TEXTO:
FACUNDO SINATRA SOUKOYAN
ILUSTRACIÓN:
DIEGO URIBE
L
legar hasta la puna salteña no es tarea sencilla. El transporte, el traslado, el vehículo, el apunamiento, el vértigo, las épocas de lluvia y otras tantas vicisitudes, pueden suceder en el tránsito hacia aquel territorio. La amplia región del norte puneño en la provincia de Salta (Argentina) abarca diferentes localidades; algunas de apenas unos pocos caseríos, otras, con bastante más densidad poblacional respecto a esta zona. Dentro de las más destacadas se encuentran: Iruya, hogar de casi 1500 habitantes que viven a 2780 metros sobre el nivel del mar; Santa Victoria Oeste, con cerca de 1200 personas a 2400 metros de altitud; y Nazareno, que se eleva a 3180 metros y que acoge alrededor de 2800 lugareños. Para llegar a este último sitio, donde centraremos parte fundamental de este relato, hay que necesariamente “entrar” por la provincia de Jujuy, o sea, no hay manera de llegar a las localidades de la puna salteña por la misma provincia, por lo que es obligatorio hacerlo atravesando la provincia vecina.
Si queremos viajar a la ciudad de Nazareno, primero habrá que arribar hasta el extremo norte de la Argentina, más específicamente a La Quiaca, localidad fronteriza con el Estado Plurinacional de Bolivia, y desde allí ya comenzaremos a introducirnos entre los cerros, superando caminos zigzagueantes de cornisas, precipicios y filos que requieren una gran pericia para aquel que conduzca el vehículo correspondiente. El camino llevará hasta los 5050 metros, donde el cerro Fundición será el pico máximo que proponga la travesía. A partir de aquí se iniciará un abrupto descenso; Nazareno se observará de forma casi perpendicular hacia abajo, dando una sensación de imposibilidad para llegar a aquella población amurallada entre los cerros. El terreno complejo y la dificultad en el arribo, es una de las constantes para quienes viajan a este lugar, algo que pareciera una metáfora del pueblo, algo así como que quien quisiera llegar, tuviera que ganárselo, tuviera que estar verdaderamente preparado para hacerlo. Pero esta complejidad también se puede entender como una fortaleza, un resguardo de conservación en cuanto a costumbres y tradiciones, como forma positiva de estar un tanto al margen del mundo voraz y su tiempo acelerado, por propia convicción.
ENTONCES EL FÚTBOL
Ahora bien, ¿qué tiene todo esto que ver con el fútbol?, ¿qué tiene que ver con esa pasión que arrastra multitudes, mueve millones y hace vibrar los corazones de los fanáticos en cualquier punto del globo? Y quizás la respuesta sea justamente esa: no hay rincón del mundo, máxime en Sudamérica y particularmente en Argentina, en que por más complejidades que se presenten, no ruede un balón. También aquí, en condiciones que muchas veces resultan insólitas, practicando un deporte que bordea los límites de lo imaginable, superando las reglas de la física y en medio de esta puna salteña, se vive el fútbol con una pasión inusitada. Milagro Domínguez es testigo de ello en primera persona, un experto futbolista de las altiplanicies que a través de sus memorias nos adentra a sentir ese amor por la redonda, en tierras donde la cosmovisión ancestral andina es una constante.
Milagro hoy tiene 46 años y es oriundo de la comunidad originaria kolla de Cuesta Azul (Nazareno). Gran conocedor de esta zona, forma parte de la Asociación de Comunidades Aborígenes de Nazareno, pero además, y sobre todo, es bastante conocido por ser un extremo rápido y habilidoso. Desde los 14 años juega en diferentes torneos de la región, y aunque no quiere presumir ni compararse con los grandes astros del fútbol mundial, reconoce que ya desde chico lo buscaban para participar en los torneos de adultos. Milagro es dirigente comunitario y también escritor, pero la charla futbolera siempre toma preponderancia y se llena de color e intensidad. Las historias empiezan a desarrollarse y la descripción de los encuentros, las superficies y las relaciones sociales que van tejiéndose alrededor de los partidos y los torneos de fútbol en las alturas del norte argentino, resultan cinematográficas.
