TEXTO:
JOSÉ GORDILLO
ILUSTRACIÓN:
JARORIRO!
C
arlos Salvador Bilardo nació y se crio en el céntrico barrio porteño de Villa General Mitre, conocido como La Paternal. Su abuelo Salvatore, tipo duro pero justo y honesto, había llegado desde Sicilia en busca de una vida mejor en 1905. Su padre, Calogero, trabajaba como ebanista y carpintero y marcaba goles en sus ratos libres. El pequeño Carlos, conocido cariñosamente como el Narigón por sus abundantes amigos, comenzaría a jugar al fútbol con apenas un lustro de vida, cuando le regalaron su primera pelota, una Pulpo de goma. Con solo 12 años realizó las pruebas para entrar en el CA San Lorenzo de Almagro. Aunque había más de un centenar de jóvenes, la insistencia de su padre con los dirigentes del club hizo que ingresara en el Ciclón. Bilardo era un centrocampista defensivo muy competitivo y fuerte en la presión; la prolongación del entrenador sobre el campo. En 1958 le llegó la oportunidad de jugar con la primera plantilla. Un año más tarde, fue campeón en la Primera División con San Lorenzo y en los Juegos Panamericanos con la selección de Argentina. Después de pasar por CD Español, recaló en el que sería el equipo de su vida, Club Estudiantes de La Plata, con el que conquistaría la Copa Libertadores en tres ediciones consecutivas (1968, 1969 y 1970). Al margen de todas estas proezas, lo que realmente nos interesa de Carlos Bilardo es su faceta como doctor y preparador técnico.
DOCTOR EN MEDICINA, ENFERMO DEL FÚTBOL
Sí, doctor. El médico del barrio, el Dr. Gandulla, lo llevaba diariamente a entrenar con San Lorenzo y le inculcó la vocación. Carlos estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde recibió clases de profesores como Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947. Por las mañanas iba al hospital a hacer prácticas, por las tardes iba a entrenar y por las noches estudiaba. Por lo tanto, su camino para convertirse en una eminencia de la medicina estuvo plagado de obstáculos. Por ejemplo, en pleno examen el Dr. Camponovo le preguntó por la forma, la dosis y la aplicación adecuada de la morfina. Cómo de efectiva sería la respuesta del joven Bilardo que el profesor contestó: «No siga, ya está, lo mató». Una vez que se doctoró, trabajaría junto con el viejo Dr. Gandulla durante ocho años en investigaciones sobre el cáncer de recto. Sin embargo, pese a sus grandes dotes en la materia, concretamente en ginecología, el bueno de Carlos había nacido para el fútbol.
Bilardo colgó las botas en la campaña 1969/70 y se incorporaría al cuerpo técnico de su mentor, Osvaldo Zubeldía. Al mes, el Zorro se marchó de Huracán y, un año más tarde, Carlos tomó las riendas de Estudiantes de La Plata. En una temporada tremendamente difícil, supo salvar al equipo del descenso. Volvió al banquillo pincha en 1974 y al curso siguiente se convirtió en subcampeón nacional, solamente un punto por detrás de River Plate. En 1976 fichó por el Deportivo Cali; allí firmaría dos subcampeonatos ligueros seguidos y llevaría a un club colombiano por primera vez a la finalísima de la Copa Libertadores, donde cayó ante Boca Juniors (0-0 y 4-0). En la noche anterior al choque de ida, disputado en Cali, Bilardo dejó una de sus anécdotas más recordadas en el país cafetero. Cuando los xeneizes entrenaban a puerta cerrada, un reportero lo sorprendió mientras trepaba por una puerta del Olímpico Pascual Guerrero; seguro que lo único que quería el doctor era asegurarse de que sus invitados tenían todo lo que necesitaban.
Bilardo colgó las botas en la campaña 1969/70 y se incorporaría al cuerpo técnico de su mentor, Osvaldo Zubeldía. Al mes, el Zorro se marchó de Huracán y, un año más tarde, Carlos tomó las riendas de Estudiantes de La Plata. En una temporada tremendamente difícil, supo salvar al equipo del descenso. Volvió al banquillo pincha en 1974 y al curso siguiente se convirtió en subcampeón nacional, solamente un punto por detrás de River Plate. En 1976 fichó por el Deportivo Cali; allí firmaría dos subcampeonatos ligueros seguidos y llevaría a un club colombiano por primera vez a la finalísima de la Copa Libertadores, donde cayó ante Boca Juniors (0-0 y 4-0). En la noche anterior al choque de ida, disputado en Cali, Bilardo dejó una de sus anécdotas más recordadas en el país cafetero. Cuando los xeneizes entrenaban a puerta cerrada, un reportero lo sorprendió mientras trepaba por una puerta del Olímpico Pascual Guerrero; seguro que lo único que quería el doctor era asegurarse de que sus invitados tenían todo lo que necesitaban.
