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CARTA DEL DIRECTOR

Gracias

S
i llegaste hasta aquí, es porque has leído gran parte de nuestro contenido y eso ya es de agradecer. Como seguramente habrás podido comprobar, este sueño nace del amor y la nostalgia que sentimos por el fútbol. Muchos de los momentos de nuestra vida han girado en torno al balón. Goles, celebraciones, tristezas, alegrías, colores, borracheras y, fundamentalmente, experiencias. ¿Qué sería de nuestras vidas sin una buena historia por contar?

El fútbol llegó a mi vida de casualidad cuando apenas tenía 8 años. Corría un diciembre del año 1999 en Medellín, Colombia, y una final de los antiguos torneos únicos anuales entre dos clásicos del balompié colombiano: Atlético Nacional y América de Cali. Recuerdo que mi tío, por entonces policía, consiguió colarnos en el Atanasio Girardot. Mi hermano, hoy el hincha más fiel del Deportivo Independiente Medellín que conozco, apoyaba al eterno rival —sigo sin saber cuándo y por qué cambió de bando— y ya tenía experiencia en estadios y partidos. Pero yo era solo un lánguido niño que parecía desnutrido y no sabía a lo que se iba a enfrentar.

Sándwiches voladores, los cigarros de marihuana más grandes que jamás volví a ver en mi vida, cánticos de cariño hacia el portero rival —pobre madre de Diego Gómez— y una celebración única por toda la ciudad. Pitidos de carros y motos, banderitas verdes y blancas en cada calle. La música de Rodolfo Aicardi con Los Hispanos ambientaba una fiesta que mezclaba el fútbol y los típicos diciembres de Medellín, llenos de pólvora, sancochos en leña y música popular. Y, cómo no, horas y horas con la misma canción: Pregón Verde de la Súper Orquesta Los Núñez.

Aquella experiencia me marcó para siempre. Me llamó tanto la atención que acabé jugando en el humilde campo de fútbol improvisado sobre la vereda donde crecí, La Mata, en una de las muchas montañas de mi natal Antioquia, en medio de regates no solo a rivales, sino a vacas y caballos que pastaban en la cancha. Al principio era portero; luego lateral y extremo; y ahora, como me descuide, termino de pelota.

Desde entonces, han pasado más de veinte años y el fútbol siempre ha ido marcando grandes decisiones en mi vida. Empecé a estudiar Periodismo guiado por aquellos emocionantes recuerdos de mi niñez. Así, poco a poco, he ido aprendiendo de la profesión y de la vida, mientras que el deporte ha seguido dándome alegrías y nostalgias de muchas maneras. Por ese motivo creamos un espacio donde poder hacer lo que más nos gusta a los periodistas: contar historias.

Este número inicial de Rondo será el primer capítulo de una nueva aventura que nos regala el fútbol. Queremos que sientas que las historias que te traemos también te pertenecen, que te sumerjas en ellas conociendo las anécdotas y los detalles de sus protagonistas, que te sorprendas descubriendo el universo futbolístico como nunca lo has hecho. En definitiva, que disfrutes como si de un buen paseo se tratara. Como dijo algún día un buen amigo: «Rondo es algo para disfrutar lentamente».

No me podía despedir sin dar las gracias también a todos los que nos han ayudado desde el primer día. A Óscar Martos, por creer en esta bendita locura. A los chicos con los que comenzamos en la universidad y que ahora siguen un rumbo diferente. A mi gran amigo Gustavo, que seguro que disfrutará tanto leernos como un buen tequila. A Than, que nos dejó muy pronto pero que seguro que nos leerá desde donde esté. A mi familia y mis amigos, que siempre están ahí. A todo el equipo de trabajo; sin ellos nada habría sido posible. Y, por supuesto, a mi bella y luchadora madre.

Que ruede el balón. Este es el pitido inicial de un partido maravilloso y un proyecto ilusionante. Hecho con pasión, cariño y respeto por este deporte que tanto amamos y por la profesión periodística; para mí, la mejor del mundo. Esto es Rondo: «Fútbol hecho a mano».

JULIÁN VÉLEZ