ESTADIOS PUNEÑOS
«En Kelloticar había una cancha muy inclinada. Después construyeron otra nueva, pero tiene unas piedras enormes en el medio. Cuando vas jugando tenés que sortearlas»
MILAGRO DOMÍNGUEZ
MILAGRO DOMÍNGUEZ
Pensar en canchas que no sean parejas de principio a fin podría suponer un gran impedimento para desarrollar la práctica deportiva; más de uno levantaría quejas por esta condición que supone una flagrante desventaja. Sin embargo, en los estadios de la altura salteña, ésta pareciera ser la regla instaurada y no se conocen dichas quejas ante ningún comité organizador: simplemente, se juega. «Hay canchas que están muy inclinadas —comenta con sonrisa pícara mientras comienza a hilvanar el relato nuestro jugador estrella, Milagro Domínguez—. En la comunidad de Kelloticar había una cancha muy inclinada, y nadie quería jugar ahí. Después, la abandonaron y construyeron otra nueva, pero no quedó mucho mejor. Si bien es más plana que la anterior, tiene unas piedras enormes en el medio. Cuando vas jugando tenés que sortearlas porque no podés pasar». Aquella comunidad, con apenas unos centenares de habitantes y ubicada en Nazareno, toma su nombre de la Kellotica, una flor de intenso color amarillo que es capaz de florecer hasta en la abrupta geografía de la puna.
En aquella inmensidad de Kelloticar, las ganas de tener un campo de juego mejorado llevaron largas jornadas de trabajo comunitario para «emparejar» el terreno, según describe Milagro: «Como la comunidad es bastante inclinada, para hacer la cancha nueva más plana, tuvieron que hacer una pirca gigante sobre un lado. Entonces, cuando los jugadores van del lado de la pirca deben tener cuidado, porque si salen de la cancha, tienen que saltar un muro y, acto seguido, hay 20 metros hacia abajo». Evidentemente, sobre la banda del field de Kelloticar no se puede tomar mucha velocidad, porque un fallo en los cálculos podría terminar con un jugador bastante maltrecho. Por otra parte, las inclinaciones en los estadios puneños son una cualidad bastante típica de la zona, ya que al estar situados en su gran mayoría sobre las laderas de los cerros, es difícil encontrar un terreno lo suficientemente amplio y que al mismo tiempo sea totalmente plano. Inclusive existen otro tipo de accidentes geográficos. «La comunidad de El Milagro tiene en la cancha una elevación en el medio. Entonces, el arquero desde un arco solamente ve el travesaño del otro arco», remarca Domínguez graficando que el milagro pareciera lograr jugar al futbol allí, porque aparte de esta elevación central «es una cancha bastante pedregosa, tiene lajas cortantes y filosas, así que hay que tener cuidado porque si te caes, te cortas las piernas o las rodillas».
Otra característica saliente del fútbol que se practica en la puna salteña es el arribo a los campos de juego. Lejos de las autopistas y los ómnibus de primer nivel, para conseguir llegar a los estadios puneños se tienen que realizar en muchas ocasiones largas caminatas y travesías varias; bordear el lecho de un río durante horas, trepar por los cerros o ambas cosas en un mismo recorrido. Este es el caso del estadio en el pueblo de Vizcarra (Iruya), que se eleva a unos 4200 metros sobre el nivel del mar. «Una vez llegamos con neblina, no se veía el camino, y era tanto el frío que hacía en el terreno de juego que juntamos estiércol de vaca, burro y armamos una fogata —remarca el veloz número 7—. Mientras estaba parado el partido había que estar al lado de la fogata porque el frío era impresionante».
