Enhorabuena, ya eres Guy Roux en el Auxerre.
TEXTO:
JOSEBA ORMAZABAL
ILUSTRACIÓN:
JARORIRO! & DIEGO URIBE
G
uy Roux es Auxerre y Auxerre es Guy Roux. Hablamos del hombre que ha escrito las páginas más gloriosas de la Association de la Jeunesse Auxerroise. Ha vivido prácticamente la mitad de la existencia del conjunto borgoñés desde el banquillo, dirigiéndolo y convirtiéndolo en un club histórico. ¡Venga ya, hombre! No será para tanto. ¿Seguro que no? 890 partidos, 375 victorias, 256 empates y 259 derrotas hablan por sí solos. Pero tranquilo que, si los datos no te bastan, ahora viene lo mejor. Guy Marcel Roux (12 de octubre de 1938) es la figura que ha marcado el transcurso del Auxerre a lo largo de varias décadas. Nacido en Colmar, en el Alto Rin, creció como futbolista en la cantera blanquiazul, jugando para el primer equipo durante varias etapas. Sin embargo, al no verse capacitado para triunfar sobre el césped, decidió colgar las botas antes de tiempo. «Tenía buena técnica y ciertas capacidades físicas, pero carecía de vivacidad», admitía. Su verdadera vocación estaba en los banquillos. Así lo contaría medio siglo más tarde en una entrevista concedida al diario El País: «No tardé en darme cuenta de que no tenía talento suficiente para ser un jugador profesional, pero avisé a mis compañeros: “Llegaré a ser un entrenador famoso”. El Auxerre estaba en las divisiones inferiores y prometí que acabaríamos en la Primera División. Mis amigos pensaban que estaba loco. Tardamos veinte años, pero subimos a Primera». Dicho y hecho. El oriental galo —como oso llamar debido a sus pequeños ojos— haría del Auxerre un equipo grande, muy competitivo y con renombre a nivel internacional.
Antes de seguir profundizando en Guy Roux, vamos a conocerle en su máxima expresión. Para empezar, repasemos algunos apuntes que resultan bastante ilustrativos: su imagen fue utilizada para crear la figura de un guiñol televisivo, tiene un videojuego propio con su nombre y una vez fue defendido nada más y nada menos que por el gabinete del expresidente Nicolas Sarkozy, ya que la liga no le dejaba dirigir a ningún equipo debido a que superaba el límite de edad para trabajar. Con esto último te lo digo todo; Roux es una celebridad con todas sus letras. A pesar de ello, siempre se basaba en una premisa forjada a fuego en pos de alcanzar el éxito: la paciencia. Para él, era vital guardar la calma en todo momento y ante cualquier adversidad.
ALMA DE ENTRENADOR
Puede que toda esa calma mostrada por Guy Roux se debiese a su origen rural. De hecho, algunos lo llamaban campesino, puesto que fue criado entre viñedos. Cierto es que la vida del pueblo es mucho más tranquila y eso forja la personalidad. Fijaos que ni los nueve años militando en la liga regional pudieron con su infinita paciencia. Y, lo que es quizás más sorprendente, tampoco pudieron con la de los directivos del club. «Mi ritmo es el de los campesinos. Esto no se nota porque me paso la vida corriendo, pero cuando veo que un club empieza a ganar y a subir a 200 por hora, me sonrío y me digo: “A ese lo voy a alcanzar, ya lo verá”, y generalmente es así», declaró a Sport Plus en 1991. El otro fundamento en el que se apoyaba Guy Roux era la pasión. Puede sonar a tópico, aunque en este caso el término cobra más veracidad. Sus sesiones físicas a través del bosque son un clásico del fútbol galo. «No tenía miedo de mi padre, sino de Guy Roux», reveló el zaguero costamarfileño Basile Boli, seguramente el jugador más atlético al que ha dirigido. Tal era su obsesión que controlaba hasta el más mínimo aspecto: «La diferencia entre el éxito y el fracaso es la atención a los detalles». No es exageración; él mismo reconoció que revisaba los cuentakilómetros de los coches de sus futbolistas.
Guy Roux profesaba como mínimo la misma picardía que Lazarillo de Tormes. Por ejemplo, se encargaba de que los equipos rivales calentaran con balones distintos a los que se utilizaban en el encuentro. No destacaba precisamente por ser un gran anfitrión. Si en invierno dejaba el vestuario visitante sin calefacción, en verano subía su temperatura hasta convertirlo en un horno. Cada una de las visitas al Estadio de l’Abbé-Deschamps era un infierno —nunca mejor dicho—. Desde luego, astucia no le faltaba. Más allá de estas trampitas características de la época, Roux era uno de esos locos que comen, beben y labran fútbol. Y también lo hablaba. Con el paso del tiempo entabló una estrecha relación con otros entrenadores, entre los que sobresalía el gran sir Alex Ferguson. Al margen de las conversaciones sobre fútbol, ambos compartían otra pasión: el vino. A sabiendas de todos, Guy aprovechaba sus ratos libres para cultivar sus viñedos, y ya te digo yo que, más de una vez, su amigo escocés se pasaría por Borgoña para catar sus mejores vinos.