En Santiago de Cali, el doctor dejó buenas muestras de sus aptitudes médicas. Uno de sus jugadores sufría un problema doblemente grave: la incapacidad para dejar embarazada a su esposa afectaba a su rendimiento. Bilardo acompañó a la pareja a un especialista que les aconsejó la terapia a seguir, y él mismo les recomendó mantener sexo en los días previos a los partidos, cuando la mujer ovulaba. Finalmente se produciría el milagro, el técnico recuperó a su futbolista y el niño fue bautizado con el nombre de Carlos. Conmovedor. Por contra, allí también se encontró con la primera enfermedad que no sería capaz de curar, un día tomando un café: «En mi vida hay un solo caso, dos o tres, ni sé si hay tres, que no pude arreglar. Este es uno: Pablo con Miguel, no lo pude arreglar. Pablo Escobar del cartel de Medellín, Miguel Rodríguez y Gilberto Rodríguez del cartel de Cali… No lo pude arreglar, pero estuve a punto». En aquel entonces los hermanos Rodríguez Orejuela eran los dueños del América de Cali y solían invitar al doctor a tomar café con otros jefes. Después de un breve regreso a San Lorenzo de Almagro, Bilardo regresó a Colombia con el objetivo de intentar clasificar a la Tricolor para la Copa del Mundo de España 1982. No pudo cumplir el objetivo, pero dejaría puestas las bases para la generación dorada que dirigiría el ‘Pacho’ Maturana.
A principios del año 1982, Carlos Bilardo retornó a Estudiantes de La Plata. En esta nueva etapa se destaparía como un auténtico revolucionario. Incorporó jugadas de estrategia a balón parado, como saques de esquina al primer palo, inculcando el hambre de victoria a cualquier precio: «En el fútbol solo vale ganar y nada más. Cómo se haga, no me importa». Aquel equipo estaba formado por hombres como Miguel Ángel Russo, José Luis Brown, José Daniel Ponce, Marcelo Trobbiani o Alejandro Sabella. Este último jugaba en el Leeds United y Bilardo fue a reclutarlo personalmente a Londres con 2000 dólares. La mitad se los había dado el presidente de Estudiantes, Raúl Correbo, el resto eran suyos. Los futbolistas habían jugado el día anterior y tenían jornada libre: «Aparecieron con sus esposas, arregladas para salir. Al ver a las mujeres preparadas para pasear, se me ocurrió que, si la discusión se dilataba, podía cerrar un buen acuerdo porque los tipos, presionados por sus parejas que esperaban en el coche, iban a decir que sí a cualquier propuesta. De 250 000 dólares bajamos a unos 150 000. A los directivos les di 1000 dólares para el pasaje de Sabella, les di los otros 1 000 al jugador. Los hombres del Leeds aceptaron y cuando salimos de la reunión, le pedí a Sabella que me devolviera mis dólares. ¡No me había quedado nada, no tenía ni para comer!». Una maniobra de lo más ingeniosa.
«En el fútbol solo vale ganar y nada más. Cómo se haga, no me importa»
EL REMEDIO ALBICELESTE
Estudiantes de La Plata se consagró campeón en el Torneo Metropolitano en 1982. Era el mayor logro de Carlos Bilardo como entrenador. Sus métodos y hazañas no pasaban desapercibidos y la selección de Argentina llamaría a sus puertas. La Albiceleste había tenido una participación decepcionante en la Copa del Mundo, lo que significó el final de la etapa de César Luis Menotti. Para la sorpresa de muchos, la Asociación de Fútbol Argentina (AFA) optó por un perfil diametralmente opuesto al del Flaco, así que le encargaron al Dr. Maquiavelo que maquinara un remedio para curar la enfermedad del combinado nacional. Bilardo hurgó minuciosamente en la ciencia más precisa y tomó decisiones drásticas. La primera fue quitarle la capitanía a Daniel Passarella, héroe de la escuadra campeona en el Mundial de Argentina 1978. En su lugar, se la otorgó a Diego Armando Maradona, aquel chico de 22 años que había maravillado a todo el país y acababa de fichar por el FC Barcelona. Además, convocó a bastantes futbolistas que jugaban en clubes argentinos: Ricardo Gareca y Óscar Ruggeri (Boca Juniors), Jorge Burruchaga y Ricardo Giusti (Independiente) o Julio Olarticoechea (River Plate). Este último había renunciado a la selección un año antes y cuenta que Bilardo lo citó en Saladillo a través de su ayudante, Carlos Pachamé: «Quería que jugase de lateral y yo no estaba convencido. Veo que empieza a buscar algo. Agarró un pedazo de ladrillo, fue a una pared de una casa, dibujó una cancha y me hizo una charla técnica». «Vas a jugar así, acá y acá, no es el lateral que vos pensás», explicó el técnico hasta convencerlo. Las malas lenguas dicen que, en realidad, el doctor persiguió en coche al jugador sin que este ni siquiera hubiera pedido cita previa en la consulta.
«En el fútbol solo vale ganar y nada más. Cómo se haga, no me importa»
EL REMEDIO ALBICELESTE
Estudiantes de La Plata salió campeón del Torneo Metropolitano de 1982. Aquel era el mayor logro de Carlos Bilardo como entrenador. Sus métodos y hazañas no pasaban desapercibidos y la selección de Argentina llamaría a sus puertas. La Albiceleste había tenido una participación decepcionante en la Copa del Mundo, poniendo fin a la etapa de César Luis Menotti. Para sorpresa de muchos, la Asociación de Fútbol Argentina (AFA) apostaría por un perfil diametralmente opuesto al del Flaco, así que le encargaron al Dr. Maquiavelo que maquinara un remedio para curar la enfermedad del combinado nacional. Bilardo hurgó minuciosamente en la ciencia más precisa y tomó decisiones drásticas. La primera fue quitarle la capitanía a Daniel Passarella, héroe de la escuadra campeona en el Mundial de Argentina 1978. En su lugar, se la otorgó a Diego Armando Maradona, aquel chico de 22 años que había maravillado al país y acababa de fichar por el FC Barcelona. Además, convocaría a bastantes futbolistas que jugaban en clubes argentinos: Ricardo Gareca y Óscar Ruggeri (Boca Juniors), Jorge Burruchaga y Ricardo Giusti (Independiente) o Julio Olarticoechea (River Plate). Este último había renunciado a la selección un año antes y cuenta que Bilardo lo citó en Saladillo a través de su ayudante, Carlos Pachamé: «Quería que jugase de lateral y yo no estaba convencido. Veo que empieza a buscar algo. Agarró un pedazo de ladrillo, fue a una pared de una casa, dibujó una cancha y me hizo una charla técnica». «Vas a jugar así, acá y acá, no es el lateral que vos pensás», le explicaría el técnico hasta el punto de convencerlo. Las malas lenguas dicen que, en realidad, el doctor persiguió en coche al jugador sin que este ni siquiera hubiera pedido cita previa en la consulta.
