TEXTO:
ÁLEX MÉRIDA
ILUSTRACIÓN:
SEBASTIÁN MARTOS
DIEGO URIBE
A
muchos de nosotros nos costaría situar en el mapa a Samoa Americana, el territorio más austral de los Estados Unidos. A efectos futbolísticos, este estado insular ubicado en la Polinesia pertenece a la Confederación de Fútbol de Oceanía (OFC); un recóndito lugar del planeta que se puso de manifiesto en el panorama deportivo a inicios del siglo XXI, en un partido de clasificación para la Copa del Mundo de Corea y Japón entre Australia y Samoa Americana. Como si de una leyenda urbana se tratara, el portero samoano americano, Nicky Salapu, rompió todos los registros al encajar una treintena de goles aquel día (31-0). Una década después y tras haberse retirado del balompié, tendría una reválida para aliviar el amargor que sufrió en sus carnes aquel 11 de abril de 2001. Los dieciséis tantos anotados al descanso por los socceroos ya presagiaban que lo peor estaba por llegar. Los aficionados que poblaban las gradas del International Sports Stadium de Coffs Harbour, ciudad costera de Nueva Gales del Sur, iban a presenciar la mayor goleada en la historia de las clasificatorias a un evento mundialista.
UN DESASTRE PARA LA POSTERIDAD
En el año 2000, Nicky Vitolio Salapu (13 de septiembre de 1980) debutó como profesional en el PanSa East FC de su ciudad natal, Pago Pago, capital de Samoa Americana. Un año más tarde, llamó a su puerta la selección nacional, que ocupaba el honorable puesto 201 en el ranking FIFA. De esa forma, el 7 de abril de 2001 se enfundaría los guantes por primera vez en un encuentro internacional: el rival sería Islas Fiyi y el contexto, las eliminatorias de Oceanía para la Copa del Mundo de Corea y Japón 2002. El técnico samoano americano, Tunoa Lui, no podía contar con muchos de sus jugadores para aquella cita premundialista. «Casi todos los seleccionados para jugar el torneo tuvieron que quedarse en Samoa porque no se habían sacado el pasaporte y las autoridades norteamericanas son muy estrictas en este sentido», explicó más adelante. Este hecho, sumado a que las eliminatorias coincidían con exámenes universitarios, obligaron al seleccionador a convocar futbolistas de hasta quince años: «La mayoría no habían disputado un solo partido oficial hasta llegar allí. De hecho, ni siquiera se habían puesto botas de fútbol en su vida. Solían jugar descalzos. Nada más llegar a Australia tuvimos que ir a un centro comercial para comprarles botas porque al día siguiente debutábamos contra Fiyi y perdimos 13-0».
La estrepitosa derrota contra las Islas Fiyi solamente sería la antesala de un esperpento sin precedentes. El combinado nacional de Samoa Americana volvería a ser vapuleado a los dos días, esta vez ante la vecina Samoa (0-8). Sin embargo, la fecha que de verdad se grabaría para siempre en la memoria de Nicky Salapu fue el 11 de abril de 2001. Australia había arrancado el proceso clasificatorio despedazando a Tonga (0-22). «Oceanía tiene que considerar seriamente el formato. Fue embarazoso. Nosotros no sacamos nada positivo de estos partidos y ellos tampoco», declaraba el seleccionador australiano, Frank Farina, sin saber lo que pasaría en dos días. Contra los samoano americanos no convocó a las estrellas del Leeds United, Mark Viduka y Harry Kewell y dejó en el banco a ilustres como John Aloisi y Scott Chipperfield. Aun así, nada hacía presagiar que batirían su propio récord. Los pupilos de Tunoa Lui apenas pudieron resistir durante unos diez minutos, los que aguantó Salapu repeliendo las embestidas de los socceroos antes de que Con Boutsianis anotara el primer tanto. A partir de entonces, los goles caerían uno detrás de otro hasta llegar a los dieciséis. En el descanso, los espectadores ya habían perdido toda la motivación para seguir viendo aquello que más bien recordaba a una pachanga de patio de colegio entre chavales de edades diferentes.