Otra de las complejidades que se plantean, sorteando todos los manuales y los libretos aprobados por la FIFA, son los estadios que se encuentran en la altiplanicie salteña donde se juega con “autopases”. Uno de ellos es el de la localidad iruyense de Abra del Sauce, en el que la pericia del equipo local, que conoce a la perfección el terreno y cada uno de sus atajos, hace que sea realmente difícil ganarle debido a la habilidad adquirida al entrenar todos los días allí, puesto que saben jugar tocando de primera contra uno de los paredones naturales. Esta especie de fútbol rápido creado entre cerros también se da en la comunidad de Pabellón, algo que Milagro Domínguez recrea de la siguiente manera: «Es una cancha bastante pequeña pero que tiene como un pozo, una inclinación en el medio. Entonces, uno puede ir jugando y haciéndose autopases por los dos lados. En las canchas inclinadas uno se puede hacer un autopase por un lado, pero en la cancha de Pabellón uno se puede dar pases por los dos lados. Es una cancha de formación cóncava».
La exposición que nos brinda Milagro Domínguez pareciera nunca dejar de sorprender. La siguiente anécdota siempre supera a la anterior, quedando para el final el singular campo que alberga su propia comunidad, la de Cuesta Azul: «La cancha de Cuesta Azul está construida sobre un antigal. En otros tiempos, hace quince años atrás, estaba marcada bien al borde de una ladera, pero con la intención de hacerla más grande y que no quedara tan pegada al cerro, cavaron y construyeron el campo de juego sobre un antigal. Hoy, cuando uno va y juega, capaz te encontrás puntas de flechas o partes de collares. Incluso en la cancha todavía hay una parte que se la tapa con una piedra tipo laja, porque hay una urna funeraria que está a la vista. Entonces, para jugar al fútbol tenés que tapar esa urna. Es bastante particular».
LA PELOTA NO SE MANCHA, PERO SE PIERDE
La pasión por jugar al fútbol queda totalmente a la vista. Los terrenos se inventan o reinventan y no hay cerros, piedras o inclusive antigales que puedan detener este ímpetu por patear la redonda. Sin embargo, con tantos metros de altura e inmersos en la grandeza natural de la puna, la pelota, ese objeto preciado y tan necesario para practicar este deporte, puede perderse fácilmente. Las historias de las pelotas extraviadas, durante largo tiempo o para siempre, son una constante y un dolor de cabeza para estos futbolistas de las alturas. Solamente por poner algunos ejemplos, en la cancha de la comunidad de Cuesta Azul, «si la pelota se pierde por un costado, se va al menos veinte minutos hacia abajo. Hay que tener un par de pelotas porque si no, no podés jugar». Milagro Domínguez nos agrega la particularidad de la cancha en la comunidad de Vizcarra, «una cancha muy arriba del cerro y que también es bastante inclinada, así que hay que tener cuidado con la pelotas porque en ese caso, si se va, no la recuperas, a lo sumo se puede encontrar al día siguiente, pero no en ese momento».
Los recuerdos de Milagro se acentúan, y ahondando en la materia de las pelotas perdidas, aparece otra nueva anécdota. «Cuando era más chico fuimos a jugar un partido al que se le llamaba de frente a frente. Una comunidad jugaba contra otra dos encuentros: la grande y la chica. La chica podía salir empate y no había problema. Pero a la grande había que definirla sí o sí —grafica Domínguez—. Me acuerdo de una vez que fuimos a jugar a Vizcarra y ganamos la chica, pero se nos fue una pelota. Empezamos a jugar la grande y cerca de que terminara el primer tiempo, yo hice un gol y también se fue esta otra pelota. Bueno, no había más pelotas. ¡Pero nosotros íbamos ganando! Ahí tuvimos problemas con la comunidad porque ellos nos dijeron: “Ustedes han tirado la pelota, ustedes tienen la culpa de no terminar el partido, así que dejamos como si nadie hubiese ganado”. Entonces, nosotros le decíamos que no, que íbamos ganando, que si se va la pelota, se va la pelota, y que nos tenían que dar el partido como ganado. Discutimos bastante y al final nos dieron el partido como ganado. Pero cuando un equipo va a visitar una comunidad, generalmente después el equipo local lo recibe, le brinda alojamiento y se hace una fiesta. En este caso se enojaron tanto por perder las pelotas que nos corrieron de la comunidad, nos tuvimos que ir. Había que caminar cuatro horas para volver. Toda una historia aquel día».