El Dr. Bilardo recopilaba en su cabeza un denso conocimiento sobre medicina deportiva y estrategia al alcance de muy pocos. En enero de 1986, como preparación para la Copa del Mundo de México, organizó una concentración con catorce jugadores en Tilcara, Jujuy, para emular las condiciones climáticas que les esperarían en territorio mexicano. Puro alarde de táctica. En aquellos días llegó a la ciudad un autobús con turistas de Rosario y se organizó una fiesta cerca del hotel donde se estaba hospedando la selección. Así lo relataría Carlos en su autobiografía, Doctor y campeón: «Les di permiso a los muchachos para concurrir con la condición de que regresaran a la 1 de la madrugada a más tardar. Como quería asegurarme de que todo estuviera bien, me disfracé de mujer colla con una pollera negra, alpargatas y un sombrero típico. Al llegar, todos los muchachos estaban bailando. Nadie me reconoció. Fui hasta el centro de la pista y me puse a bailar con ellos. En un momento, me acerqué despacito a Ruggeri. Se pegó un susto bárbaro. Le anuncié que se podían quedar hasta las 3, porque estaba todo muy lindo». Era uno de sus procedimientos infalibles para tranquilizar a sus pacientes de cara a las pruebas definitivas de junio.
No solo sus pupilos necesitaban terapia para calmar los nervios. Bilardo vivía momentos difíciles. El Gobierno de Raúl Alfonsín, apoyado por muchos aficionados, preveía un fracaso absoluto en el Mundial —«la selección no juega a nada», decían— e intentaron reemplazar al entrenador, pero el plantel no lo permitió. En marzo de 1986, Carlos puso un cartel de venta de una inmobiliaria frente a su casa para que la gente la creyera deshabitada y dejara de atacarla. Se llevaría a su esposa y su hija a vivir al departamento de su suegra y él se instaló en la quinta que tenían en Moreno. «A veces, me quedaba solo […] Algunas tardes, cuando no había nada que hacer después de los entrenamientos, tomaba un hacha que tenía y le entraba a dar a los árboles, ¡pum, pam! Cortaba leña hasta quedar agotado. Una vez, en medio de los hachazos, sonó el teléfono. La persona que me había llamado me preguntó qué estaba haciendo. “Estoy en el psicólogo”, le contesté. Así me descargaba», narra el doctor también en su libro, obsequiándonos con uno de los procedimientos más eficaces para combatir el estrés. Apunte, solo necesita dos elementos: un hacha, que podemos tener en casa o adquirir en nuestro establecimiento de bricolaje más cercano, y un árbol de fuertes raíces y magra corteza, que podemos encontrar en jardín propio o ajeno. Si no tuviera un árbol o un jardín a mano, acérquese a la campiña más próxima, así también podrá disfrutar de un relajante paseo en contacto con la naturaleza, lo que hará su terapia aún más eficiente.
DESTINO MÉXICO
Una de las situaciones en que la tensión puede abordarnos de manera impetuosa es cuando realizamos un viaje en avión. Problemas con el pasaporte y las maletas, hinchazón en los pies, dolores de cabeza, molestias en los oídos… Es muy importante preparar bien el equipaje porque después no habrá vuelta atrás, a no ser que quieran abonar dos veces el precio del billete. Antes de viajar a México, Carlos Bilardo avisó a sus jugadores que no olvidaran dos cosas fundamentales: un traje y una sábana blanca. «Si ganamos, volvemos de traje, si perdemos, nos vamos a Arabia», les advirtió. Asimismo, todo el apoyo y el cariño que reciban en el aeropuerto les ayudará a soportar la incertidumbre de esos primeros instantes de vuelo. La selección de Argentina no contó con demasiado respaldo antes de emprender su viaje al país azteca, «tres hinchas, no más», aparte de otro que no paraba de gritarles e insultarles mientras subían las escaleras mecánicas. Al director técnico se le ocurrió aplicarle al tipejo en cuestión una ortodoncia gratuita —«¿qué hago?, ¿me bajo y le rompo la boca?»—. Sin embargo, en otro ejemplo de templanza y sabiduría se dijo a sí mismo: «Deja, cuando ganes el Mundial ya te van a venir a abrazar». Se las pagarían gustosamente por ello. Argentina fue la primera selección que aterrizó en suelo mexicano.