«La diferencia entre el éxito y el fracaso es la atención a los detalles»
La infancia y la juventud de Guy Roux están repletas de multitud de vaivenes. En la Segunda Guerra Mundial, su padre fue hecho prisionero y su abuelo compró una casa en la población de Appoigny, en Borgoña, llevándose a toda la familia. Sería allí donde el pequeño Guy empezaría a jugar al fútbol. Un año más tarde, regresó a Colmar para trabajar en el campo con su tío y se aficionó al club local, el Sports Réunis Colmar, asistiendo incluso a ver los entrenamientos. En 1950 volvió a Appoigny con el fin de cursar la enseñanza secundaria en Auxerre; ya a tan pronta edad desempeñaría labores de entrenador para las secciones de fútbol de las competiciones escolares: «El profesor me había confiado el equipo. Estos fueron mis primeros pasos como entrenador, con muchos títulos en el campeonato de la academia. Diseñé la capacitación yo mismo gracias a los libros que compré cuando tenía trece años» (Travailler dans le football). Una tarde, se fue a observar una sesión de entreno del Stade Auxerrois, pero el técnico que lo dirigía en aquel momento gritaba tanto que a Guy le resultaba del todo imposible entenderlo, así que optó por acercarse hasta las instalaciones del AJ Auxerre. El joven quedó encantado con lo que presenció en esta última práctica y no dudó en unirse a la disciplina ajaïste, en principio en calidad de futbolista. Aquello sería el principio de un romance eterno.
«La diferencia entre el éxito y el fracaso es la atención a los detalles»
La infancia y la juventud de Guy Roux están repletas de multitud de vaivenes. En la Segunda Guerra Mundial, su padre fue hecho prisionero y su abuelo compró una casa en la población de Appoigny, en Borgoña, llevándose a toda la familia. Sería allí donde el pequeño Guy empezaría a jugar al fútbol. Un año más tarde, regresó a Colmar para trabajar en el campo con su tío y se aficionó al club local, el Sports Réunis Colmar, asistiendo incluso a ver los entrenamientos. En 1950 volvió a Appoigny con el fin de cursar la enseñanza secundaria en Auxerre; ya a tan pronta edad desempeñaría labores de entrenador para las secciones de fútbol de las competiciones escolares: «El profesor me había confiado el equipo. Estos fueron mis primeros pasos como entrenador, con muchos títulos en el campeonato de la academia. Diseñé la capacitación yo mismo gracias a los libros que compré cuando tenía trece años» (Travailler dans le football). Una tarde, se fue a observar una sesión de entreno del Stade Auxerrois, pero el técnico que lo dirigía en aquel momento gritaba tanto que a Guy le resultaba del todo imposible entenderlo, así que optó por acercarse hasta las instalaciones del AJ Auxerre. El joven quedó encantado con lo que presenció en esta última práctica y no dudó en unirse a la disciplina ajaïste, en principio en calidad de futbolista. Aquello sería el principio de un romance eterno.
ASCENSOS COMO PANES
La relación entre Guy Roux y el Auxerre, como decimos, se basa en la paciencia y la pasión. Sin paciencia no habría seguido en el equipo y sin pasión no habría logrado todo lo que logró. Si reitero con insistencia en saber esperar y en confiar, no lo digo en vano. Es muy meritorio que un club mantenga la confianza en un entrenador cuando lleva varios años dirigiendo en las divisiones regionales y no consigue el ansiado ascenso. Seguramente, hoy en día esta situación sería casi impensable. Hay que decir que alguna duda hubo, dado que la primera etapa fue de prueba y duró tan solo una temporada en la que terminaron en quinta posición. En septiembre de 1962, Guy renunció al cargo para realizar el servicio militar, pero siguió ejerciendo la profesión en el equipo de fútbol del regimiento. Mientras tanto, el AJA mantuvo la categoría a duras penas, hasta que el joven regresó al banquillo en 1964. A partir de entonces, se fueron colando en los primeros puestos de la Régional 1, el cuarto escalafón del fútbol francés, clasificándose en cuarto lugar durante cuatro años consecutivos. Sin que nadie lo sospechara, aquel sería el preludio de algo grande.