La tregua de Australia duraría solo cinco minutos de juego. Al final, el marcador reflejó un contundente 31-0, lo que suponía la goleada más abultada de la historia en el fútbol de selecciones. «No pude ver ninguna razón por la que querrían marcar tantos goles», confesaba Tunoa Lui al término de la tragedia, sin entender todavía los motivos que habían llevado a los australianos a no frenarse cuando ya contaban con una ventaja sideral. Archie Thompson (13), David Zdrilić (8), Con Boutsianis (3), Aurelio Vidmar (2), Tony Popović (2), Simon Colosimo (2), y Fausto de Amicis (1) fueron los autores de los tantos que perpetraron la más sonrojante de las humillaciones deportivas. A pesar de que Thompson estaba muy feliz tras el partido, no dudó en poner de relieve el grave problema de organización que afectaba al fútbol oceánico: «Romper el récord mundial es un sueño hecho realidad, pero hay que mirar a los equipos contra los que estamos jugando y hacer preguntas. No necesitamos jugar estos partidos. Realmente es una pérdida de tiempo». El delantero, que militaba en el Marconi Stallions, acababa de apuntarse la mejor cifra anotadora de un futbolista en un encuentro internacional. Además, tuvo que hacer frente a las críticas dirigidas hacia su equipo por no tener piedad de sus débiles rivales; «se merecían que les demostráramos el respeto debido dándolo todo sobre el terreno de juego», defendió. Samoa Americana concluiría el grupo con 0 puntos, 0 goles a favor y 57 en contra (en 4 partidos). Por el contrario, Australia quedó en primera posición de grupo con 12 puntos, 66 goles marcados y ninguno encajado.
«No pude ver ninguna razón por la que querrían marcar tantos goles»
TUNOA LUI
Con la imperiosa necesidad de crecer y dejar atrás aquellos choques que servían poco más que como esparrin para entrenar, la Federación de Fútbol de Australia (FFA) solicitó ingresar en la Confederación Asiática de Fútbol (AFC). Partiendo desde Oceanía su selección tampoco se aseguraba el billete mundialista, puesto que, aun logrando la única plaza continental, tenía que enfrentarse en la repesca a equipos centroamericanos, sudamericanos o asiáticos. De hecho, no acudía al torneo desde Alemania Occidental 1974. En la ronda final oceánica para la edición de 2006, que se celebraría precisamente en suelo germano, eliminó a Islas Salomón con facilidad (7-0 y 1-2). Seguidamente, al igual que en la vez anterior, los socceroos se verían las caras con Uruguay para luchar por el último boleto en juego. En esta ocasión no fallarían: aunque perdieron por la mínima en el Estadio Centenario de Montevideo (1-0), superaron a los uruguayos en el partido de vuelta en Sídney tras empatar la eliminatoria y vencer desde los once metros (1-0; 4-2). Australia se convertiría así en la primera selección que califica a una fase final desde la OFC, cuyo sistema de clasificación se había instaurado en 1982. Finalmente, la mudanza a la Confederación Asiática se concretó el 1 de enero de 2006; desde entonces, ha sido una de las selecciones habituales en las citas mundialistas.
Aquellos 57 goles encajados en la clasificación para la Copa del Mundo habían hecho bastante mella en la carrera de Nicky Salapu. Tres años más tarde, el cancerbero tendría una nueva cita preclasificatoria de cara a Alemania 2006. De todas maneras, todavía era muy pronto para que la selección nacional de Samoa Americana fuera capaz de revertir la pasada catástrofe futbolística. De hecho, lejos de poder mitigar aquellos marcadores con resultados obscenos, los samoano americanos sumaron un nuevo registro negativo con 34 tantos en su contra, que se sumaban a los que ya habían encajado en abril de 2001 para establecer un récord que permanece latente hasta nuestros días: 91 goles en ocho encuentros oficiales consecutivos de la FIFA. Primero fueron cuatro frente a la vecina Samoa (4-0), luego nueve en el segundo duelo contra Vanuatu (1-9), once ante las Islas Fiyi (11-0) y diez en el último partido con Papúa Nueva Guinea (0-10). Evidentemente, para nuestro protagonista principal todo aquello supuso un punto de inflexión en su vida, así que optó por perderse durante un tiempo sin que nadie diera con su paradero.