«Si ganamos, volvemos de traje; si perdemos, nos vamos a Arabia»
Instalarse en otro país implica acostumbrar nuestro organismo a nuevas condiciones climatológicas, horarias y culturales. Al aterrizar en México, el Dr. Bilardo prohibió a sus futbolistas ingerir carne de pollo. Aseguraba que eso les traería mala suerte y la sustituyó por carne de vaca para que obtuviesen ácido úrico. Siempre actuaba pensando en esa mezcla entre salud y rendimiento. Pero las cosas no salen siempre como uno planea, ¿o sí? El estreno de Argentina en el Mundial sería contra la República de Corea. Antes de salir al campo, sonó el teléfono en el vestuario: era el médico (oficial) de la selección para avisarles del estado de salud de Daniel Passarella, que había sufrido una intoxicación por beber agua en mal estado. El arquero Ubaldo Fillol había disputado toda la fase clasificatoria para ser descartado a última hora. Según su teoría, el propio Bilardo le habría dado laxante a Passarella y por eso estaba «internado con una diarrea infernal». ¿La razón de estas graves acusaciones? Seguramente la amistad del Káiser y el Pato con Menotti, archienemigo declarado de nuestro entrañable protagonista. El doctor, por supuesto, lo negó todo y aseguró que ellos habían contratado al mejor infectólogo de todo México. ¿Cómo se pudo dudar de su profesionalidad?
Bilardo daría con la fórmula perfecta para armar un equipo altamente competitivo. Al principio, la formación se basaba en un 4-4-2 con un rombo en el centro del campo. El once titular estaba integrado por Nery Pumpido en la portería; José Luis Cuciuffo, José Luis Brown, Óscar Ruggeri y Óscar Garré en la defensa; Sergio Batista como el único pivote, con Ricardo Giusti y Jorge Burruchaga como los interiores y Diego Armando Maradona en la media punta con absoluta libertad; y en el ataque, Pedro Pasculli y Jorge Valdano. La selección de Argentina quedaba encuadrada en el Grupo A. En primer lugar, derrotó a Corea del Sur con dos goles de Valdano y otro de Ruggeri (3-1); en la segunda jornada, un tanto de Maradona le daba el empate contra Italia (1-1); y en el último encuentro, se deshizo sin problemas de Bulgaria (2-0). La Albiceleste terminó como líder de su grupo.
En octavos de final, Argentina se enfrentó a Uruguay en un partido donde sufrió muchísimo, y no solo en lo futbolístico. Todos sabían lo meticuloso que era Carlos Bilardo. Por ejemplo, le enseñaba a sus futbolistas cómo festejar los goles. Su norma impuesta era que solamente los compañeros del mismo sector del campo podían unirse a celebrar el tanto. Era muy cuidadoso incluso con las indumentarias. Unos meses antes le había pedido a la empresa que vestía a la selección, Le Coq Sportif, que colocara bolsillos en los pantalones para poder guardar pedazos de limón, así los suyos podrían combatir la sequedad de garganta en los choques disputados a muchos metros de altitud. Para contrarrestar el calor, la marca había diseñado una tecnología denominada Air-Tech que aligeraba el peso de la camiseta y ayudaba a su transpiración. El problema era que la segunda equipación no se configuró de dicha manera. Por tanto, con Uruguay «los muchachos transpiraron muchísimo y, cuando se sacaron las remeras, estas pesaban una barbaridad». El solitario gol de Pasculli les quitó más de un peso de encima (1-0).
En los cuartos de final esperaba Inglaterra, dirigida por el célebre Bobby Robson y que contaba, entre otros, con Peter Shilton, Gary Stevens, Glenn Hoddle, Peter Reid y especialmente un Gary Lineker en plena racha anotadora. A falta de tres días para disputarse el encuentro, el sorteo había determinado que Argentina repetiría vistiendo como visitante. En un contexto como aquel, Carlos Bilardo debía salvaguardar la salud de los suyos: «Como en el sorteo que se hizo antes del partido contra Inglaterra se determinó que, otra vez, debíamos vestir la camiseta azul, hablé con Cremasco para tratar de confeccionar un nuevo equipo que no sofocara tanto a los jugadores. El Cabezón consiguió una tela ligera con un tejido más abierto, que se conoce como piqué liviano. Era más brillante y claro que la otra, y con ella se confeccionaron dos juegos completos, con el cuello más abierto, que cosieron unas costureras conocidas de Cremasco. Los números se colocaron en un teatro de revistas, con unas lentejuelas color gris muy pequeñas. Las anteriores habían tenido unos estampados en blanco».
En un Estadio Azteca abarrotado, el partido entre Argentina e Inglaterra se convirtió, probablemente, en el más famoso de todos los tiempos. La guerra de las Malvinas y las peleas entre los hooligans y los barras bravas sirvieron de antesala para calentar un duelo que ya se preveía vibrante de por sí. En cuanto al juego, Carlos Bilardo sorprendió mutando su dibujo a un 3-4-3, al que muchos llamarían «el último sistema táctico del siglo XX». En defensa, situó a Brown en posición de líbero junto a Cuciuffo y Ruggeri como stoppers; en el medio, colocó a Giusti y Olarticoechea por los carriles, en línea con un doble pivote formado por Batista y Enrique; arriba, Burruchaga y Maradona actuaban en el enganche, dejando a Valdano como única referencia ofensiva. Los argentinos se comieron a los ingleses y su técnico dejó un legado para la posteridad con un esquema que a partir de entonces se popularizó. Pero, predominantemente, la eliminatoria quedaría grabada a fuego en el recuerdo por dos goles de Diego Armando Maradona: la mano de Dios y el gol del siglo (2-1). Al ser cuestionado en rueda de prensa por el polémico primer tanto del Pelusa, el doctor Bilardo realizaría un diagnóstico tajante: «Diego me dijo que no fue con la mano y yo le creo».