En la temporada 1969/70, el Auxerre fue campeón de su grupo en la Régional 1, ascendiendo al campeonato de aficionados francés por primera vez en su historia. «No quería acostarme: fui al bosque y a los campos de Appoigny. Caminé hasta que salió el sol. Regresé a casa a las 7:30 para desayunar. Ya ves la alegría que tenía…», recordaba Guy Roux en L’Yonne Républicaine, diario regional con el que colaboró en diversas ocasiones. Después de lograr este hito, se retiró de los terrenos de juego para centrarse exclusivamente en la dirección técnica, puesto que le era «muy difícil jugar y gestionar el entrenamiento al mismo tiempo». El club no tardó en consolidarse en la zona alta de la liga; tercero, otra vez tercero, quinto… En 1974, el cuadro borgoñés sería cuarto por detrás de los equipos reserva de Olympique de Lyon, Saint-Étienne y Olympique de Marsella y, debido a que los filiales no podían ascender a categoría profesional, saltó directamente a la Division 2. Con el objetivo de poder competir en el profesionalismo, realizaría fichajes importantes como el portero internacional polaco Marian Szeja o el capitán de la selección de Francia amateur, Jean-François Chevat. Aun así, el bloque era prácticamente el mismo que en el ascenso, en el que brillaba mayormente el internacional olímpico Gérard Hallet. En su primer año en la división de plata, ofrecen un buen rendimiento y firman un décimo puesto. La leyenda de Roux y el Auxerre seguía creciendo, pero no se quedó ahí.
«No quería acostarme: fui al bosque y a los campos de Appoigny. Caminé hasta que salió el sol»
«No quería acostarme: fui al bosque y a los campos de Appoigny. Caminé hasta que salió el sol»
El Auxerre dejó claro que la Division 2 tampoco le venía grande. Alcanzó de nuevo la décima posición de la tabla en 1976, y en las dos siguientes subiría hasta la quinta y la cuarta. La plantilla había ido reforzándose con el lateral diestro Lucien Denis, los centrocampistas Dominique Cuperly y Serge Mesonès o los delanteros Jean-Marc Schaer y Josef Klose. En el curso 1978/79, se dieron a conocer a lo largo y ancho del país. El director Jean-Jacques Annaud inició en Auxerre el rodaje de la película Coup de tête, que narra la aventura de un pequeño equipo en la Coupe de France. Para ello, contó con los futbolistas del AJA como extras y con Guy Roux como su asesor de lujo. Muy pocos imaginaron que la ficción se convertiría en un hecho. Increíble pero cierto. El Auxerre afrontó aquella edición copera con una motivación especial y así fue derrotando a Entente Chaumont (4-2), Stade Quimpérois (0-1 y 0-0) y Montpellier (0-0 y 2-0), rompiendo la barrera histórica de los octavos de final. La gran sorpresa llegó a partir de cuartos, eliminando a dos conjuntos de Division 1 como Lille (0-0 y 1-2) y Estrasburgo (0-0 y 2-2), que a la postre sería el campeón de la liga francesa. En la final copera de 1979, celebrada en el Parque de los Príncipes, fue capaz de empatar con el Nantes, aunque acabó cayendo en la prórroga (4-1). En liga, acusó el cansancio y volvió a quedar cuarto clasificado.
El Auxerre dejó claro que la Division 2 tampoco le venía grande. Alcanzó de nuevo la décima posición de la tabla en 1976, y en las dos siguientes subiría hasta la quinta y la cuarta. La plantilla había ido reforzándose con el lateral Lucien Denis, los centrocampistas Dominique Cuperly y Serge Mesonès o los delanteros Jean-Marc Schaer y Josef Klose. En el curso 1978/79, se dieron a conocer a lo largo y ancho del país. El director Jean-Jacques Annaud inició en Auxerre el rodaje de la película Coup de tête, que narra la aventura de un pequeño equipo en la Coupe de France. Para ello, contó con los futbolistas del AJA como extras y con Guy Roux como su asesor de lujo. Muy pocos imaginaron que la ficción se convertiría en un hecho. Increíble pero cierto. El Auxerre afrontó aquella edición copera con una motivación especial y así fue derrotando a Entente Chaumont (4-2), Stade Quimpérois (0-1 y 0-0) y Montpellier (0-0 y 2-0), rompiendo la barrera histórica de los octavos de final. La gran sorpresa llegó a partir de cuartos, eliminando a dos conjuntos de Division 1 como Lille (0-0 y 1-2) y Estrasburgo (0-0 y 2-2), que a la postre sería el campeón de la liga francesa. En la final copera de 1979, celebrada en el Parque de los Príncipes, fue capaz de empatar con el Nantes, aunque acabó cayendo en la prórroga (4-1). En liga, acusó el cansancio y volvió a quedar cuarto clasificado.
Guy Roux era más que un entrenador. Por un lado, la paciencia siempre le llevaba a planificar sus proyectos a medio y largo plazo. Por otro, el compromiso absoluto con su trabajo y su club se extendía más allá de lo profesional —véase el ejemplo de Jean-Marc Ferreri, un talentoso jugador de 14 años al que incorporó para la plantilla de reservas y al que hospedó en su propia casa—. Aquella filosofía originó magníficos resultados. La hazaña copera le reportó al Auxerre 1,2 millones de francos. Roux quiso invertir en futuro, así que convenció al presidente, Jean-Claude Hamel, para comprar la granja Râteau, ubicada justo al lado de su estadio. El objetivo era levantar un centro de formación y entrenamiento que se abriría en 1982 y sería una de las canteras futbolísticas más prolíficas de toda rancia, puesto que construir el futuro de la entidad no estaba reñido con aprovechar el presente. En la temporada 1979/80, los blanquiazules comenzaron como un tiro con tres triunfos seguidos ante Cannes (1-2), Tavaux-Damparis (2-0) y Montluçon (0-2). Después de atravesar un pequeño bache de resultados, fueron entonándose hasta firmar un balance total de 16 victorias, 12 empates y 6 derrotas. 21 de mayo de 1980: en la última jornada de liga y en el Estadio de l’Abbé-Deschamps, el Auxerre venció al Cannes (2-1), amarrando así el primer puesto del Grupo B. El AJA lo había conseguido: el ascenso a la máxima categoría del fútbol francés era una realidad. Por si fuera poco, también se coronó campeón de la Division 2 tras imponerse al Tours (4-0 y 1-0). Roux fue nombrado mánager general, siendo uno de los primeros en asumir este rol en la historia del fútbol europeo.