Después de su retiro y una estancia de dos años en Hawái, Salapu volvería a la selección nacional con la intención de apuntarse a los Juegos del Pacífico Sur de 2007, que se iban a disputar en Apia, la capital de la vecina Samoa. Pero el escenario que se encontró a su retorno distaba mucho de lo planeado. La Federación de Fútbol Samoana Americana (FFAS), sin noticias de Salapu, decidió que era el momento de dar entrada a un nuevo guardameta, apareciendo en escena Jordan Penitusi, que sería el encargado de defender las redes samoana americanas en un torneo que también servía como preclasificatorio para el Mundial de Sudáfrica 2010. Fue entonces cuando el hombre que buscaba la redención se marcharía por segunda vez hacia una retirada que parecía definitiva. Aun con todo, su sustituto no mejoraría las prestaciones en portería. El joven Penitusi poco pudo hacer en aquellos cuatro encuentros y perpetuaría la mala racha encajando la friolera de 38 goles. Quedaba más que demostrado que el problema no residía precisamente en quién fuera el elegido para ponerse entre los palos.
NICKY SALAPU
El nuevo viaje de Salapu lo llevaría a los Estados Unidos, concretamente hasta Seattle, la ciudad más grande del estado de Washington. Allá llegaría para intentar olvidarse totalmente del fútbol profesional y así echar una mano con los problemas familiares. Durante este tiempo en exilio, las informaciones al respecto a las que se tienen acceso son demasiado remotas y difusas, aunque sí que es posible desmentir por boca del propio protagonista que estuviera compitiendo en las ligas regionales de Austria, como rezan diferentes fuentes. Así se lo aclaraba al periodista español David Ruiz de la Torre en el libro Fútbol que estás en la Tierra: «Sí, he visto que dicen que he estado jugando en un equipo austríaco, el Mauerbach, de Quinta División, pero la verdad es que nunca estuve allí». Mientras estaba residiendo en Seattle, el presidente de la Federación de Fútbol de Samoa Americana (FFAS), Tavita Tauma, se puso en contacto con él para que regresara a su país de origen y se pusiera de nuevo los guantes de la selección nacional. El proyecto que le presentó parecía tan convincente que Nicky quiso buscar la redención en el deporte de sus sueños.
El nuevo viaje de Salapu lo llevaría a los Estados Unidos, concretamente hasta Seattle, la ciudad más grande del estado de Washington. Allá llegaría para intentar olvidarse totalmente del fútbol profesional y así echar una mano con los problemas familiares. Durante este tiempo en exilio, las informaciones al respecto a las que se tienen acceso son demasiado remotas y difusas, aunque sí que es posible desmentir por boca del propio protagonista que estuviera compitiendo en las ligas regionales de Austria, como rezan diferentes fuentes. Así se lo aclaraba al periodista español David Ruiz de la Torre en el libro Fútbol que estás en la Tierra: «Sí, he visto que dicen que he estado jugando en un equipo austríaco, el Mauerbach, de Quinta División, pero la verdad es que nunca estuve allí». Mientras estaba residiendo en Seattle, el presidente de la Federación de Fútbol de Samoa Americana (FFAS), Tavita Tauma, se puso en contacto con él para que regresara a su país de origen y se pusiera de nuevo los guantes de la selección nacional. El proyecto que le presentó parecía tan convincente que Nicky quiso buscar la redención en el deporte de sus sueños.
«Dicen que he estado jugando en un equipo austríaco, el Mauerbach, de Quinta División, pero la verdad es que nunca estuve allí»
NICKY SALAPU
La primera parada de Nicky Salapu en su regreso a la portería de Samoa Americana fue en Nueva Caledonia, donde iban a celebrarse los Juegos del Pacífico Sur de 2011. Aquella edición contaba una vez más como proceso clasificatorio para la Copa del Mundo, que en esta ocasión tendría lugar en Brasil. No obstante, debido a la aparición del equipo de Guam en la competición, el torneo modificó su formato y quedaba desvinculado de la clasificación mundialista. El destino no querría que Nicky pudiera desquitarse de los traumas deportivos y el paso por Numea marcharía por los mismos derroteros, puesto que la nueva aventura del arquero samoano americano significaría otro sinfín de recoger balones del fondo de las mallas. En el debut frente a Tuvalu le cayeron cuatro tantos (4-0), al igual que le sucedería en el segundo envite, contra Islas Salomón (0-4). Si bien encajaron solamente dos ante Guam (0-2), los anfitriones neocaledonios le endosaron ocho más (8-0), como también haría luego Vanuatu (0-8), cerrando de esta manera otra participación desastrosa. En cinco partidos, Salapu se vio obligado a sacar el balón de la red en 26 ocasiones. Por suerte, el fútbol casi siempre ofrece una reválida; una vez que había terminado la experiencia en Nueva Caledonia, la vida cambiaría para él y para todos los habitantes de Samoa Americana.