Argentina se sentía invencible. En semifinales se vio con Bélgica. «Muchachos, mátense. Si hay algo que no soporto es ver las finales por televisión», insistía Carlos Bilardo en los instantes previos al envite. Los diablos rojos estaban comandados por un jovencísimo Enzo Scifo que con 20 años apuntaba a estrella. Ciudad de México sería testigo de una nueva actuación sublime de Maradona. Solo necesitó unos doce minutos de la segunda parte para resolver el encuentro con otros dos goles. El primero, a pase de Burruchuga, lo marcaría tras meter el pie entre dos defensores y el portero. El segundo empezaría a gestarse en el borde del área rival. El 10 argentino corrió en diagonal hacia la izquierda sorteando a varios de los defensores belgas hasta encarar al portero y batirlo. Golazo. El menudo mediapunta parecía imparable. Incluso estuvo a punto de firmar un hat-trick, pero su disparo se marchó desviado por muy poco de la meta defendida por Jean-Marie Pfaff. Con el resultado decidido, Bilardo se puso romántico y dio entrada en el verde al gran Ricardo Bochini, que debutaba en una Copa del Mundo a sus 32 años. La única receta para la nostalgia es la propia nostalgia. Tampoco parecía que nadie encontrara remedio contra Maradona; era demasiado tarde, ya había enfilado el camino de convertirse en leyenda.
LA CURA MUNDIAL
La final enfrentaría a Argentina contra Alemania Federal ante unas 114 600 personas. La Albiceleste saltaba al césped del Estadio Azteca por tercera y última vez en el torneo unos veinte minutos tarde. Desde luego, Carlos Bilardo era un hombre de costumbres y, tras la experiencia vivida en el primer partido con Daniel Passarella, siempre aguardaba a que sonara el teléfono. Miguel Di Lorenzo, utillero y masajista del equipo, tuvo que bajar al vestuario para llamar a los futbolistas. Sin duda, la mayor amenaza germana era su capitán, Karl-Heinz Rummenige. El encargado de fijar su marca era Óscar Ruggeri, a quien el doctor le había repetido una y otra vez, un día tras otro, la misma frase: «Ruggeri, ¿a quién marcás?». En la noche previa al partido, irrumpió a eso de las tres de la mañana en la habitación donde dormía el defensor y le preguntó al oído: «Ruggeri, ¿a quién marcás?». Siempre es mejor prevenir que curar. En la primera parte de la final, Argentina se puso 1-0 a favor con un gol de José Luis ‘Tata’ Brown; en la segunda, amplió la renta con otro de Jorge Valdano. La victoria parecía que estaba ya decidida. «Ahora es el momento de un contraataque y los liquidamos», pensaba el técnico argentino. Pero entonces el seleccionador alemán, Franz Beckenbauer, retiró a Felix Magath por Dieter Hoeness, mientras hacía señas a los suyos para que buscaran por alto al espigado y veterano delantero. Y el impacto del cambio se hizo notar enseguida; en dos saques de esquina, los europeos conseguirían igualar las fuerzas con sendos remates de Rummenigge y Rudi Völler. Bilardo estalló en cólera y pateó un bidón de agua que tenía cerca. No podía creérselo. El empate dejó herida a Argentina, pero una paloma blanca presagió la ayuda divina.
LA CURA MUNDIAL
En el minuto 83 de partido, el balón le caería en los pies a Diego Armando Maradona, que recibía en el centro del campo rodeado de rivales. Al primer toque, se inventó una asistencia al espacio dejando totalmente solo a Jorge Burruchaga para que superara a Harald Schumacher (3-2). La hazaña estaba más cercana que nunca y se materializó tras el pitido final del brasileño Romualdo Arppi Filho. Los argentinos eran los campeones del mundo por segunda vez en toda su historia. El sueño del doctor Bilardo se hizo realidad. Su tratamiento había surtido efecto, aunque su felicidad no era completa. Ni quiso ver la copa, se descolgó la medalla, la arrojó con desprecio hacia atrás y se encerró en los vestuarios mientras sus jugadores celebraban el título por todo lo alto. Cuando estos fueron a buscarlo, confesó que estaba decepcionado porque, pese a todo, su receta no resultó perfecta: «¡No me hablen que nos hicieron dos goles de cabeza!». Así pues, sus ansias de gloria no se calmaron en México. Por culpa de su terrorífico gen ganador, ni siquiera tocó el trofeo porque «ya estaba pensando en el próximo Mundial». Por cierto, don Carlos nunca supo quién fue el oportunista que se quedó con su medalla.
Obviamente, los resultados de Carlos Bilardo al frente de la selección convencieron a la AFA, por lo que le otorgaron un nuevo ciclo mundialista hasta la Copa del Mundo de Italia 1990. En medio, dos ediciones de la Copa América, Argentina 1987, en la que fueron eliminados en semifinales por Uruguay, y Brasil 1989, donde ganaría la anfitriona. La presión sobre el preparador argentino volvió a ser asfixiante. Más aún en marzo de 1990, cuando Argentina estaba a punto de batir el récord de minutos sin marcar gol. Lejos de preocuparse, el técnico aprovechó para adjudicarse un nuevo éxito a su currículum. Antes del partido contra Escocia se lo dejó muy clarito a Jorge Valdano: «No se le ocurra meter un gol antes de los seis minutos porque nos quedamos sin récord. Nosotros tenemos que estar en todas las conversaciones, en las buenas y en las malas. Después de los seis minutos, hagan lo que quieran». Los jugadores se tomaron tan a pecho estas indicaciones que fueron derrotados (1-0).