LENTO PERO SEGURO
El sueño se hizo realidad, como las palabras pronunciadas años atrás por el bueno de Guy Roux. Para ser un debutante en Division 1, las cosas no salieron nada mal. Tras un inicio dubitativo, el Auxerre se mantuvo más de dos meses imbatido. Con una plantilla muy amplia y una media de edad de 25 años, el equipo se quedaría la décima plaza. En aquella primera toma de contacto con la categoría, ganó hasta en 10 ocasiones, empató en 16 y perdió en 12. Entre las actuaciones más destacadas, el asalto al Parque de los Príncipes para derrotar al París Saint-Germain (2-3), así como al Estadio Marcel-Saupin para cortarle la racha de imbatibilidad como local de cinco años al Nantes (0-1). Los goles anotados se debieron en gran parte a la efectividad de un recién llegado. Andrzej Szarmach era un desconocido cuando fue reclutado por Roux y le bastaron 20 partidos para marcar 16 tantos, dato que habla muy bien del ariete polaco. Patrick Rémy, Jean-Marc Schaer, Dominique Cuperly, Robert Sab, Gérard Lanthier y un jovencísimo Jean-Marc Ferreri también merecen su mención, dado que con su juego sostuvieron al equipo en la élite. Sobre todo porque la defensa no fue precisamente un muro. Nada que el entrenamiento y la experiencia no pudieran curar. Y joder si lo curaron.
«No queremos ser flor de un día. Lento pero seguro es nuestro lema. No vamos a ser un ejército que sobrepase sus líneas de suministro. Lo hemos logrado. No queremos volver a desplomarnos. Tenemos que consolidarnos dos o tres años». Estas eran las palabras de Guy Roux para la revista France Foot 2 en 1981, después de que el Auxerre completara su primer año en Division 1. En la temporada 1983/1984, los blanquiazules destrozaron los pronósticos y se subieron al tercer puesto del podio liguero tras Girondins de Burdeos y Mónaco, y con su joven delantero Patrice Garande proclamándose como el máximo anotador del torneo (21 goles). Así, unos meses más tarde se estrenaron en la Copa de la UEFA, aunque acusaron la inexperiencia y serían eliminados a las primeras de cambio por el Sporting de Portugal (2-0 y 2-2). En la siguiente campaña (1984/85), volverían a desempeñar un papel más que notable finalizando cuartos y repitiendo clasificación europea gracias al empate en la última jornada frente al Estrasburgo (1-1), afianzándose como una de las grandes revelaciones del fútbol francés.
«No queremos ser flor de un día. Lento pero seguro es nuestro lema»
«No queremos ser flor de un día.
Lento pero seguro
es nuestro lema»
El autor de aquel gol que le había dado al Auxerre un nuevo pase europeo fue un joven de 19 años llamado Éric Cantona. Guy Roux le hizo debutar en 1983, pero hasta entonces no se asentó realmente en el primer equipo: «Necesitaba verlo jugar diez minutos para saber que era un jugador inmenso» (Le Fígaro, 2018). En un par de años, el atacante marsellés experimentó una progresión meteórica, pues se estrenó con la selección de Francia y un año después se marchó al Olympique de Marsella a cambio de 22 millones de francos. Aquel traspaso supuso una cifra récord en el fútbol galo, ayudando al Auxerre a mejorar el equipo para instalarse definitivamente en la zona noble de la liga. Cantona había sido uno de los primeros talentos surgidos del centro de formación impulsado por Roux, junto a Jean-Marc Ferreri, los hermanos Boli, Bruno Martini, Pascal Vahirua o Raphaël Guerreiro. La paciencia de Guy empezaba a dar frutos.