LA LLAMADA MÁS ESPERADA
Tras el cambio de regulación en la Confederación de Fútbol de Oceanía, se celebró la previa de la Copa de las Naciones de la OFC 2012, un torneo que ya sí convalidaría como preclasificatorio para la Copa del Mundo. La primera fase albergaba a los cuatro seleccionados con la posición más baja en la Clasificación Mundial de la FIFA (atendiendo al ranking fechado en julio de 2011). Samoa (204), Samoa Americana (203), Tonga (202) y las Islas Cook (196) configuraban aquella liguilla que se jugaría entre el 22 y el 26 de noviembre del año 2011; entre todos ellos, únicamente el primero avanzaría de ronda para disputar la Copa de las Naciones de la OFC. Los resultados precedentes y los recientes Juegos del Pacífico provocaron que Tavita Tauma se replanteara el futuro del equipo nacional con el fin de ser capaz de competir por alcanzar la segunda fase. Entre tanto, el angosto caminar de los samoano americanos había despertado la curiosidad de dos cineastas británicos que quisieron filmar el tránsito de la selección hacia Brasil 2014. Mike Brett y Steve Jamison serían los encargados de llevar la aventura a la gran la pantalla con el documental Next Goal Wins. Sorprendentemente, la idea de presenciar una nueva debacle no se haría realidad.
El revuelo que había suscitado la selección de Samoa Americana en el panorama futbolístico internacional hizo que su federación buscara ayuda externa. La FIFA incluyó al archipiélago en el Proyecto Goal, un programa de desarrollo creado en 1999 por iniciativa del presidente Joseph Blatter en beneficio de las federaciones con necesidades en diversas áreas como administración, capacitación, formación e infraestructura. De esta forma, aterrizó en este apartado lugar del Pacífico su primer seleccionador foráneo: Thomas Rongen. En el libro Thirty-One Nil, escrito por el inglés James Montague, el neerlandés explicaba por qué había aceptado el cargo: «No lo veo como un trabajo oscuro, lo veo como una oportunidad única de hacer algo que es único en la vida». Rongen se había iniciado como mediocentro defensivo en el Ajax de Ámsterdam de la década de los setenta, aunque sin llegar a debutar con el primer equipo. Pronto hizo las maletas para enrolarse en Los Angeles Aztecs de la North American Soccer League (NASL), donde jugó junto a Franz Beckenbauer y Johan Cruyff, su ídolo y con quien compartiría habitación. Tras colgar las botas, permaneció en Estados Unidos como técnico, ganando incluso una Copa MLS con DC United. Aquel éxito lo llevó a dirigir la selección sub-20 estadounidense, su último paso antes de embarcarse en la travesía más exótica de su carrera: «Tomé cuatro vuelos para llegar a Samoa, en el otro lado del mundo desde Inglaterra, viajando tan lejos que crucé la línea internacional de cambio de fecha».
La situación a la que iba a enfrentarse Thomas Rongen en Samoa Americana sería insólita respecto a lo que acostumbraba durante su etapa en Estados Unidos. «No estoy menospreciando a nadie, pero no había visto un nivel inferior de fútbol en los partidos internacionales —recordaba el entrenador europeo—. Heredé este equipo y había cinco muchachos, literalmente, con treinta o cuarenta kilos de sobrepeso. No había forma de que pudieran jugar diez minutos si querían competir a este nivel». Al llegar a la isla, Rongen concentró a la selección samoana americana unas tres semanas en la capital, Pago Pago. Allí trataría de regular el estado de forma de los jugadores y también impartir algunas nociones técnicas en el poco tiempo del que dispuso. El objetivo principal era preparar lo mejor posible el debut en la primera ronda de la clasificación mundialista, que les enfrentaría a Tonga en el National Soccer Stadium de Apia (Samoa). Aquel partido pasaría a la historia del fútbol oceánico.