El futuro de la Albiceleste era imprevisible. Para colmo, las lesiones descartaban a varios integrantes de México 1986, así que Carlos Bilardo y su cuerpo técnico se pusieron manos a la obra inyectándole sangre nueva al plantel argentino con Néstor Fabbri, Roberto Sensini, Pedro Troglio, Abel Balbo, Claudio Caniggia o Sergio Goycochea. Cuando este último ingresó en la selección, su compañero de habitación, Óscar Ruggeri, le avisaría acerca de los hábitos bilardistas: «Que no te extrañe que Carlos te llame a la noche y te cite en algún lado». Efectivamente, días más tarde el doctor le dio una cita médica a medianoche y en mitad de una plaza. Al llegar, Goyco se percató de que venía acompañado por hasta cinco jugadores y que habían colocado los coches iluminando toda la plaza. El que fuera entonces portero del Millonarios FC quiso saber el porqué de todo aquel tinglado. Bilardo no entró en tecnicismos y se lo explicó de manera sencilla: «Para ver si sabés atajar de noche».
«¡Si perdemos contra Rusia, le pagamos un paracaídas al piloto y manejo yo el avión hasta que nos estrellemos!»
«¡Si perdemos contra Rusia, le pagamos un paracaídas al piloto y manejo yo el avión hasta que nos estrellemos!»
Argentina tenía numerosos pacientes desperdigados por Europa. Por esta razón, Bilardo se vio obligado a visitarlos con frecuencia: Alemania, Francia, España y sobre todo Italia, donde residía la mayoría de ellos. Aprovechaba la mínima ocasión para tratarlos. Desafortunadamente, el equipo estaba con las defensas bajas y algunos como Brown o Valdano empezaron a enfermar. Incluso Maradona tenía fastidiada la uña del pie. El reto era mayúsculo. Por fin llegaría junio y la Copa Mundial de Italia 1990. El primer partido los medía con Camerún, liderada por Thomas N’Kono y Roger Milla, aunque el gol africano lo marcó François Oman-Biyik (0-1). Los argentinos perdieron y a Bilardo se le vino el mundo encima. Si Argentina caía en primera fase, tendría que buscar un nuevo país donde vivir. El doctor suministró a los suyos una buena dosis de vitamina verbal y los puso en situación de lo que podría sucederles en caso de catástrofe: «¡Si perdemos contra Rusia, le pagamos un paracaídas al piloto y manejo yo el avión hasta que nos estrellemos!». A los jugadores no pareció agradarles para nada la idea y mediante Troglio y Burruchaga solventaron el duelo con la URSS (2-0). En la última jornada de la fase de grupos, un rácano empate con Rumanía les sirvió para pasar como terceros (1-1), pero necesitaban mejorar mucho si querían llegar lejos en el torneo; esperaba una Brasil que contaba sus partidos por victorias.
LAS VIEJAS RECETAS
Cuando la selección de Argentina llegó a Turín para disputar los octavos de final de la Copa del Mundo, Carlos Bilardo descubrió que en el hotel se celebraba una boda. Sus abuelos sicilianos siempre le decían «fidanzata porta fortuna» («la novia trae suerte»), así que instó a los jugadores a hacerse fotos junto a la novia y pedirle el ramo de flores. Horas más tarde se confirmaría que sus métodos ya traspasaban la barrera de lo sobrenatural. La eliminatoria frente a Brasil fue una demostración de oficio y personalidad por parte de los argentinos. No lo pasaron nada bien en la primera parte, con un tiro al poste de Dunga. En el descanso, el Narigón hizo una nueva recomendación a sus pupilos: «Si es posible, no paséis el balón a los de amarillo, sino a los de celeste y blanco». Argentina sufrió hasta el punto de que Careca y Alemão volvieron a estrellar la pelota contra la madera de la meta defendida por Sergio Goycoechea. La suerte no tiene una explicación científica, ¿o sí? A falta de diez minutos, los albicelestes recibieron el regalo de la novia; jugada soberbia de Diego Maradona y golazo de Claudio Caniggia (0-1). Algunos rumores apuntaron que el doctor había ordenado a su masajista, Miguel Di Lorenzo, ofrecer a los rivales botellas de agua con una sustancia que provocaba somnolencia. Las sospechas fueron confirmadas posteriormente por Maradona, Ruggeri y el propio Di Lorenzo, aunque desmentidas por Bilardo y por el presidente de la AFA, Julio Gphp81.rondona. Sebastião Lazaroni, seleccionador brasileño, anunció que pediría sanciones a la FIFA. Nunca se tuvo constancia de ello.
En los cuartos de final, Argentina superó a Yugoslavia en penales tras otra exhibición más de Sergio Goycochea, la revelación del equipo (0-0; 3-2). El arquero limeño resultaba ser por momentos la panacea. En las semifinales se cruzaron con Italia, la anfitriona del torneo y una de las favoritas. Míster Maquiavelo siguió con sus tácticas de motivación, mostrando a sus jugadores una bandera argentina calcinada, según él, por los italianos. Aquello enfureció a los jóvenes, mientras que los veteranos ya conocían de sobra cómo funcionaban las artes bilardistas. «Si me hacéis caso, este es el partido más fácil del Mundial», les dijo el técnico. Así fue. En el Estadio San Paolo de Nápoles, su estrategia se reivindicó. Al cuarto de hora, el punta italiano Toto Schillaci abrió el marcador, pero otro gol de Claudio Caniggia rescató a los argentinos, que ganaron en una nueva tanda de penaltis con Goyco como héroe (0-0; 3-4). Aun con todas las dificultades, Argentina se colaba en otra final del Mundial.