Ahora abróchense los cinturones y agárrense al punto de apoyo más cercano, que subimos al Olimpo del fútbol francés. Todo empezó a cocerse durante el curso 1992/93. El Auxerre firmó su mejor participación hasta entonces en la Copa de la UEFA; eliminó en primera ronda al Lokomotiv de Plovdiv (2-2 y 1-7), en los dieciseisavos de final al FC Copenhague (5-0 y 2-0), en los octavos al Standard de Lieja (2-2 y 1-2) y en los cuartos al Ajax de Ámsterdam (4-2 y 0-1). En semifinales tuvo que lidiar con el Borussia de Dortmund, que llegaba como subcampeón en su liga y fue muy superior en el partido de ida (2-0). En la vuelta, los locales igualaron la eliminatoria con goles de Corentin Martins y Frank Verlaat, llevándola a la tanda de penaltis: Pascal Vahirua, William Prunier, Lilian Laslandes, Frank Verlaat, Daniel Dutuel… pero, ya en la muerte súbita, Stéphane Mahé falló el sexto lanzamiento y sus lágrimas quedaron grabadas para siempre en la memoria de los aficionados. Aunque nadie lo habría imaginado, aquella eliminación europea sería la antesala de la etapa más gloriosa en la historia de la entidad.
Entretanto, el buen hacer en los banquillos le otorgó a Guy Roux una gran notoriedad internacional. En el verano de 1993, el técnico francés se encontraba de vacaciones en Cuba cuando fue invitado a comer por el mismísimo Fidel Castro. Para su sorpresa, el líder cubano estaba interesado en contratarle con el objetivo de fomentar la práctica del fútbol entre los jóvenes de toda isla. «Me dijo: “Si en dos años los haces jugar al fútbol en lugar del béisbol, te daré una isla”», confiesa Guy en su autobiografía Il n’y a pas que le foot dans la vie (No es solo fútbol en la vida). «“¿Me entiendes? ¡Te daré una isla!”», pero nada, ni siquiera una proposición de tales dimensiones pudo interponerse entre Roux y su profundo amor por el Auxerre. No solo no aceptó la oferta de Castro, sino que también le rechazó un puro habano porque no había fumado en su vida.
LA PRIMERA COPA
A finales de 1993, Guy Roux recibió otra propuesta para cambiar de aires, y esta vez era mucho más tentadora para sus ambiciones deportivas. Después de que la selección nacional de Francia no pudiera clasificarse para la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994, la Federación Francesa de Fútbol (FFF) le ofreció dirigir nada más y nada menos que el nuevo proyecto de los bleus. Difícil decisión, pero por nada del mundo iba a dejar plantado al club de su vida, y menos aún a mitad de curso: «Sentí que tenía algo entre manos en Auxerre y me negué» (L’Yonne Républicaine). Aquella temporada (1993/94), el Auxerre realizó otro gran año para hacerse con el tercer puesto de la liga. Sin embargo, la actuación más reseñable llegó en la Coupe de France. Los chicos de Roux recorrieron un camino en el que fueron doblegando a Pontivy (0-3), Sedan-Ardennes (4-2), Sète 34 (1-4), Racing de Francia (1-2) y Nantes (1-0). Así pues, el primer vino con denominación de origen borgoñés se lo tomarían a costa del Montpellier. El 14 de mayo de 1994 fue una fecha muy especial para el AJA. Otra vez con el Parque de los Príncipes como escenario, el huracán blanquiazul pasó por encima de la escuadra dirigida por Gérard Gili (3-0). Moussa Saïb, Gérald Baticle y Corentin Martins marcaron los tantos que dieron a los auxerrois su primer y puede que más preciado título, dando comienzo a una jarana que se prolongaría unos cuantos años.
AJ Auxerre entró de lleno en los libros de historia en la temporada 1995/96. La celebración del 90 aniversario del club no merecía menos. En verano se fueron Bruno Martini, Frank Verlaat, Stéphane Mahé, Raphaël Guerreiro, Gérald Baticle o Pascal Vahirua y se incorporaron Abdelhafid Tasfaout (MC Orán), Stéphane Guivarc’h (Guingamp) y Laurent Blanc (Saint-Étienne), que llevaba varios años sin encontrar su mejor nivel. Guy Roux, fiel a su esquema 4-3-3, armó un equipo que encandiló a toda Francia. En la portería, un arquero moderno como Lionel Charbonnier, bien suplido los primeros meses por el joven Fabien Cool. En defensa, Laurent Blanc se convirtió en el gran líder de la zaga. Junto a él, jugadores muy físicos como Franck Silvestre en el puesto de central, Alain Goma en el lateral derecho y Franck Rabarivony en el lateral izquierdo, además de un recambio de garantías como el emergente Taribo West. En la medular, Sabri Lamouchi ejercía de metrónomo en el pivote con una excelente visión de juego; a ambos lados, dos interiores incansables y con bastante llegada: Moussa Saïb y Corentin Martins, «un capitán con mucha autoridad, bueno tácticamente» y que realizaría la mejor campaña de su carrera. La línea de ataque estaba compuesta por extremos rápidos, habilidosos y anotadores: Christophe Cocard por la derecha y Bernard Diomède por la izquierda. El segundo es otro de los que exhibió un nivel fabuloso, mostrándose decisivo en los últimos metros. Más arriba, en punta de lanza Stéphane Guivarc’h era a priori el titular, pero fue perdiendo minutos debido a la gran labor de Lilian Laslandes, un delantero que ofrecía más trabajo y asistencias que goles.