«Cuando un equipo visita una comunidad, generalmente después el equipo local lo recibe, le brinda alojamiento y se hace una fiesta»
MILAGRO DOMÍNGUEZ
BOTINES Y OTROS CUENTOS
«Hasta hace diez años atrás no se veía la indumentaria completa de ningún equipo, solo se veía la camiseta. Después cada uno jugaba con lo que podía. Un gran tema siempre fue el del calzado. Es común jugar con zapatillas prestadas, porque la situación económica no da como para comprar botines que son bastante caros. Entonces, jugás con lo que podés», rememora Milagro Domínguez sobre sus días como delantero centro. Lejos de la utilería con ropa de cambio y botines por doquier, en la altura de la puna las ganas de jugar al fútbol siempre están por delante de cualquier tipo de indumentaria. Si bien los tiempos fueron cambiando y tanto los botines como la ropa pensada para la práctica deportiva han ido apareciendo en las comunidades, no resultan tan remotos los recuerdos acerca de las diversas maneras de ingeniárselas a la hora de patear la redonda: «Me contaba la gente más grande que, hasta hace veinte o treinta años, no había ni botines ni zapatillas, se jugaba con ojotas que la misma gente fabricaba con los neumáticos de los vehículos. Mi papá jugaba en ojotas, y recuerdo que ganó un torneo de habilidades futbolísticas en la comunidad de Rodeo Colorado pateando en ojotas. ¡Era lo que había! Y yo he jugado alguna vez con las botas que usan los cañeros, que son botas con punta de acero. Tenía que tener cuidado de no pegarle a nadie porque lo quebraba. Incluso más de uno jugaba descalzo. Acá se juega como se puede».
En estos pueblos hay que darse maña con las inclemencias que el fútbol trae aparejadas. Por ejemplo, cuando empezaron a llegar los botines a Cuesta Azul, no había zapatero alguno que los remendara. Por eso mismo, los propios jugadores se fueron convirtiendo en artesanos de sus uniformes, cuidando como un tesoro el calzado que habían podido conseguir. Milagro explica que aquellos primeros pares que llegaron a las comunidades eran los famosos Sacachispas, toda una revolución para el deporte amateur. Domínguez cuenta que aprendió bastante del oficio de zapatero con tal de resguardarlos: «He armado unos excelentes botines con dos diferentes. A mi papá, un maestro que iba a trabajar a la comunidad, le había regalado unos botines Adidas con los tapones cambiables. Con el tiempo se gastaron, se arruinaron los tornillos y no se pudo cambiar más. Además, no se conseguían tapones, así que quedaron los botines lisos. Un tío tenía unos botines Sportlandia a los que se les había roto el cuero, ¡pero tenía el cuero de los Adidas! Así que agarré el cuero de uno y lo puse en la suela del otro. Los hice yo y me quedaron unos botines espectaculares. Jugué como dos o tres años con esos: cuero Adidas y suela Sportlandia».
EL FÚTBOL COMO ENCUENTRO
Cierto es que en todo torneo, tal como lo relata Milagro Domínguez, pueden surgir las rispideces y las ansias de victoria; pero cierto también es que donde ruede una pelota, el encuentro y la reunión quedan garantizados. El fútbol siempre es una excusa, una puerta abierta para la comunión; en la inmensidad de la puna salteña, con su sabiduría ancestral y el resguardo entre los cerros y los cielos inmemoriales, se van tejiendo lazos entre las comunidades, intercambiando productos, conociendo problemáticas y compartiendo experiencias. «A partir de la visita futbolística de una comunidad a otra se negociaban y pactaban algunas transacciones —nos transmite Milagro basándose en sus vivencias—. Por ejemplo, el trueque de papa con maíz o la venta de animales y cosechas, entre otras. Se daban ese tipo de situaciones y también se iban generando otras. Por ejemplo, es tradición que la comunidad local recibiera a quienes llegaran. Se organizaba un asado, una comida, una fiesta, y éste era un momento propicio para la formación de parejas entre los más jóvenes. Así que también había tiempo para enlazar y hermanar a las comunidades en este sentido».