Cuatro años después de la Copa del Mundo de 1986, la final se repetiría en Italia: Alemania Federal-Argentina. Esta vez el escenario fue el Estadio Olímpico de Roma y la suerte caería para el otro lado. Argentina defendió con uñas y dientes, jugando con más corazón que cabeza y casi esperando una nueva lotería desde los once metros. No era para menos, el equipo estaba agonizando; Óscar Ruggeri y Jorge Burruchaga se lesionaron y Pedro Monzón y Gustavo Dezotti fueron expulsados. En la recta final, una falta de Roberto Sensini sobre Rudi Völler en el área argentina marcó el devenir del choque. Andreas Brehme anotó la pena máxima para coronar a Alemania Federal como campeona del mundo. Si Bilardo tiró la medalla de campeón en México, imaginen lo que hizo con la de plata. Cierto es que cuando vio a Franz Beckenbauer levantar la copa tenía ganas de enmendar el error que cometió en 1986 y pensó en hacerse una foto con el trofeo, pero su recio orgullo nunca se lo habría permitido. Después del torneo y cumplir un ciclo de ocho años, decidió dejar el puesto de seleccionador, pese a que el país entero, incluido el presidente Carlos Menem, pidió que continuara. Nuestro doctor favorito desconectó del fútbol profesional hasta que su espíritu competidor se lo permitió.
En verano de 1992, el Sevilla FC contrató los servicios de Carlos Bilardo y le dispuso una plantilla que contaba, entre otros, con Juan Carlos Unzué, Alfonso Cortijo, Juan Martagón, Manolo Jiménez, Diego Rodríguez, Rafa Paz, Nacho Conte, José Carvajal o Davor Suker, a los que se sumaron Sebastián Losada, Monchu, Bango y Diego Pablo Simeone. Además, a mediados de septiembre llegó la guinda. Diego Armando Maradona quiso acudir a su doctor de cabecera con el objetivo de reencontrarse con el fútbol, tras más de quince meses suspendido por dar positivo en un control antidoping. En Nervión no tardaron en darse cuenta de cómo se las gastaba Bilardo. Mandaba a los futbolistas a las duchas y cuando ya estaban limpitos los deleitaba con alguna sorpresa: «Todo el mundo al campo, hay que ensayar un córner». Siempre era muy detallista. Su experiencia en España tuvo un inicio bastante prometedor, con 11 victorias y 5 empates en 20 partidos, destacando la igualada frente al FC Barcelona (0-0) y el triunfo contra el Real Madrid (2-0), partidazo incluido de Maradona. Sin embargo, el rendimiento del astro argentino, al igual que el del equipo, era cada vez más irregular. Al final, el Sevilla se desinfló en la segunda vuelta y acabó séptimo, cerca aunque fuera de los puestos europeos.
El partido más recordado de aquel Sevilla de Carlos Bilardo, el que se quedaría marcado en la memoria colectiva de los aficionados españoles, sucedió en febrero de 1993. Durante la visita al Estadio de Riazor para jugar con el Deportivo de La Coruña, se produjo un percance muy próximo al banquillo rojiblanco entre Diego Maradona y Alberto Albístegui. Domingo Pérez, fisioterapeuta sevillista, iba a atender al argentino, pero al ver que se había incorporado ya, fue a prestarle su ayuda al jugador deportivista, que estaba en el suelo sangrando. En vista de aquello, Bilardo salió del área técnica totalmente fuera de sí y gritándole al bueno de Domingo: «Los de colorado son los nuestros». Hecho un manojo de nervios, el doctor se sentó y continuó maldiciendo: «Qué carajo me importa a mí el otro, ¡pisalo, pisalo!». Así que ya saben, lo primero es cerciorarse de que su compañero se encuentra bien, y, si aún les queda algo de tiempo, pisen al rival. Es una forma estratégica de obtener ventaja numérica, y eso, en el manual del buen bilardista, es una ocasión que no se debe dejar pasar.
«Qué carajo me importa a mí el otro, ¡pisalo, pisalo!»
ÚLTIMAS CONSULTAS
El Sevilla no renovó el contrato de Carlos Bilardo, que dejó de entrenar y comenzó a hacer sus pinitos en el periodismo deportivo comentando para distintas televisiones. Hasta que volvió a sentir ese picorcillo competitivo. En 1996 aceptaría dirigir a Boca Juniors. En Buenos Aires armó otro bloque fuerte y luchador, con un conjunto que mezclaba jóvenes promesas, como Juan Sebastián Verón y Kily González, jugadores asentados en Argentina, como Carlos Navarro Montoya y Nélson Vivas y viejos conocidos de la selección, como Néstor Fabbri, Claudio Caniggia o el mismo Diego Armando Maradona. Aquella escuadra tenía el sello made in Bilardo. Carlos era tan apasionado en su trabajo que tenía vigilados a sus futbolistas para saber a qué hora se iban a la cama. Eran muy difíciles de batir. En la Supercopa Sudamericana solo perdieron en cuartos de final porque Cruzeiro los eliminó en penales (0-0 y 1-1; 7-6), pero en el Torneo Apertura firmaron un discreto décimo puesto que provocó la salida del doctor. Justo antes de producirse la misma había llegado al equipo Roberto Abbondanzieri. Bilardo no había tenido tiempo de probarlo, así que le dio una de sus famosas citas a las dos y media de la mañana en su nueva consulta, en mitad del Parque Sarmiento. Únicamente quería verlo pelotear y comprobar en qué forma llegaba. No se puede ser más profesional.