Un comienzo liguero tambaleante con varias derrotas suscitó ciertas dudas en el Auxerre. Paciencia… Cuando acabó agosto, la máquina empezó a carburar y completó una racha sensacional con 8 victorias en 10 partidos, incluyendo la primera ronda de Copa de la UEFA con el Viking (1-1 y 0-1). Entonces le llegaría el momento más complicado de la temporada. En la segunda ronda europea, cayó en casa con el Nottingham Forest (0-1), ¡después de haber disparado 26 veces a puerta! Tampoco marcó en la vuelta disputada en suelo inglés, por lo que consumó su eliminación antes de lo previsto (0-0). No os preocupéis. Guy Roux siempre dijo: «Mantén el rumbo en la tormenta y sujeta la barra con firmeza». Y así lo haría hasta volver a enderezar la nave. Tres triunfos consecutivos elevaron al Auxerre a la segunda posición tras el París Saint-Germain. A raiz de febrero, los parisinos flaquearon y los auxerreses no lo desaprovecharían. Primero en copa, donde eliminaron al Olympique de Lyon (0-1), al Le Mans (0-2) y al PSG (3-1). Justo un mes después, ambas escuadras se cruzaron en un duelo liguero trascendental; el paseo de los borgoñeses ante los capitalinos rozó la humillación (3-0).
EL TRIUNFO DE LA PACIENCIA
En la última semana de marzo de 1996, el Auxerre estaba a solo dos puntos del liderato, pero Guy Roux no quiso echar campanas al vuelo. Durante todo el curso había insistido en que su objetivo era la permanencia, así que continuó aplicando su juego psicológico: «Por supuesto que pensamos en el título, pero nuestro calendario es demasiado difícil, haría falta un fracaso del París, y no creo que los acontecimientos vayan en esa dirección». Pues bien, días más tarde, el París Saint-Germain pierde frente al Metz (2-3) y los suyos dan un golpe de autoridad en la casa del Lille (0-4), situándose a la cabeza de la clasificación. A falta de cinco jornadas, se abría un nuevo panorama con cuatro aspirantes a ser campeón liguero: AJA, PSG, Mónaco y Metz. Al mismo tiempo, el humilde Auxerre del humilde Roux seguía dando guerra en la Coupe de France. ¡Y tanto que si la dio! Superó a Valence (0-2) y Olympique de Marsella (1-1; 1-3 en penaltis) y se plantó de nuevo en la final. El 4 de mayo de 1996 el Auxerre se enfrentó a la revelación copera: el Nîmes Olympique. El conjunto de la National 1 demostró por qué había llegado hasta allí, abriendo la lata antes de la media hora de encuentro con un tanto de Omar Belbey. Aunque no sabemos qué les dijo Roux a sus jugadores en el descanso, dio resultado. El Auxerre se puso las pilas y, en el minuto 53, igualó la contienda con un testarazo de Laurent Blanc, certificando la remontada ya en los instantes finales gracias a su matador de área, el delantero abonado a los goles coperos, Lilian Laslandes (2-1). El club conquistaba la segunda copa de su historia y todavía quedaba tela que cortar.
La victoria del Auxerre en la copa fue seguida de una fiesta demasiado tranquila para la ocasión. Tras la final, plantilla, directiva y cuerpo técnico organizaron una cena con karaoke en el salón principal del Gran Trianón, en Versalles. Pero en la velada había un simpático aguafiestas que tenía un acuerdo con sus futbolistas para que se fueran a la cama a las dos de la mañana: «Está en juego el título, ya celebraremos el día del título». Guy esperó cinco horas en la única puerta de salida para asegurar el pacto. No era para menos: otro tropiezo del PSG les permitiría proclamarse campeones de liga si puntuaban en la penúltima jornada. Los auxerrois igualaron en casa del Guingamp (1-1) y aguardaron expectantes. «Teníamos radios en el banquillo en ese momento —contaría Roux para L’Yonne Républicaine—, cinco segundos después del último silbato, veo a mi derecha a Gérard Bourgoin explotando de alegría. Estoy esperando, quiero oírlo por mí mismo, quiero oír el resultado de París (2-2). Y allí me regocijo, salgo al campo. Creo que, en ese momento, incluso Usain Bolt habría visto mi número en la parte de atrás». A la semana, el Auxerre derrotó al Nantes (2-1) y fue coronado campeón de Francia, firmando un doblete inolvidable. Casi nada. Entonces Roux realizaría la siguiente reflexión: «Creo que el éxito del Auxerre ha sido un triunfo de la paciencia. Nunca hubo una cuestión de un cambio drástico o ganar el título del campeonato a cualquier precio. Pudimos esperar nuestro momento, sin poner en peligro todo el esfuerzo, y lo que está sucediendo ahora compensa lo que no tuvimos en el pasado». Aquella tarde del 18 de mayo de 1996 se estudiará en los libros de historia como la culminación de una de las hazañas más antológicas y sorprendentes del deporte galo.
