Ici c’est Brest
TEXTO:
ANDRÉS ARRIETA
F
río atípico en medio de una primavera que termina y un verano que llega. La mañana del sábado guarda un sol escondido entre las nubes y está marcada por el silencio, en total contraste con el bullicio nocturno del viernes que viene de ocurrir. El viento fresco que procede de la costa trae consigo a un par de gaviotas que merodean por la zona. A mi llegada no hay nadie en la calle; al poco tiempo, las primeras personas se asoman paseando a sus perros siguiendo la típica rutina matinal que les evite limpiar un desastre en casa.
Brest es una ciudad costera ubicada al noroeste de Francia. En la actualidad sigue albergando uno de los puertos más importantes de todo el país, pero pareciera que su mejor momento ya hubiera pasado. La desindustrialización de finales del siglo XX y principios del XXI ha terminado por afectar a la segunda urbe más relevante de la región de la Bretaña. Otear al horizonte supone mirar hacia lo que alguna vez se consideró como lo desconocido. Hoy Brest apunta hacia América. Probablemente, con un buen telescopio sea posible vislumbrar la orilla al otro extremo del Atlántico. La tierra roja. El viejo mundo conociendo al nuevo.
Como ciudad portuaria, Brest está construida a base del metal. Construcciones geométricas y de color gris. Trabajo y esfuerzo, clase obrera. Este lugar sufrió los estragos de la Segunda Guerra Mundial, de ahí su reconstrucción. Los bombardeos se llevaron consigo la historia que la caracterizaba. Hay memoriales recordando a los caídos, y el resto de los sitios a visitar indican que aquello fue erigido el siglo pasado, respetando los materiales y el modelo original, guardando un peso histórico muy significativo. Tan solo queda una pequeña calle empedrada como vestigio de épocas pasadas. En una de las colinas hay una fortaleza, cuyo acceso está en su mayoría restringido. Lo más llamativo que encontré fue el puente de Recouvrance, el más grande de Europa durante mucho tiempo y que se eleva sobre el río Penfeld. Agua de color azul claro.
Resulta que el puerto de Brest tiene un aire bastante descuidado, como si no hubiese nadie que pudiese darle algún mantenimiento. Buques, transatlánticos y pequeños navíos yacen varados siguiendo el ritmo que dicte el estado de ánimo de la marea. No hay gente, es como si todo el mundo se hubiera subido a un bote y partiese hacia mejor destino. Demasiados locales abandonados en los que los carteles que anuncian la renta del espacio son ya de un color amarillento. No ha dejado de pasar por allí el sol y el polvo se ha venido acumulando. Parece no haber nadie a quien le importe ni capitán al mando.
Brest aguarda a sus visitantes con muchas subidas y bajadas, por lo que es mejor llegar con una buena condición física si uno desea recorrerla a pie. Es mediodía y el centro está carente de vida. Por fin el sol ha salido, pero la gente no parece tener ninguna intención de salir y disfrutar de él —sol en lugar de lluvia no es tan común por aquí, según tengo entendido—. Partiendo del primer cuadro de la ciudad en línea recta y después girando a la derecha, hay un pequeño estadio en el que se juega futbol de primera. Es la cancha del Stade Brestois 29, un recinto humilde que se pierde entre la altitud de los edificios departamentales que tiene al lado. Seguramente, los últimos pisos ofrezcan una buena vista al campo en los días de partido. Se presenta de forma sencilla, con fachada de color rojo y paredes que recorren la historia modesta de este club modesto; de un lado, los distintos escudos utilizados a lo largo de todos estos años; otro espacio funge como muro de la fama con algunos nombres destacados que vistieron la camiseta y que, lamentablemente, ya nos dejaron, como el argentino José Luis ‘Tata’ Brown o el paraguayo Roberto Cabañas, futbolistas del equipo entre 1988 y 1990. Bajo las letras que dan nombre a esta cancha, Stade Francis Le-Blé, se nos recuerda que «Esto es Brest» («Ici c’est Brest»). Estamos lejos de la orilla y el olor marino permea. Si la pelota saliese del estadio, rodaría calle abajo hasta terminar en la playa, a un par de kilómetros. La arena es tan fina que resulta cómoda, se pierde entre los dedos.
Bajo las letras que dan nombre al Stade Francis Le-Blé, se nos recuerda que «Ici c’est Brest»
En el Stade Brest es común la simplicidad porque no hay muchos méritos que destacar. La falta de logros, y espero que esto no se me malinterprete, es mucho más habitual de lo que creemos, más aún en nuestros días. Hablando de la primera división del futbol galo, su posición más alta en la clasificación liguera fue un octavo puesto en la temporada 1986/87. Conviene aclarar que este club se fundó en 1950 a partir de la fusión de cinco equipos distintos. Eso sí, entre sus filas ha tenido, además de los antes mencionados, jugadores ilustres como los de Paul Le Guen, Vincent Guérin, Corentin Martins, Jorge Higuaín, David Ginola o Franck Ribéry. A mediados de la década de los ochenta y los noventa, la entidad sufrió relegaciones administrativas que acabaron de la peor manera posible, con una deuda económica que desembocó en futbolistas liberados, la plantilla del primer equipo disuelta y partiendo de una base sustentada en los canteranos, que pasan tres años en el sector amateur. Es decir, un conjunto ascensor que va y viene, siguiendo el compás de la marea de aquellos primeros botes vistos por esa misma mañana. ¿Cómo puede haber tanta fidelidad a un club como este? Es increíble y merece todo mi respeto.
En el día de hoy, sábado 3 de junio de 2023, el Stade Brest recibe en la última jornada de la presente campaña al Stade Rennes. Al final del encuentro se prevé una fiesta de clausura con música y un espectáculo pirotécnico. El partido termina con un resultado en contra de 1-2. Sin embargo, la derrota no impide que la celebración se lleve a cabo; han salvado la temporada manteniéndose un año más en la Ligue 1, la máxima competición a nivel nacional. ¿Y acaso no es motivo de festejo? Su hinchada merece un momento como este, de reconocimiento por el apoyo incondicional y la presencia tanto de local como de visitante. No debe ser fácil saber que el sufrimiento es una constante en esta relación club-afición. Los seguidores aplican el carpe diem ante la gran dificultad de permanecer en la élite durante varios años consecutivos.
Es de noche y la línea divisoria que separa el agua de la tierra firme la dicta la luz del alumbrado público. Al otro lado todo resulta tan oscuro… Habiendo abordado el tren de retorno a casa, me voy alejando Brest. A distancia, los fuegos artificiales se vuelven pequeños destellos. Quizá para algún marinero perdido pueda servirle de guía con tal de poder regresar a su hogar. El camino de regreso es muy tranquilo y silencioso. Recorriendo por última vez la ciudad que voy dejando atrás, me encuentro una pared que me recuerda aquello de que «Ici c’est Brest».