La primera medida de Thomas Rongen al frente del equipo de Samoa Americana fue rescatar a una antiguo referente nacional como Nicky Salapu. La decisión de recuperarlo para la causa obedecía a cuestiones que iban mucho más allá de lo meramente futbolístico: «Necesitaba a alguien en el grupo que hubiera pasado por ese trago tan amargo (31-0 con Australia). Cuando las cosas se torcían, bastaba con recordarle a la gente que Salapu estaba ahí, que había tenido que revivir aquel partido durante años, de manera que, si él era capaz de superar el trauma, todos podían hacerlo. Teníamos que ayudarle, liberarle de sus fantasmas». La respuesta del veterano guardameta no fue otra que asumir el reto, pues, por más que le costara, era la única forma de poder reconciliarse con su pasado; según afirmaba el mismo Salapu, «si no trabajas, no puedes pagar las cuentas, así que volver es un gran sacrificio». También se encontró Rongen con otro de los nombres propios de aquel torneo, el defensor Johnny Saelua, al que todos conocían como Jaiyah Saelua. «Leí en alguna parte que fue un récord cuando me seleccionaron en el equipo nacional. Estuve de reserva todo el torneo y tuve que irme temprano porque todavía estaba en la escuela secundaria, pero el entrenador me tiró durante diez minutos», declararía Jaiyah, que militaba en la selección desde los 14 años y estaba a punto de convertirse en la primera futbolista transgénero en jugar un partido de la Copa Mundial de la FIFA.
«Si Salapu era capaz de superar el trauma, todos podían hacerlo»
THOMAS RONGEN
EL PARTIDO DE LA REDENCIÓN
En las escasas tres semanas que Thomas Rongen permaneció en Samoa Americana, le dio tiempo a mimetizarse con las costumbres locales y a que aquel pequeño territorio insular calase en su corazón: «Soy ateo, este país es muy religioso y espiritual —manifestaba el preparador holandés, que no dudó en unirse como uno más a las creencias del equipo—. Me ha hecho ponerme en la piel de los demás. Trato de entender sus canciones y cantar y orar con ellos». El 22 de noviembre de 2012, en el Toleafoa Joseph Sepp Blatter Complex de Apia (Samoa), se mediría Samoa Americana con Tonga. En los instantes previos, Chris Williams, el seleccionador australiano del conjunto tongano, intentaba arengar a sus jugadores con lemas en su idioma nativo. Mientras tanto, Rongen motivaba a los suyos para luego dar paso al rezo grupal. En sus adentros reinaba la incertidumbre total sobre qué sucedería cuando el balón echara a rodar. «Todavía no sé cómo reaccionará este equipo cuando suene el silbato», cavilaba minutos antes del encuentro, a lo que añadía: «Cuando suene ese silbato, ¿se atragantarán de nuevo? ¿Literalmente regalarán goles? Quizás todo el trabajo duro durante los tres meses como la curación psicológica, los baños de hielo y las oraciones se queden en vano».
Las selecciones de Samoa Americana y Tonga enfilaron los vomitorios del recinto hacia el túnel previo a salir al verde. A partir del pitido inicial del fiyiano Andrew Achari, Thomas Rongen sería incapaz de tomar asiento en el banquillo, sin parar de alentar a sus jugadores, instruirlos y posicionarlos correctamente. En el terreno de juego, Nicky Salapu estaba cuajando una actuación sublime, repeliendo todas las ocasiones de los tonganos y cumpliendo a rajatabla las observaciones que su entrenador le hacía desde la banda. Con la primera mitad ya a punto de terminar, Jaiyah Saelua combinó desde su propio campo con el atacante Ramin Ott para que este golpeara el esférico desde pasada la media luna del círculo central; Kaneti Felela, portero de Tonga, observó como la pelota rebotaba frente a él y, finalmente, acababa entrando en la red. Tras adelantarse en el marcador, los jugadores samoano americanos, presos de la euforia, corrieron enloquecidos hacia su mesías. En la segunda parte, Salapu continuó capitaneando al equipo bajo palos, pero, a pesar de las aproximaciones de los blanquirrojos a la meta de Felela, el tanto de la tranquilidad no llegaba. A falta de quince minutos para el final del choque, Shalom Luani recibía un balón por alto en la frontal del área y la picaba para convertir el segundo de los samoamericanos. El delantero, que quedó en el suelo tras impactar con Felela, celebraba el gol que cuasi cerraba la victoria.