«Pudimos esperar nuestro momento, sin poner en peligro todo el esfuerzo»
«Pudimos esperar nuestro momento, sin poner en peligro todo el esfuerzo»
Después de unas cuantas temporadas creciendo en la élite, el Auxerre había pisado Hollywood al levantar aquellos dos trofeos en la campaña 1995/96. Analicemos los números que avalan tal proeza: 22 victorias, 6 empates, 10 derrotas y 72 puntos. En cuanto a los goles se refiere, perforaron la red rival 66 veces y solo concedieron 30 en la suya. Las cifras de anotación estuvieron muy repartidas, principalmente entre Corentin Martins (13), Lilian Laslandes (12) y Bernard Diomède (9). Suficiente, ¿no? Pues si las estadísticas no acaban con vuestra incertidumbre, no os preocupéis, Éric Cantona seguro que lo hará. El delantero marsellés, siempre tan polémico y que por aquel entonces ya se había convertido en toda una leyenda del Manchester United, declararía tajantemente que «Francia no merece al Auxerre, Inglaterra sin duda, pero no Francia». Por si fuera poco, la escuadra entrenada por Guy Roux no solamente ascendió a la cima alzándose con la liga y volviendo a besar la copa, sino que seguiría haciendo más méritos, aún si cabe, para añadir nuevas páginas doradas en el fútbol francés.
Pero no, hombre, no, que nadie deje su asiento hasta que terminemos la historia; todavía quedan heroicidades que contar. Eso sí, no sin antes sufrir un poco. En los años siguientes, el Auxerre se fue desinflando progresivamente. Si bien es cierto que ganaría la Copa Intertoto en 1997, el bajón en competiciones nacionales era evidente. Los artífices del doblete se marcharon poco a poco y el club no encontraba recambios de garantías, por lo que se resintió de manera preocupante. «Un pequeño que salta siempre baja más que un grande que salta», es otra de las geniales frases de Guy Roux. En la temporada 1999/2000, ya solo quedaban Fabien Cool, Bernard Diomède y Stéphane Guivarc’h, y estos dos últimos tampoco tardaron en abandonar el barco. Sin embargo, la peor noticia posible aún estaba por llegar. En mayo del 2000, Roux anunció su retiro debido a la fatiga: «Cuando diriges a hombres, hay que darles jugo. Y ahí las baterías estaban agotadas». El presidente, Jean-Claude Hamel, decidió darle el testigo a Daniel Rolland, que había estado al frente del filial desde 1977. El primer equipo supuso demasiada presión para Rolland y este apenas aguantaría un año. Entonces, Hamel optó por recurrir a la única persona que era capaz de reconducir la situación: Guy Roux. ¡Cómo no! El alsaciano, que estaba negociando con el Bayer Leverkusen para sustituir a Berti Vogts, no dudó en atender la llamada para regresar al club de su vida solo un año después de su salida.
«El cumplido disminuye al hombre». Esta era siempre una de las máximas de Guy Roux, y Auxerre había tenido que darse un baño de realidad durante unos añitos para recordarla. La nota positiva corría a cargo de las jóvenes perlas que afloraban en el equipo: Teemu Tainio, Djibril Cissé, Joël Perrier-Doumbé, Lionel Mathis, Olivier Kapo, Philippe Mexès, Jean-Alain Boumsong… En su regreso, Guy apostó por la nueva generación, que protagonizó una campaña magnífica y alcanzaría el tercer puesto de la clasificación. La afición encontró su nuevo ídolo en Djibril Cissé, que sería el máximo anotador del campeonato francés junto al portugués Pauleta (22 goles). En la 2002/03 disputaron la Liga de Campeones por segunda vez en toda su historia: aunque dieron la sorpresa imponiéndose a un poderoso Arsenal en Highbury (1-2), no pudieron pasar de la fase de grupos y en la Copa de la UEFA serían ajusticiados por el Liverpool (0-1 y 0-2). En liga, bajarían unos escalones hasta la sexta posición. Pese a ello, el gran Auxerre había vuelto.
Aún quedaban títulos por conquistar y ambos serían en la competición fetiche de Guy Roux: la Coupe de France. ¿Pero cómo era posible replicar aquello? Caen (1-2), Amnéville (0-3), Bourg-Péronnas (1-3), Angoulême-Charente (0-0; 2-4) y Stade Rennais (2-1); este fue el camino para volver a disputar una final después de siete años. El 31 de mayo de 2003, el AJA se medía con un PSG con aires de grandeza y que aún contaba con un tal Ronaldinho entre sus filas. En el Stade de France, Roux alinería a Cool; Radet, Boumsong, Mexès, Doumbé; Fave, Lachuer, Fadiga; Mathis, Kapo y Cissé. El duelo se alteró pronto con el tanto parisino anotado por Hugo Leal. Los blanquiazules sufrirían y no empatarían hasta la recta final. Quién si no Djibril Cissé podría marcar en tan importante instancia. A partir de ahí, ya con las tablas en el luminoso, fueron ambiciosos y hallaron el premio in extremis en el minuto 89 con el gol de Boumsong (2-1). Otra vez más lo habían hecho, se alzaron con otra copa. Ya iban tres.
