocas posteriores. Buena parte de ellos estarían protagonizados por el futbolista más ilustre de todos los tiempos; quizá otro día hablemos sobre los milagros de Diego Armando Maradona, la mayor leyenda que ha visto Nápoles en la época moderna. Y como nos encantan las historias, no hay mejor manera de concluir esta que con una de las mejores frases que nos dejó el gran Bruno Pesaola: «A base de contar sus historias, un hombre se convierte en esas historias; siguen viviendo después de él y así se vuelve inmortal».

«En Nápoles nunca te sientes solo, no conoces la soledad de la vida»

BRUNO PESAOLA

Bruno Pesaola encontraría un hogar y una familia al sur de Italia. El Petisso dejó una huella imborrable no solo en el Nápoles, sino en el corazón de todo el pueblo napolitano./ Archivo

Bruno Pesaola encontraría un hogar y una familia al sur de Italia. El Petisso dejó una huella imborrable no solo en el Nápoles, sino en el corazón de todo el pueblo napolitano./ Archivo