El fútbol resulta ser el motor, el hilo conductor o la mejor excusa para visitar otros terrenos, creándose así estrechos vínculos entre comunidades muy distantes unas de otras; entre la celebración y el baile se forman nuevos amoríos y nuevas familias que mantienen vigente esta tradición que los vio nacer. El relato de Milagro continúa con historias entre los adultos. «Los más grandes también tenían sus momentos de encuentro. Ellos se conocían de trabajar en el Ingenio (Ingenio y Refinería San Martín del Tabacal). Mucha gente trabajaba de mayo a noviembre en el Ingenio y después iban a sus comunidades. Entonces, en el momento del partido volvían a verse después de varios meses», comenta nuestro protagonista y seguidamente añade: «Fueron y aún son momentos de encuentro y reencuentro, y creo que eso, de alguna manera, ha ido permitiendo mantener hermanadas a las comunidades».
PROGRESO Y LEGADO
Durante los últimos años, en contra de los estigmas regionales y de género, en la puna salteña también comenzaron a proliferar poco a poco los campeonatos femeninos de fútbol. Según nos cuenta Domínguez, «Esto empezó hace unos años atrás. Antes no se daba tanto, el fútbol era solo para los varones. De hecho, había algunos equipos que no querían que las mujeres ni siquiera fueran a la cancha. Pero desde hace unos diez años por lo menos, las mujeres empezaron a tener mucha más participación e inclusive armaron sus propios torneos. Antes de la pandemia, las mujeres jugaban el campeonato los sábados y los varones, los domingos». Por tanto, aquí encontramos un ejemplo más que significativo de que el progreso igualmente llega hasta los rincones aparentemente más aislados del planeta fútbol.
«El fútbol, de alguna manera, ha permitido mantener hermanadas a las comunidades»
MILAGRO DOMÍNGUEZ
MILAGRO DOMÍNGUEZ
Las historias de aquellas numerosas pelotas perdidas, las pintorescas canchas inclinadas y las familias que se han ido formando con el fútbol como excusa, abundan en la atrapante narración que nos ha regalado Milagro Domínguez. «El fútbol, de alguna manera, ha permitido mantener hermanadas a las comunidades», nos insistía unas líneas más arriba. Él, como referente kolla de las comunidades en esta región de la puna salteña, acentúa la gran importancia del deporte en general y del fútbol en particular como una manera de seguir afianzando relaciones entre las comunidades hermanas.
Jugar al fútbol en la puna salteña es más que practicar un deporte, es demostrar en cada pase, en cada cabezazo y en cada gol, que la superprofesionalización es solamente una parte del asunto; aunque no viene a resolver las necesidades estructurales de la zona, sin duda, sigue aportando al sostenimiento de los lazos comunitarios. El fútbol en la puna salteña reafirma, una vez más, que este juego de trascendencia mundial tiene infinidad de anónimos que, en las condiciones más inverosímiles, encuentran siempre la forma para practicarlo y multiplicarlo. En el fondo, quizá la gran expansión del fútbol se trate realmente de todo lo que hemos venido reflejando en el presente reportaje: millones de voluntades al mismo tiempo en diferentes partes del globo soñando con meter un gol, ya sea en la ciudad, en el campo o a más de 4000 metros de altura. Por lo pronto, la cita está planteada: quien se sienta capaz de desafiar a las estrellas del fútbol puneño, que haciendo paredes contra los cerros forjan su técnica, queda invitado a dar el puntapié inicial de un partido muy cerca de las nubes.
Este reportaje forma parte del proyecto ganador de la Beca Creación concedida por el Fondo Nacional de la Artes (FNA).