El éxito del Auxerre motivó de nuevo que los poderosos de Europa pescaran en su equipo, y así zarparían Cissé, Mexès, Kapo o Boumsong. El club volvería a reinventarse y lo hizo como siempre, invirtiendo en la juventud con Benoît Cheyrou (Lille) o Luigi Pieroni (Mouscron) y sumando promesas de su inagotable cantera, como Bacary Sagna y Younés Kaboul. Todavía tenía ganas de escribir algunos capítulos en el libro de machadas del fútbol galo y quería tomarse una copita más por cortesía de Guy Roux: Calais (0-1), Vannes (0-2), PSG (3-2), Boulogne (1-2) y Nîmes Olympique (2-1) fue el itinerario a seguir. En el pub de siempre y con los de siempre, la historia se repetiría dos años más tarde, en esta ocasión con el Sedan. En esta final, celebrada el 4 de junio de 2005, la cuadrilla ajaïste se adelantó mediante Benjani Mwaruwari, pero luego Stéphane Noro empató con un zambombazo. En el descuento, la sensación de déjà vu era evidente; Cheyrou recupera y abre el juego al costado izquierdo, Akalé la pone con la zurda y Kalou, listo como nadie, marca la sentencia en el minuto 94 (2-1). El segundo vino de la noche trajo un aroma a emoción, satisfacción y euforia. En un nuevo golpe maestro, Roux había insistido en que Bonaventure Kalou regresara de su concentración con la selección de Costa de Marfil para disputar aquella final, enviando un avión a recogerlo tras su partido contra Libia. Para ello, el técnico incluso contactó con uno de los hijos de Muamar el Gadafi. Han visto cuál fue el resultado; la cuarta copa francesa ya lucía en las vitrinas del club.
En apenas una década, el Auxerre se había pillado las borracheras de su vida, desde el ascenso a la élite, el primer título, pasando por el doblete y hasta llegar a consagrarse como rey de copas. Como el bueno de Guy Roux sabía que tanto alcohol no es saludable para el cuerpo, el domingo 5 de junio, un día después de la última final, anuncia que abandonará el banquillo auxerrois de manera definitiva: «Es hora de parar». Se había ganado un merecido descanso. Renunció a la buena vida y regresaría, como si nada hubiera pasado, a su querido campo. Con todo, permaneció al servicio del club prestando asesoría en asuntos deportivos, especialmente en la supervisión de las categorías inferiores en el centro de formación. En junio de 2007 volvió a picarle el gusanillo acordó unirse al RC Lens cuando cumplía 68 años. La normativa le prohibía entrenar, pero su nuevo club apeló y, como adelantamos al principio, el presidente de la República Francesa intervino a su favor. Más allá de un inicio prometedor ganando una Copa Intertoto, la aventura de Roux en Lens no fue como esperaba. Los resultados fueron decepcionantes y no pudo disfrutar ni siquiera de una pizca de la paciencia que sí le brindaron en Auxerre, así que dimitió: «Hicimos los gallos antes de poner los huevos». Actualmente, es el entrenador que con más partidos en la primera división de Francia (894), así como el que ha ganado más veces la copa junto a André Cheuva.
«Hay que llevar siempre a las personas que te aman más allá de sus expectativas»
Guy Roux siempre fue autodidacta por pura vocación. Durante años, se costeó infinidad de viajes para presenciar partidos y asistió a los entrenamientos de otros equipos para aprender de técnicos como Albert Batteux, Hennes Weisweiler, Mário Lobo Zagallo o Rinus Michels. Además, basaba su metodología en un enfoque más personal, con sesiones físicas en la naturaleza y en condiciones bastante adversas. «Siempre hicimos lo contrario de las personas normales. En verano fuimos a las montañas, en invierno fuimos al mar», explicaba Franck Rabarivony, campeón de liga en 1996. Otro de los futbolistas más talentosos que dirigió, Enzo Scifo, destacó que «gestionaba todo con autoridad, pero al mismo tiempo lograba conectar muy bien con sus jugadores». Naturalmente, se trata de una persona que lleva esta profesión en la sangre. Por encima de Arsène Wenger, Valery Lobanovsky, Vittorio Pozzo, William Maley o su amigo sir Alex Ferguson, Roux ha sido hasta ahora el segundo entrenador más longevo en un club en la historia del fútbol europeo —únicamente superado por Fred Everiss en el West Bromwich Albion, si bien es cierto que el británico estuvo nueve temporadas en blanco debido a las dos guerras mundiales—. En total, permaneció nada más y nada menos que cuarenta y cuatro años ligado al banquillo del equipo de sus amores, AJ Auxerre. ¿Quieren saber cuál es su gran secreto? «Hay que llevar siempre a las personas que te aman, los dirigentes, los aficionados, más allá de sus expectativas». Por esto y mucho más, Guy Roux fue, es y será único. El último vino me lo tomo en Borgoña. A tu salud, Guy.