En las postrimerías del encuentro, un centro pasado al segundo palo al que Nicky Salapu no pudo llegar era rematado por Unaloto Ki-Atenoa Feao para recortar distancias. Entonces reinaría la anarquía y los miedos en Samoa Americana fueron aflorando. Timote Maamaloa, que había entrado en el ecuador de la segunda mitad, aprovechaba desde la frontal un rechace de Salapu. La victoria que tanto había costado estuvo muy cerca de desvanecerse cuando Jaiyah despejaba el balón justo antes de cruzar la línea de su portería. Final (2-1). Samoa Americana ganaba a Tonga y certificaba el primer triunfo oficial de su historia. Los jugadores no cabían en sí del gozo. Algunos corrían, otros lloraban, pero el gran héroe de aquel día no era otro que Salapu, que estaba visiblemente emocionado y de rodillas en el área, dándose cuenta de que el periplo por el que había navegado durante diez años había tocado fin. Aquella llamada de Thomas Rongen y la confianza que había depositado en él entregándole las llaves de la portería habían supuesto su redención y la consecución de todo lo soñado en ese tiempo: «¡Ahora mismo me siento como un campeón! Por fin voy a dejar atrás el pasado», esbozaba el arquero entre lágrimas.
«¡Ahora mismo me siento como un campeón! Por fin voy a dejar atrás el pasado»
NICKY SALAPU
El ansiado triunfo de Samoa Americana espantó los peores recuerdos de Nicky y lo tornaría en una persona mucho más alegre y habladora. «Es asombroso. A veces hay que rezar por un milagro», aunque el arquero no pudo evitar que todo el sufrimiento de una larga década siguiera dejando una huella poderosa en su interior: «Por todas las cosas que pasaron, el 31-0 contra Australia… En Seattle la mayoría de los jugadores de allí dicen: eres de Samoa Americana, permitiste treinta y un goles. Hacen bromas de mí. ¡Ahora, ganamos!». Si durante diez años se había escondido, primero en Hawái y luego en Seattle, y había rehuido hacer declaraciones sobre la goleada sufrida ante Australia, ahora se mostraba reflexivo y estaba por la labor de limpiar todos los pensamientos que todavía perduraban en su memoria: «Fue un gran error», puntualizaba Salapu, quien también, quizá poseído por los sentimientos del triunfo, se planteó la hipotética y más que improbable clasificación de su selección para la Copa del Mundo de 2014: «¡Si ganamos este torneo, sin duda llegaremos a Brasil! Incluso si clasificamos para Brasil y no llego allí, moriría como una persona feliz».
Dos días después de haber vencido a Tonga, la selección nacional de Samoa Americana se vería las caras con el plato fuerte del grupo, Islas Cook. A los veinticuatro minutos de juego, Shalom Luani adelantaría a los de Thomas Rongen, que firmaron una gran primera parte. Tras la reanudación, los nervios se apoderaron de los samoano americanos. En el ecuador de la segunda mitad, el zaguero Tala Luvu competió un error al ceder de cabeza para Nicky Salapu y anotó en su propia portería, dejando el resultado final en tablas (1-1). El empate no dejaba nada satisfecho a Thomas, que, además, se quedó estupefacto cuando Nicky se dirigió hacia él con una petición muy sorprendente: «¿Podemos hacer el haka ahora, entrenador?». El guardameta se encontró con la negativa del míster; desde luego, el neerlandés no pareció encajar demasiado bien la proposición que le había planteado. Ambos mantuvieron una conversación con posturas opuestas y algo agitada, así que Rongen le hizo ver a Salapu que, por muchos males que hayan ocurrido en el pasado, en el fútbol profesional solo vale ganar.
El empate entre Samoa Americana y las Islas Cook había dejado sin opciones a Tonga y a los propios cookianos. En la tercera y última jornada de aquella liguilla preclasificatoria, el combinado dirigido por Thomas Rongen tenía en su mano la posibilidad de obtener el pase a la segunda ronda con un envite que le enfrentaría contra su vecina Samoa. Sinceramente, nadie daba crédito a que el clásico samoano fuera a dictaminar el vencedor de aquel certamen. Las dos peores selecciones en la Clasificación Mundial de la FIFA se jugaban prolongar su andadura hacia la fase final de Brasil 2014. Lo cierto era que los resultados positivos habían colocado a ambos países en el foco mediático del universo futbolístico. Casi ninguno de sus jugadores se libraría de ponerse delante de los micrófonos de la prensa. Algunos de ellos, como el capitán samoano Charles Bell, hablaban sobre sus profesiones fuera del verde y respondían con mucho corazón acerca de la gran cita, indiscutiblemente, la más significativa de sus carreras deportivas. Cada bando había cosechado una victoria y un empate, contando los de Samoa con 4 goles a favor y 3 en su contra y los de Samoa Americana con 3 marcados y solamente 2 encajados; es decir, la igualdad en el duelo final era máxima.