En mitad de la temporada 1996/1997, el Sevilla volvió a solicitar sus servicios, esta vez para rescatarlo de los puestos de descenso. El Narigón aceptó el reto, aunque pronto desistió, pues ni él mismo era capaz de resucitar a los muertos. Entonces, iniciaría un pequeño periplo por selecciones de países futbolísticamente mucho más modestos como Guatemala y Libia, trabajando para sus combinados nacionales sin demasiado éxito. Carlos Salvador Bilardo cerraría su carrera como entrenador en el equipo de su vida: Estudiantes de La Plata. En 2003, el cuadro pincharrata estaba enfermo y agonizaba rumbo hacia la Primera B Nacional, así que decidió acudir a su médico de familia para que intentara hallar una cura eficaz. Aquel era un plantel muy joven apoyado en algunos más veteranos como Martín Herrera, Néstor Fabbri, Roberto Trotta o Faustino Asprilla. El equipo se salvó sin problemas y Bilardo permaneció en el club hasta junio de 2004.
El doctor impartiría su última cátedra en el Estadio Monumental el 22 de febrero de 2004. En pleno partido, sacó una copa y una botella de champán. Una fiscal de instrucción, que no sabría mucho sobre medicina deportiva, quiso expulsarlo de la cancha en el descanso: «Quisieron llevarme por la fuerza a una oficina. La fiscal era pura prepotencia; pero yo no tenía champán en la botella, sino “Gatorei” con agua. Había como veinte tipos que querían llevarme por la fuerza. Les dije que tenía que bajar al vestuario a dar la charla técnica. Qué oficina ni oficina». La fiscal iba a llevarse la botella con el fin de verificar su contenido, pero Bilardo ya se las sabe todas. «No sabía si le iban a poner alcohol dentro, por eso pedí que le pusieran precinto ahí mismo». El técnico reconoció que había mandado a comprar el champán en esa misma semana: «Pero saqué el líquido de la botella en la concentración y le puse “Gatorei”. Ahora, cuando vuelva a City Bell, vamos a tomar champán, aunque hayamos perdido». Los genios y los grandes personajes se entienden ellos solos y, seguramente, estemos hablando del doctor-entrenador más pintoresco y maquiavélico de toda la historia del fútbol. Hay que decir que en ese momento River Plate ganaba 2-0 a Estudiantes de La Plata. Aun así, Bilardo declaró que solamente estaba «celebrando el espectáculo tranquilo».
Recomendaciones médicas
CIRUGÍA CARDIOVASCULAR
«Al equipo le pido concentración. Un médico tiene que estar doce horas concentrado para que no se le muera el paciente; yo pido noventa minutos nada más»
CIRUGÍA PLÁSTICA
«Siempre quise que me fracturaran el tabique nasal y tener un motivo para operarme, pero lo único que me fracturaron fue una costilla»
GINECOLOGÍA
«La mujer es como un jugador, si no quiere en determinada posición, no hay que insistirle»
NUTRIOLOGÍA
«Yo digo que al contrario no hay que darle ni agua, el ‘fair play’ es un invento de los británicos»
OTORRINOLARINGOLOGÍA
«¡El himno hay que practicarlo también! Nosotros lo practicábamos cinco veces antes de cada partido. En ese momento al jugador se le pasa toda su vida por la cabeza»
TRAUMATOLOGÍA
«En Messi hay un hueso más en el pie, que se llama pelota y que lo lleva pegado»
UROLOGÍA
«Yo no estoy de acuerdo con que los jugadores no tengan relaciones sexuales antes de los partidos. Mientras que las mujeres sean las que estén arriba, todo estará bien»
Observaciones clínicas
ECONÓMICA
«Los alambrados en los estadios argentinos son bastante altos. Yo digo que no hay que penar al hincha que toma una pelota que se fue a la tribuna y se la lleva, hay que hacerlo al futbolista que la pateó ahí; decirle: esa la pagás vos»
ESTADÍSTICA
«Soy el único campeón intercontinental como jugador, del mundo como técnico y doctor»
ESTILÍSTICA
«Muchachos, lleven un traje y una sábana blanca. Si ganamos, volvemos de traje, si perdemos, nos vamos a Arabia»
FILOSÓFICA
«Para mí, estilo solo hay uno. Eso me lo enseñaron en la Facultad de Medicina. Si vos a un enfermo no le das la dosis correcta de medicamento, chau, se fue. En el fútbol lo que sirve es ganar, ganar, ganar. El resultado sí que sirve. Para lograr el resultado hay que hacer esto, para operar un corazón hay que saber medicina. Pero lo que sirve es ganar»
GEOGRÁFICA
«En África aprenden a jugar al fútbol sin arcos, entonces, llegan tocando al área y no saben meter goles»
HISTÓRICA
«El fútbol mundial está atrasado veinte años»
PUGILÍSTICA
«El fútbol profesional es ganar y solo ganar. Yo soy como Muhammad Alí; durante la competencia no tengo amigos y a los contrarios, si puedo, los mato y los piso»
RELIGIOSA
«Yo no dependí de Maradona, Maradona dependió de mí»
TÁCTICA
«No me gusta cuando los jugadores dicen “vamos, vamos”… ¿A dónde van a ir? ¡Quédense a jugar el partido!»
TÉCNICA
«No, que no entren. Antes hay que enviar a un auxiliar que revise si no hay micrófonos ocultos, te pueden espiar la charla técnica»