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Fernando Vacas

Músico, productor y compositor

LA BANDA SONORA DE
MI VIDA

T
odavía recuerdo cuando mi padre vino de un viaje de trabajo procedente de Bilbao, con un billete de avión firmado. Me dijo: «Fernandito, mira lo que me han firmado para ti». Era un autógrafo del que para mí fue y sigue siendo y será el mejor jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona.

Siempre me he reído mucho de aquella anécdota porque ninguno de mis amigos de la calle, todos gamberros profesionales —y yo, el pringado—, me creyeron. Tampoco es que les hiciera mucho caso a ellos. Los veía exóticos por el mundo en el que se movían, pero extrañamente aburridos. Aquel fue el único autógrafo de mi vida: la firma de Diego Armando Maradona, el Pelusa.

PRIMER TIEMPO

Ya de pequeño tuve problemas para jugar al fútbol, porque me diagnosticaron un soplo de corazón que me impedía hacer ningún tipo de deporte. Poco a poco me fui escapando de casa y engañando a mis padres, diciéndoles que iba a misa los sábados por la mañana, hasta que empecé a jugar al fútbol con los chavales del barrio. Al final, terminé jugando como centrocampista en el Córdoba CF ‘B’. Todo esto, por supuesto, falsificando la ficha técnica, porque al hacerme las pruebas del corazón siempre salía a la luz mi dichoso soplo.

INTERMEDIO

De repente, me encuentro jugando un partido de fútbol un sábado por la mañana; llovía y hacía frío, y ahí fue cuando tuve mi primera delgada línea roja, como yo lo llamo, o desconexión de la realidad, haciendo referencia a la película de Terrence Malick.

Empecé a evadirme del partido y a oír una voz en off que me preguntaba con eco que qué hacía yo allí. Escuchaba voces interiores en alto, la gente chillando, un jugador contrario que me pegaba patadas por detrás y me decía: «Me cago en tu puta madre». Y un sinfín de feedbacks, pensamientos y sensaciones que me dejaron helado. De pronto, sonó una canción en mi cabeza, una de The Smiths, Some Girls Are Bigger Than Others, y después otra de The Cure, A Forest. Ahí comencé a transcender.

También con mucho más eco y dirigiéndose a mí, oía a lo lejos al padre de un compañero del equipo, un gordito con trabajo semanal digno, que me increpaba: «Ese tío que se vaya a jugar al ajedrez». Se refería a mí claramente, porque nunca fui de defender mucho, más bien de estrategia o mover el balón como si fuera magia, o eso creía yo. Ahí ya noté que no estaba en el sitio adecuado. Y fue cuando una voz en mi interior me dijo: «Tú a la música y el fútbol para otras cosas».

SEGUNDO TIEMPO

Así me tiré un tiempo, y la música y los sueños fueron medicina necesaria para sobrevivir a este sistema nublado y estúpido. Sin embargo, seguí jugando con los amigos al fútbol, un deporte, por otro lado, en el que se hacen amigos de veintidós en veintidós, no como en el tenis, que es más rollo parejitas. Con el tiempo me di cuenta de que, como maridaje, el fútbol para mí era compartir con los amigos y no competir con extraños. Creo que la magia se comparte siempre mejor con los cercanos y no se defiende tanto con el resto.

Pero ¿qué es eso de la magia? Pues, puramente, el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales. Entonces, estamos hablando de algo especial y de que las personas que practican la magia son o bien semidioses o bien se apoyan, de alguna manera, en otras que no están realmente entre nosotros para conseguir algo único. ¿Podríamos decir que Dios está ahí? Pregunta abierta. Por tanto, podríamos decir también que algunos están tocados por la mano de Dios, por algún dios, o que la mano de Dios existe, ¿no? Hum… no sé, no sé.

Lo que sí está claro es que jugar con las manos siempre tiene su aquel, pero con los pies es ya de otro planeta, y eso es un arte. Y como arte, según la RAE, es la «manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros». Efectivamente, eso es el fútbol.

Dicho esto, cuando hablo de música y de fútbol para mí son la misma cosa: puro arte. Y eso solo es apreciable y practicable por personas, seres o entes que estén dotados de esa magia, ese ángulo alquímico que hace que todo cobre brillantez y movimiento.

MINUTO DE DESCUENTO

Una banda sonora hace referencia, evidentemente, a la parte audible de una proyección audiovisual, ya esté compuesta por diálogos, ruidos ambientales, música o por cualquier otro tipo de sonido, sea real o sintético. Y esa proyección puede ser nuestra propia vida. Hay personas para las que la banda sonora de sus vidas es su trabajo, su familia, su Vietnam, el fútbol o, mismamente, la música. O bien una mezcla de todo ello. Todo lo respeto.

En mi caso, he de decir que la banda sonora de mi vida siempre ha sido la magia, en la cual incluyo la música y también el fútbol, aunque no espero convencer nunca a nadie ni de esto ni de nada. Ni de si debe elegir música o fútbol. Simplemente, y aunque parezca y suene a un theremín de autoayuda, escúchate a ti mismo.

Diego Armando Maradona estará siempre vivo, el fútbol seguirá existiendo, The Smiths y The Cure sonarán eternamente y la música en general también; pero, incluso no siendo semidioses, a veces el arte es tan solo aquello que tú sientes disfrutando de todo eso a tu manera. En este partido no hubo ninguna pena máxima.