El día del partido, Thomas Rongen reunió a todo el plantel de Samoa Americana para repasar las tácticas y, de paso, transmitirles ánimos a los suyos mediante su discurso: «Vamos a ganar todas nuestras batallas. Y si ganamos todas nuestras batallas, ganaremos la guerra, y esto es una guerra durante noventa minutos». Era consciente de que aquella aventura que había arrancado como un ejercicio de superación podría terminar como el día más feliz para los habitantes del archipiélago más austral de Estados Unidos. «Le hemos dado la vuelta a una mentalidad derrotista, a un equipo frágil, en este corto espacio de tiempo —recapitulaba con alegría—. Los chicos ahora al salir campo no piensan si van a conceder ocho, nueve o diez goles. Podemos caminar en el campo para decir que estamos aquí para ganar el torneo y competir por un lugar en Brasil». Unas horas antes del choque, el diluvio tropical sobre Apia era de tal magnitud que incluso se barruntaba una posible suspensión, pero cuando llegó el momento de la batalla, el cielo se calmó y el árbitro neozelandés Peter O’Leary dio el visto bueno para que comenzara el fútbol.
Con las manos en el pecho, los jugadores de Samoa Americana entonaron con fuerza su himno nacional: Amerika Samoa. En el primer tiempo, Nicky Salapu se consagró nuevamente como héroe atajando todos los balones que le llegaban. Era el minuto 45 y seguía el 0-0 en el marcador. En la charla del entretiempo, Thomas Rongen le contó al grupo cuál era la siguiente parte del plan: «Cuando queden veinte minutos meteré a Diamond Ott desde el banco para darnos algo de velocidad e intentarlo. Estamos exactamente donde se supone que debemos estar». Y fue tal cual. El míster sacó a Ott y el delantero casi haría valer la única que tuvo: pese a que se zafó de la defensa rival para quedarse en un mano a mano frente al portero, el poste le negaría el tanto. La clasificación se escapaba, ya que el empate beneficiaba a Samoa por diferencia de goles. En la recta final, Silao Malo puso en ventaja a los locales y fulminó el sueño mundialista de Salapu (1-0). Aunque la gesta no pudo llevarse a cabo, no era momento de reproches. El contrato de Rongen finalizaba tras la eliminación, pero aquel reencuentro con el fútbol en su máxima expresión lo convirtió en el hombre más feliz del mundo: «Estoy muy orgulloso de lo que ha logrado este equipo. Esa victoria repercutió en todo el mundo. No podría estar más orgulloso de un grupo de muchachos que surgieron de la nada».
«Estoy muy orgulloso de lo que ha logrado este equipo. Esa victoria repercutió en todo el mundo. No podría estar más orgulloso de un grupo de muchachos que surgieron de la nada»
THOMAS RONGEN
«Para nosotros el fútbol es un juego con una sola opción: perder». Aquellas palabras de Tunoa Lui, seleccionador de Samoa Americana en la durísima derrota sufrida a manos de Australia en el año 2001, habían permanecido grabadas a fuego en la mente de cada uno de sus futbolistas durante demasiado tiempo. A la conclusión del preclasificatorio mundialista disputado en noviembre de 2011, seguro que la mayoría de los samoano americanos se sintieron más que satisfechos por haber podido revertir aquella situación, superando una oscura etapa que absolutamente nadie quiere revivir. Aunque habían perdido ante Samoa y se les había escapado la oportunidad de clasificarse para la siguiente fase, a Thomas Rongen no le quedaba más remedio que rendirse a la evidencia, por lo que dejó que Nicky Salapu encabezara el haka que venía pidiendo desde el partido anterior. A fin de cuentas, entre todos ellos habían conseguido superar el pasado, en especial nuestro gran protagonista, que llevaba una década sacando balones del fondo de las redes cuando se enfundaba los guantes. El fútbol había dejado de ser un calvario y volvió a sentirse como un campeón.